jueves, 31 de mayo de 2018


La parábola budista.  
Las relaciones interpersonales nos pueden traer satisfacción y felicidad, pero también  a veces son causa de insatisfacción e infelicidad. Todos los días lidiamos con situaciones que tienen estas dos caras opuestas, por esa razón una de las claves para ser feliz es aprender a ignorar las palabras, actitudes y comportamientos de otros.
Ignorar es cuestión de salud mental porque hay relaciones que además de perturbar nos impiden avanzar y desarrollar nuestro potencial. Lo esencial es darnos cuenta a tiempo de que estamos dentro de una relación tóxica, donde nosotros somos los más perjudicados, es preciso salir de esa telaraña en la que nos hemos metido. Lo cierto es que nunca me había puesto a pensar que ignorar es un arte, desde siempre creí que era una grave falta de educación.
Cuentan que una vez un hombre se acercó a Buda, y sin decir palabra le escupió a la cara. Los discípulos se enfurecieron. El más cercano pidió a Buda permiso para darle su merecido. Buda se limpió la cara y contestó: “No yo hablaré con él” y uniendo las palmas de sus manos, hizo una reverencia y dijo al hombre: ¡Gracias! ¡Muchas gracias! “Me has permitido comprobar que la ira me ha abandonado, mientras a mis discípulos todavía les invade”. El hombre no creía lo que oía, se sintió conmocionado y apenado.
Con  esta parábola queda claro lo que significa ignorar, palabra que a menudo se le da un significado negativo, que lleva a pensar que somos malas personas si lo hacemos.
Ignorar, es no permitir que las palabras, actitudes y comportamientos dañinos de los demás alteren nuestra paz interior. No es necesaria la violencia, ni cometer malas acciones, es simplemente crear una capa protectora a nuestro alrededor.
Aprender a ignorar a ciertas personas en ciertos momentos, no implica alejarse de ellas, todos tenemos momentos buenos y malos, tampoco es una forma de venganza ni de menosprecio, es solo una forma de protegernos.
Tenemos que aprender a ignorar las críticas destructivas, a no permitir ser juzgado sin que se pongan primero en nuestro lugar, jamás aceptar las malas acciones, por el contrario reafirmar nuestros propios valores e intereses para seguir adelante. Nunca permitir que nos controlen a través de manipulaciones emocionales, ni escuchar comentarios que involucren nuestra responsabilidad, sensaciones de culpa, incluso de cariño, cuando se deban tomar decisiones importantes. 
Cometemos un grave error al pensar que cuando una persona sufre una ofensa y permanece seria, con una mirada impasible, una tierna sonrisa y contesta con palabras suaves, despacio, como si meditara lo que va a decir para no herir, sea porque está viejo.
¡Que equivocados estamos!, es una verdadera lástima que en occidente, aún no aprendamos a dominar la ira, como el Buda de la parábola.
Antonieta B. de De Hoyos.              5/30/18

lunes, 28 de mayo de 2018


Por qué las parejas ya no quieren tener  hijos.
En la actualidad ha ido en aumento la cantidad de parejas que ya se plantean no tener  hijos, obligados por el futuro que nos ofrece el cambio climático. Y aunque es una teoría que aún no consta de demasiados estudios que la avalen, ya empieza a circular un extenso reportaje repleto de testimonios personales.
Hombres y mujeres consideran que dadas las previsiones de futuro que existen debido al cambio climático, no es sensato traer más niños al mundo. A la fecha solo hay una organización que estudia y recoge evidencias, sobre la manera en que esta afirmación afecta a la reproducción humana y aunque no se trata de un impedimento físico, si lo provoca la proliferación de anuncios alarmantes que alteran la cotidianidad.
Estas informaciones influyen mucho en personas jóvenes y adultas, al momento de decidir ser padres o no. Algunos piensan que traer un bebé al mundo en estas condiciones es una irresponsabilidad,  porque ya somos demasiados los habitantes. Las multitudes, la contaminación y la escasez de recursos naturales son la prueba.
Otros deciden no tener hijos por el miedo a las penurias futuras que les  esperan, si se confirman los peores pronósticos. Hay quienes llegan a desafiar su religión y en lugar de reproducirse mejor adoptan. Una gran mayoría opta por tener un solo hijo para no contribuir a la sobrepoblación, pero también están aquellos que deciden tener otro para que el primero no viva solo en un mundo hostil.
Dios dijo: “Creced y multiplicaos” poderoso mandato que programa a los humanos para la procreación aunque muchos lo niegan, pero se ha comprobado que en nuestros genes se encuentra el don de la paternidad y de la maternidad, solo que ahora el instinto de supervivencia conduce a proteger a los hijos de los horrores futuros.
También se nos ordena “Proteger la creación”  y eso es lo que hemos descuidado. Lo que realmente apremia, es ejercer la tarea de educar a las generaciones venideras en el respeto y cuidado del medioambiente. Labor que se toma muy en serio en los estudios que realizan  numerosos países, relacionados con la caída de la natalidad.
La vida laboral y familiar se ha complicado, la exagerada promoción a la vida frívola nos induce a relegar deberes, a crecer en el desconocimiento total de los valores éticos, morales y lo más triste a olvidarnos de Dios; factores que influyen mucho a la hora de decidir engendrar o no.
Lo peor es vislumbrar un mundo de adultos mayores, donde no habrá mano de obra ni cuidados amorosos para los ancianos, obligados además a vivir en un espacio de silencio donde no se escuchen las risas y llantos de los niños. Creo que llegó la hora de despertar y educar, para  recuperar al ser humano y a su planeta.
Antonieta B. de De Hoyos                          5/30/18

lunes, 21 de mayo de 2018


No temas a las amenazas.     
Hace unos días leí un artículo que me cautivó, se trata de una magnifica recomendación avalada por las abuelas que dice: “No busques la manera de agradar a otros, lo más importante para el ser humano ha sido y será siempre, agradar a Dios convencidos de que lo mejor llega por añadidura”. En él se invita a seguir luchando contra la adversidad que lastima física y moralmente, a no desfallecer en la lucha por inútil que parezca cualquier esfuerzo.
La modernidad ha colocado a las personas en un escaparate de complacencias, hoy, las honestas que se distinguían por decir la verdad, ya no son bien vistas, ahora los que alcanzan el éxito deben evitar ser sinceros, porque han aprendido que para ser aceptados, tienen que practicar la hipocresía que les permita quedar bien con todos.
Es imposible agradar siempre, y cualquiera que lleve una vida pública o al servicio incondicional de la familia, sabe que esos afectos son inconstantes, que se puede ser muy popular y aceptado un día y al siguiente desaparecer de las preferencias.
Nuestra existencia se complica cuando cargamos con problemas y responsabilidades ajenas, a pesar de estar conscientes de que lo mejor que puede pasarnos, es que con el paso de los años logremos con no pocos sacrificios, terminar nuestras propias tareas.
Por supuesto que no es posible agradar a todos en todo momento, pero sí podemos agradarnos a nosotros mismos en el aspecto humano, ya en el plano espiritual nuestra meta debe ser agradar a Dios.
Cuando nos extralimitamos complaciendo a los demás nos llega la desesperación, y fue precisamente ésta última palabra la que me hizo recordar, a todas aquellas personas que me han confiado lo doloroso que les resulta, perder la tranquilidad y a veces hasta el sueño por condescender.
Ya en confianza me describen la forma en que han tenido que disimular tras una sonrisa y una resignada entrega, sus problemas de salud, su gusto por alguna manualidad, sus ganas de salir a pasear, a divertirse, a descansar o realizar alguno de sus sueños.
Hombres y mujeres le tememos a los pronósticos ancestrales, nos atemoriza escuchar la consabida amenaza cuando nos negamos a complacer…, “se van a quedar solos y abandonados”.
Vivamos la madurez con dignidad y la tercera edad y vejez a plenitud, oremos pues solo Él sabe lo que nos tiene deparado para el final, a lo mejor llegado el momento alguien bondadoso nos atienda. Con mucha fe vivamos cada día, es la única forma de que ni estando en una isla desierta o en un fuerte quebranto de salud, nos sintamos desamparados.   
Antonieta B. de De Hoyos                             5/23/18

domingo, 13 de mayo de 2018


Tres características del maestro Cristiano.
Por Antonieta B. de De Hoyos.
   En este tercer milenio ha sucedido algo muy extraño, un alto porcentaje de personas se han identificado más con la presencia de Dios, que con las normas que dictan las múltiples doctrinas religiosas. Jesucristo se ha colocado en el centro de la fe, es el modelo de maestro en todas las áreas, ha sido y será siempre el guía hasta que nos identifiquemos plenamente con sus enseñanzas.
La primera característica es: ser misericordiosos. Jesús nunca exhibió los errores de sus  discípulos, logró que los pecadores comprendieran su falta sin lastimarlos. Le dijo a la mujer adúltera “vete y no peques más” pero no la avergonzó frente a todos. La caridad debe florecer en la labor de instruir, la disciplina debe impartirse con amor.
   La segunda característica es: ser imparcial. Nunca, quien presuma de buen maestro mostrará preferencia por algún alumno, debe insistir que para ser grande, más o mejor, antes se tiene que aprender a ser humilde y a servir a los demás. Será justo al otorgar un premio, compensación o calificación.
   La tercera característica es: ser ejemplo. La palabra convence, pero el ejemplo arrastra. Lo que significa que nuestro actuar, posee mayor fuerza que todos los consejos que solemos dar. No olvidemos que el maestro (a) es para el alumno como un segundo padre o madre, su influencia es definitiva en su desarrollo.
   Los creyentes sabemos, que tarde o temprano daremos cuenta de nuestros actos, y que como educador la responsabilidad se duplica. Razón por la que jamás se aceptaran  comportamientos deshonestos influenciados por la modernidad, todo lo contrario, estará pendiente de que sus acciones estén encaminadas hacia el bienestar integral de sus discípulos.
   Son barro en sus manos, los va moldeando poco a poco con su sabiduría, por eso el éxito o el fracaso del alumno en su edad adulta, depende mucho de él. Los alumnos lo imitarán en su modo de hablar, de comportarse, de vestir, de divertirse, sobre todo en su peculiar forma de amar a Dios y a sus semejantes.
   Es verdad que una escuela y un colegio se diferencian por la comodidad de sus edificios y el nivel socio económico de las familias, pero también sucede que en   ocasiones se igualan en la calidad humana y profesional de los mentores.
   A lo largo de mi vida he visto a padres de familia cambiar a sus hijos de escuela, cuando se trata de seguir la trayectoria y honorabilidad de un prestigioso maestro. Dicen que en Japón el Emperador sólo se inclina ante los educadores, pues reconoce que sin educadores no habría emperadores justos y sabios. El maestro tiene a su cargo el más trascendente de los ministerios, porque su labor educativa además de hacerla para beneficio de la sociedad, es una misión apostólica en la que tiene la oportunidad de servir a Dios. Yo soy orgullosamente ¡educadora!


Amar la soledad.
Antonieta B. de De Hoyos                                      5/12 /18.
   A un buen número de personas en ocasiones nos encanta disfrutar de la soledad, a pesar de que todavía nuestra sociedad no le dé la importancia que se merece. La mayoría ignora su auténtico significado de amor por la vida y piensan que, quienes la practican son personas  frías.
   A través de los años en lo personal, cada vez que he preferido quedarme en casa para  disfrutar de mi soledad, no ha faltado quien me tilde de amargada. ¿Por qué la gente le teme a la soledad? La verdad es que somos pocos los que encontramos compañía con uno mismo.
   A la soledad se le ha etiquetado de tal manera, que todos quieren evitarla y si les es posible se alejan de los que la ponderan y practican. Lo que no saben es que, el estar solos en nuestra propia compañía es un signo de madurez, inteligencia emocional y un nivel elevado de amor por nuestra persona, misión de vida a la que aspiramos llegar como seres humanos.
   Estar solo es estar contigo, es ser sincero, porque se necesita de mucho valor para enfrentarte a ti mismo, a tus miedos, a los temores que se originan en la soledad. Y dependiendo de la forma en que los manejemos, podemos volvernos mejores personas.
   He leído, que todo  aquel que es capaz de convivir con la soledad y escuchar su corazón, es dueño de su libertad emocional. En este siglo caótico, donde todos tratan de estar afuera, en el ruido en la algarabía; ser libre emocionalmente es un tesoro y vivir con estas características, el más preciado de los bienes. Los que disfrutan de su soledad se respetan a sí mismos y a los que aman, valoran el silencio y saben que decir y cuando callar.
   Cuando amas la soledad te conviertes en mejor pareja, porque la soledad permite ese espacio tan valorado por muchos y tan demandado por otros. A los que nos gusta y necesitamos pasar tiempo con nosotros mismos, nos permite conocernos mejor.
   La soledad nos conecta con nuestra esencia, con la mejor versión de nosotros mismos, la soledad nos muestra que existen cosas más importantes y que no somos el centro del universo. Estar solos permite entender y aceptar la vida como tal para sentirse mejor, aprendemos que nada es para siempre, ni el éxito ni el fracaso, una persona que ama pasar tiempo consigo mismo, regala espacio por donde va.
   La soledad elegida es realmente bella, porque cuando nos alejamos del ruido social disfrutamos el tiempo a plenitud, espacio que depende únicamente de nosotros mismos.
“El hombre que quiere contemplar frente a frente la gloria de Dios en la tierra, debe contemplar esta gloria en la soledad”. -Edgar Allan Poe-

miércoles, 2 de mayo de 2018


¿Por qué no me aman?
Por Antonieta B. de De Hoyos                       5-5-18
A la mejor muy de vez en cuando, pero si hay momentos en que llegamos a pensar que para nadie somos indispensables, es una situación tan delicada que de no ponerle atención, podemos caer en una profunda tristeza a la que llaman depresión, llegando incluso a pensar que pasado el momento de la muerte, ya nadie nos recordará.
A veces de manera sorpresiva sentimos que nuestra vida se endurece, nos creemos solos, desamparados, inservibles, ahí es cuando debemos recordar que para Nuestro Señor, sí somos importantes.  
Yo sé que a muchos nos gustaría que al momento de partir de este mundo los seres que amamos nos recordaran por un largo tiempo pero, para que eso suceda debimos estar presentes de forma continua en la vida de cada uno de ellos.
¿Entonces,  ¿Qué puedo hacer para que la gente me ame y me recuerde con cariño?
Dice la psicología del amor que lo principal es aprender a ser humildes, aunque nos sintamos superiores. Es indispensable saber conjugar estas dos características: humildad y superioridad, porque es la única manera en la que podemos despertar la admiración en los demás y con ello dar un gran paso para ser amados.
 De acuerdo a varias investigaciones, amamos con mayor facilidad a las personas que poseen las cualidades que nosotros no tenemos. La gente amable que dice cumplidos sinceros da felicidad, sobre todo cuando toca una herida emocional, actitud que los vuelve adorables.  
Por amor y solo por amor, permanecemos con una persona. Nuestra mente siempre se inclina hacia intereses superiores, es por eso que nunca sentimos ganas de quedarnos con  alguien, si antes no estamos seguros de que nos importa.
Algunos nos enseñan habilidades que necesitamos, otros nos ofrecen algo que nos beneficia, y es en ese preciso momento cuando nos identificamos con él o con ella, y empezamos a amarle. El amor nos mantiene fiel a los que de algún modo son buenos con nosotros.
Servir desinteresadamente es la más bella acción, pero no debe hacerse todo el tiempo solo cuando de verdad se necesite. Si logramos que las personas se sientan importantes a nuestro lado y conseguimos que parezca grande lo que hacen aunque sea pequeño, lo más probable es que se sientan felices con nosotros y nos amen.
Nunca, de ninguna manera se debe mendigar amor terreno, en todo caso utilicemos esa fuerza, para amar a Dios por encima de todas las cosas, Él siempre nos corresponde.