domingo, 13 de mayo de 2018


Tres características del maestro Cristiano.
Por Antonieta B. de De Hoyos.
   En este tercer milenio ha sucedido algo muy extraño, un alto porcentaje de personas se han identificado más con la presencia de Dios, que con las normas que dictan las múltiples doctrinas religiosas. Jesucristo se ha colocado en el centro de la fe, es el modelo de maestro en todas las áreas, ha sido y será siempre el guía hasta que nos identifiquemos plenamente con sus enseñanzas.
La primera característica es: ser misericordiosos. Jesús nunca exhibió los errores de sus  discípulos, logró que los pecadores comprendieran su falta sin lastimarlos. Le dijo a la mujer adúltera “vete y no peques más” pero no la avergonzó frente a todos. La caridad debe florecer en la labor de instruir, la disciplina debe impartirse con amor.
   La segunda característica es: ser imparcial. Nunca, quien presuma de buen maestro mostrará preferencia por algún alumno, debe insistir que para ser grande, más o mejor, antes se tiene que aprender a ser humilde y a servir a los demás. Será justo al otorgar un premio, compensación o calificación.
   La tercera característica es: ser ejemplo. La palabra convence, pero el ejemplo arrastra. Lo que significa que nuestro actuar, posee mayor fuerza que todos los consejos que solemos dar. No olvidemos que el maestro (a) es para el alumno como un segundo padre o madre, su influencia es definitiva en su desarrollo.
   Los creyentes sabemos, que tarde o temprano daremos cuenta de nuestros actos, y que como educador la responsabilidad se duplica. Razón por la que jamás se aceptaran  comportamientos deshonestos influenciados por la modernidad, todo lo contrario, estará pendiente de que sus acciones estén encaminadas hacia el bienestar integral de sus discípulos.
   Son barro en sus manos, los va moldeando poco a poco con su sabiduría, por eso el éxito o el fracaso del alumno en su edad adulta, depende mucho de él. Los alumnos lo imitarán en su modo de hablar, de comportarse, de vestir, de divertirse, sobre todo en su peculiar forma de amar a Dios y a sus semejantes.
   Es verdad que una escuela y un colegio se diferencian por la comodidad de sus edificios y el nivel socio económico de las familias, pero también sucede que en   ocasiones se igualan en la calidad humana y profesional de los mentores.
   A lo largo de mi vida he visto a padres de familia cambiar a sus hijos de escuela, cuando se trata de seguir la trayectoria y honorabilidad de un prestigioso maestro. Dicen que en Japón el Emperador sólo se inclina ante los educadores, pues reconoce que sin educadores no habría emperadores justos y sabios. El maestro tiene a su cargo el más trascendente de los ministerios, porque su labor educativa además de hacerla para beneficio de la sociedad, es una misión apostólica en la que tiene la oportunidad de servir a Dios. Yo soy orgullosamente ¡educadora!

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