Excelente hijo.., ¡El
tuyo!
Desde hace muchos años,
acudo cada domingo a la primera misa de la mañana en la Parroquia de San Juan,
ubicada en mi colonia Roma.
Esta vez llamó mi
atención el qué, desde hacía varias semanas el sacerdote mencionara en la lista
para pedir por la salud de los enfermos, el nombre de un joven muy apreciado
por la familia, especialmente por mi hijo mayor. Ellos habían forjado una gran
amistad desde su adolescencia, ahora ya pisando la década de los cuarenta
seguían frecuentándose cada vez que les era posible.
Aunque son pocas las
veces que salgo de viaje, en esta ocasión decidí ir por una semana a visitar a mi hija, desafortunadamente fue ese
martes cuando recibí la triste noticia de su fallecimiento, imposible regresar,
sentí en carne propia el dolor intenso de sus padres.
Mi hijo a pesar de la
distancia a donde le han llevado sus compromisos laborales, en cuanto se enteró
de su enfermedad hizo espacio en sus ocupaciones para viajar a los diferentes
lugares donde fue hospitalizado.
Durante varias semanas
en cada conversación que teníamos narraba anécdotas chuscas y describía lugares
a donde habían ido juntos. El destino les marco
rumbos diferentes pero eso no menguó el afecto que se tenían. Como todo
amigo fiel asistió a su funeral.
Este domingo, mi amiga
y su esposo llegaron también a misa y ocuparon una banca al lado del pasillo
donde yo me encontraba. Esperaría el término de la ceremonia para ofrecerle mis
condolencias, tenía que hacerlo a pesar de que lo menos que deseaba era reavivar
el dolor en su corazón.
Fue entonces cuando pensé
que lo mejor sería acercarme al momento de compartir la paz de Dios, tomar su
mano entre las mías y decirle muy bajito que estaba con ella. Así lo hice.
Grande fue mi sorpresa
cuando me dijo al oído “excelente hijo.., el tuyo”. De momento me descontrolé, creí
que se refería a su hijo y no al mío.
Regresé a mi banca y me
preparé para la comunión, seguía escuchando sus amorosas palabras, los ojos se
me anegaron con unas lágrimas furtivas que traté de disimular.
Hablé con Dios y le di
las gracias por el testimonio de mi amiga; las madres siempre estamos con la
duda de no haber educado correctamente a los hijos, pero después de esta experiencia
me reconforté, pareciera que mi labor de tantos años no había sido en vano.
La mayoría de las
madres jamás tenemos como meta la riqueza, ni el poder, ni la presunción; lo
que más deseamos es grabar en el corazón de los hijos el amor y el servicio
al prójimo, el respeto a las leyes divinas, así como agradecer y compartir lo que logren.
Estoy en la recta final, ya nada se puede modificar solo me
queda cosechar lo que para bien o para mal haya sembrado, por eso para mí son extremadamente invaluables estas muestras
de cariño.
Antonieta B. de De
Hoyos. 9/25/19