viernes, 4 de julio de 2014


¡Morimos de pie, como los árboles…!

Antes que nada debo reconocer que nos soy aficionada al futbol soccer, que no conozco sus reglas, que no sé porque se dictamina un “tiro de esquina”, “un saque de mano”, “un fuera de lugar”, “un penal”, “un faul” etc. Yo me limito a gritar emocionada cuando entra un gol a la portería contraria y a dejar escapar un lamento cuando sucede en la nuestra.

La verdad es que no veo el mundial completo, quizás los encuentros de los equipos finalistas si alguna de las dos naciones me simpatiza. Contrario a lo que me sucede con las Olimpiadas, estas  las sigo más de cerca porque aprovecho todo espacio libre que me dejan mis tareas domésticas y profesionales para disfrutarlas.

¿Pero que me sucedió el domingo pasado en el encuentro Holanda-México? Pues que se despertó en mí la vena patriotera; organicé los muebles de la sala y agregué cojinetes, quería que toda la familia estuviera cómoda frente al televisor. Esta vez no hubo botanas ni refrescos, estábamos recién almorzados y bastante tensos; todo podía ocurrir.

A pesar de mi ignorancia viví la empatía, percibí a flor de piel su descomunal esfuerzo, observé con detenimiento su agilidad mental para realizar los pases de balón y su tremenda condición física que les permitió soportar: el calcinante sol. Dicen que por el cambio climático la FIFA está considerando modificar el horario de los juegos, sobre todo los que se llevan a cabo al mediodía. Por esa razón, por primera vez les concedió a los jugadores un breve descanso de cinco minutos, para refrescarse y beber agua, como medida preventiva a una insolación, o cosas peores.

De todas formas nuestra selección jugó de manera excepcional, lucharon por más de noventa minutos contra un contrincante superior en estrategia y trayectoria. Seis minutos bastaron para marcar la derrota, yo no sé si cometieron errores los jugadores, el entrenador o el árbitro, pero la victoria no se dio.

Lo que si me consta es que la “verde” jugó como nunca, con un arrojo increíble, se desempeño de manera tan extraordinaria, que me hizo recordar aquellas sabias palabras que me decía mi padre: “En los momentos difíciles nunca se quiebre, muera de pie como los árboles”, cuando me veo en apuros recuerdo su consejo.  

Nuestra selección perdió de pie, jamás inclinó la cabeza, ni se arrodilló. Su mérito es grande, tenemos que sentirnos orgullosos de su trabajo. México perdió ese partido, pero ganó en solidaridad, en entusiasmo, en alegría, en la confianza a sus jugadores en la cancha. El  equipo movió y unificó a las masas, nos llevó a encender miles de veladoras, a elevar millones de plegarias al cielo y a despertar en nuestros corazones de nueva cuenta el agradecimiento.

Por eso, a pesar de que los mexicanos no la estamos pasando del todo bien, sentimos que su valentía fortificó nuestro espíritu de lucha.

Antonieta B. de De Hoyos             julio 5/14

Testimonio de vida de Dawn Stefanowicz.

Será coincidencia o Diosidencia, pero al mismo tiempo que yo leía este testimonio en  internet, en la prensa y las redes sociales se criticaba duramente la postura de un senador panista, que se opone al nuevo estilo de “familia gay” y al aborto, calificándolas como acciones que destruyen la moral de la familia mexicana.

Dawn Stefanowicz fue una  niña criada en un hogar “gay” y piensa que su experiencia de vida puede ayudar a otros niños víctimas de esta situación. Ahora vive en Ontario Canadá y cuenta que en su infancia fue testigo de los intercambios de parejas “gays”. Hoy es una mujer mayor de cuarenta años, madre de dos hijos, con más de  veinte años de feliz matrimonio con su único marido.

Dawn dice: Mi infancia fue muy desordenada, mi padre era homosexual y me expuso a todo un ritmo de vida gay que lamento. Crecer así me dañó, por eso ofrezco ayuda, consejo e información, a otras personas que han sido dañadas con este tipo de familia que no deseo para nadie y que quisiera con toda mi alma, que las leyes españolas y canadienses dejaran de apoyar. Fue en Toronto en los años 60-70, cuando me relacioné con muchas personas de la subcultura GLBT (gay, lesbiana, bisexual, transexual) y donde conocí prácticas sexuales explícitas, con riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual al ser abusada. Mi padre tuvo numerosas parejas a las que no les fue fiel y siempre se lamentó de su vida pasada, fue un niño abusado que creció en constante depresión, inestable en su carácter, lleno de rabia, con  tendencias suicidas y compulsión sexual. Yo lo amé y lo entendí con compasión. En 1991 murió de SIDA, algunas de sus ex parejas también, otras se suicidaron.

Nunca supe lo que era el respeto por la moralidad, la autoridad, el matrimonio o el amor paterno. Tenía prohibido hablar de lo que pasaba en casa…yo lo amaba pero me sentía abandonada y despreciada cuando se iba por varios días con sus compañeros. Soporté el maltrato doméstico homosexual pero, a los doce años busqué consuelo y amor en varios novios. A corta edad escuché charlas sobre placeres carnales, conocí el travestismo, sodomía, pornografía, nudismo gay, lesbianismo, bisexualidad, exhibicionismo, voyerismo, sadomasoquismo, las drogas y el alcohol que desinhibían.

Mi padre vestía unisex, yo no diferenciaba entre hombre y mujer ni sabía lo que era un matrimonio. Vivir así me causó desconfianza, depresión, pensamientos suicidas, miedo, ansiedad, baja autoestima, insomnio y confusión sexual. Mi conciencia y mi inocencia fueron dañadas, afectando mi desarrollo, mi identidad de género, mi bienestar psicológico, mis relaciones con iguales; solo hasta que mi padre, sus parejas sexuales y mi madre murieron, pude hablar públicamente de mis experiencias.

Este valeroso testimonio obliga a terminar con la absurda reclamación de derechos homosexuales-heterosexuales. Y sin generalizar, porque la excepción confirma la regla, cambiemos conductas en ambas partes, para  salvar a niños inocentes de este suplicio.

Antonieta B. de De Hoyos                       6/28/14

La sabiduría de Gurdjieff.

Me gusta leer libros, por eso a donde vaya visito las librerías y compro el que con solo hojearlo me invite a leerlo, no me importa el autor, leo de todo, lo que me obliga a hacer limpias frecuentes en mis libreros y a regalar algunos tomos. De vez en cuando reviso los que permanecen conmigo y al que dejó huella en mí, le doy otra leída.

Este es el caso de un pequeño libro escrito por Pablo Aznavwrian, titulado “Mago ¿Blanco Negro o Mesías del siglo XXI? Es una recopilación de las investigaciones del filosofo griego-armenio George Ivanovitch Gurdjieff, impreso y editado en México en 1977. Esta obra contiene  reglas, sentencias y principios que me ayudaron en la educación de mis hijos y que ahora quiero compartirles a grosso modo.

Primero son cuatro reglas que deben practicarse desde la infancia hasta los dieciocho años para asegurar la paz interior, factor indispensable si se desea una vejez plena: “Amar a sus padres, conservar la pureza sexual, mostrarse cortés con todos y amar el trabajo por sí mismo y no por las ganancias.”

Después, seis sentencias para la convivencia pacífica: “Si quieres ser poderoso, arréglate con la policía; si quieres ser célebre, arréglate con los periodistas; si quieres la paz, entiéndete con tus vecinos; si quieres dormir tranquilo, entiéndete con tu mujer; si quieres ser saciado, entiéndete con tu suegra; si quieres perder la fe, entiéndete con el sacerdote.”

En lo que se refiere al placer sexual recomienda: “Si un adolescente satisface su concupiscencia aunque sea una sola vez antes de alcanzar su mayoría de edad, le sucederá lo que al Esaú de la historia, quien, por su plato de lentejas vendió su primogenitura, es decir el bien de toda su vida. Si el adolescente sucumbe una sola vez a esta tentación, pierde para toda su vida la posibilidad de ser un hombre digno de estima”. Satisfacer este deseo antes de la mayoría de edad hace del adolescente en todos los aspectos, una especie de monstruo.

Por eso es conveniente que espere hasta la edad adulta, cuando ya puede tomar decisiones y responsabilizarse de sus actos. ¿Pero en qué momento se es adulto? el hombre entre los veinte y veintitrés años, la mujer entre los dieciséis y los veinte.

Para que un muchacho se convierta en un verdadero hombre y una jovencita en mujer, deben educarse en los siguientes principios: “A toda desobediencia corresponde un castigo; recibir una recompensa solo si se merece; amar a Dios pero ser indiferente a los santos; sufrir remordimiento por hacer daño a los animales; temer causar una pena a sus padres o educadores; ser impasible hacia diablos, serpientes y ratones; la alegría de contentarse con lo que se tiene; sentir tristeza cuando se pierde la confianza de los demás; tener paciencia para soportar el dolor y el hambre; y el deseo de ganar su pan lo más pronto posible.”

Es una filosofía de vida muy antigua, difícil de llevar en estos tiempos donde el libertinaje y la comodidad imperan; de todos modos creo que reflexionar en ella podría beneficiarnos.   

Antonieta B. de De Hoyos                 Junio 21/14    

 

 

 

 

El padre como guía vital.

Los niños en este tercer milenio confuso y saturado de ideas revolucionarias, necesitan más que nunca la presencia y guía de su padre, labor trascendente en el desarrollo equilibrado de los hijos(as). Es tan importante, que cuando él está en casa los niños presentan menos problemas de comportamiento, obtienen mejores calificaciones y disfrutan de una economía más estable.

En las últimas décadas con el éxito que obtuvo la mujer en el campo laboral y profesional, la tarea paterna se devaluó tanto que ya ni como proveedor fue requerido, negativa actitud que dio la pauta para que ahora con facilidad las parejas se separen. 

Nadie pensó que cuando un niño tiene un padre en quien confiar; confía, respeta y goza mas de las  relaciones estables con sus compañeros y adultos fuera del hogar, (no hay bullying) porque está protegido contra la depresión, el suicidio, la actividad sexual precoz y el abuso de drogas. El suicidio juvenil se ha acrecentado, quizás por otros motivos, pero la ausencia de papá  podría ser uno de ellos.

El padre expresa su amor a los hijos en los sacrificios que hace en tiempos de crisis o en la vida diaria, momentos en los que comprueba su capacidad de afecto ayudándolos en sus necesidades físicas, emocionales, sociales y espirituales. Cuando el comparte tiempo, actividades y conversaciones, ofrece el apoyo constante que los niños además de necesitar, desean que les dure para siempre en sus vidas.

Al combinar control con calidez y respeto, logra que sus hijos se sientan seguros y disfruten de una  óptima salud mental. Su disposición emocional para involucrarse en la vida del hijo y responder de inmediato a sus necesidades afectivas, permite que éste se desarrolle sano en el aspecto moral, sobre todo cuando mantiene la promesa hecha a su hijo o, cuando fija límites que dejan claro qué conductas son aceptables y cuáles no.

La cantidad de tiempo es primordial, pero mucho más importante es cómo reacciona ante las situaciones difíciles por las que atraviesa el hijo. El comportamiento del padre  y la manera como trata a los miembros de la familia  y de la comunidad, son esenciales en la enseñanza que transforma a los hijos en personas de bien.

Las ideas globalizadas han descontrolado estilos de vida tradicionales, hay muchos intereses económicos creados para desvirtuar la figura paterna y desintegrar a las familias; tenemos que conservar el matrimonio hombre-mujer; porque las calles están llenas de niños y jóvenes desorientados en su sexualidad, en prostitución, drogas y alcohol.

Busquemos la equidad de género, sí, pero sigamos admirando, solicitando y agradeciendo la presencia del buen padre como guía vital de nuestros hijos. La clave es sembrar el amor y la lealtad de nueva cuenta en las parejas y por la felicidad de los hijos que es la nuestra, dejar de lado diferencias. 

Antonieta B. de De Hoyos                     junio 14/14