miércoles, 28 de septiembre de 2011

!PELEA ! !PELEA! GRRR...

! Pelea! ! Pelea!  Grrr…

Años atrás, cuando las parejas se casaban las carencias eran muchas, razón por la que los maridos debían trabajar de sol a sol y a veces hasta de sol a luna, para lograr honradamente el sostenimiento de la casa y la alimentación de los hijos, que como gotitas de agua iban llegando.

Aún recuerdo aquella Epístola de Melchor Ocampo, en la que el poeta comparaba al esposo con un león y a la esposa con una paloma; el  ganando  el pan de cada día y ella manteniendo la tibieza del nido. Era en esa mitad, donde a la mujer se le responsabilizaba totalmente de la educación de los niños, adolescentes y jóvenes, dentro y fuera del hogar.

En esta delicada misión, el ser educadora titulada y el escuchar y poner en práctica los consejos de mi  madre, me sirvió de manera excepcional  para no titubear al momento de aplicar correctivos y tomar decisiones radicales.

Es muy difícil aleccionar a los que amamos, es indispensable dejar de lado sentimientos si se quiere convencer a menores en desarrollo, de lo vital que es aprender a obedecer  órdenes, respetar reglas y entregarse a una vida de fe. Lo triste viene cuando papá llega y todos se quejan con él, del carácter  insufrible  de mamá.

Los años pasan, los hijos crecen, sus cuerpos embarnecen, sus conocimientos se acrecientan, entonces  apoyados en su incipiente madurez dan rienda suelta a sus primeros juicios.
Me di cuenta de ello, cuando en cada charla de sobremesa en la que no se llegaba a ningún acuerdo,  mis hijos volteaban a verme y medio en broma me decían: ¡Pelea mamá, pelea! Ahora ya son adultos, ya tienen sus propias familias, pero aun así cuando nos reunimos y están en duda lo correcto de lo incorrecto,  me miran como antes y sonriendo repiten: ¡Pelea, mamá, pelea!

Vinieron a mi memoria estas escenas al buscar información sobre el VI Encuentro Mundial de las Familias, que durante la presente semana se realiza en la ciudad de México.

Es preocupante y ocupante, la violencia que se ha desatado dentro de los hogares como consecuencia de la ambigüedad con que se tratan los actos morales e inmorales. Los padres de hoy, toleran y a veces apoyan: embarazos fuera del matrimonio, amasiatos, alcoholismo, drogadicción, práctica sexual indiscriminada, descarada e irresponsable; holgazanería, groserías y golpes, bajo el techo paterno.  

Algunos padres y madres jóvenes y no tan jóvenes,  no saben lo que quieren ni para donde van, mucho menos lo que valen como hijos de Dios; la publicidad y los medios de comunicación,  los han enajenado y distorsionado su futuro.

 Ante esa interrogante, tomé la Biblia, y encontré la respuesta en Mateo 11,34 – 36. “No piensen que vine a traer la paz a la tierra;  no vine a traer la paz sino la espada.  Vine a poner al hijo en contra de su padre; a la hija en contra de su madre; y a la nuera en contra de su suegra. Cada quien encontrará enemigos en su propia familia”.

Esta desavenencia se origina por el descuido o la inconstancia en la formación de los hijos, cuando las satisfacciones del cuerpo están por encima de las del espíritu. La vida moderna ha roto su relación con la ética y lo religioso, por eso es impostergable que la mujer tome  la espada y pelee sin descanso, hasta que toda su familia retome el buen camino y viva feliz como Dios manda.
Ahora cuando mis hijos digan ¡Pelea Mamá!, ya no me dará pena sino por el contrario, me sentiré orgullosa de hacerlo.

Antonieta B. de De Hoyos                 Enero 13/09.














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