Tres características
del maestro Cristiano.
Por Antonieta B. de De
Hoyos.
En este tercer milenio ha sucedido algo muy
extraño, un alto porcentaje de personas se han identificado más con la
presencia de Dios, que con las normas que dictan las múltiples doctrinas
religiosas. Jesucristo se ha colocado en el centro de la fe, es el modelo de
maestro en todas las áreas, ha sido y será siempre el guía hasta que nos
identifiquemos plenamente con sus enseñanzas.
La primera
característica es: ser misericordiosos. Jesús nunca exhibió los errores de sus discípulos, logró que los pecadores comprendieran
su falta sin lastimarlos. Le dijo a la mujer adúltera “vete y no peques más”
pero no la avergonzó frente a todos. La caridad debe florecer en la labor de
instruir, la disciplina debe impartirse con amor.
La segunda característica es: ser imparcial.
Nunca, quien presuma de buen maestro mostrará preferencia por algún alumno,
debe insistir que para ser grande, más o mejor, antes se tiene que aprender a
ser humilde y a servir a los demás. Será justo al otorgar un premio,
compensación o calificación.
La tercera característica es: ser ejemplo.
La palabra convence, pero el ejemplo arrastra. Lo que significa que nuestro
actuar, posee mayor fuerza que todos los consejos que solemos dar. No olvidemos
que el maestro (a) es para el alumno como un segundo padre o madre, su
influencia es definitiva en su desarrollo.
Los creyentes sabemos, que tarde o temprano
daremos cuenta de nuestros actos, y que como educador la responsabilidad se
duplica. Razón por la que jamás se aceptaran comportamientos deshonestos influenciados por
la modernidad, todo lo contrario, estará pendiente de que sus acciones estén encaminadas
hacia el bienestar integral de sus discípulos.
Son barro en sus manos, los va moldeando poco
a poco con su sabiduría, por eso el éxito o el fracaso del alumno en su edad
adulta, depende mucho de él. Los alumnos lo imitarán en su modo de hablar, de
comportarse, de vestir, de divertirse, sobre todo en su peculiar forma de amar
a Dios y a sus semejantes.
Es verdad que una escuela y un colegio se
diferencian por la comodidad de sus edificios y el nivel socio económico de las
familias, pero también sucede que en
ocasiones se igualan en la calidad humana y profesional de los mentores.
A lo largo de mi vida he visto a padres de
familia cambiar a sus hijos de escuela, cuando se trata de seguir la trayectoria
y honorabilidad de un prestigioso maestro. Dicen que en Japón el Emperador sólo
se inclina ante los educadores, pues reconoce que sin educadores no habría
emperadores justos y sabios. El maestro tiene a su cargo el más trascendente de
los ministerios, porque su labor educativa además de hacerla para beneficio de
la sociedad, es una misión apostólica en la que tiene la oportunidad de servir
a Dios. Yo soy orgullosamente ¡educadora!
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