domingo, 16 de noviembre de 2014


El poder espiritual de una vela encendida.

Para muchas culturas, el encender una vela es un gesto sagrado que puede expresar mucho más, de lo que se puede expresar con palabras, es un gesto de gratitud hacia la divinidad. “Es mejor prender una vela que maldecir las tinieblas” dice el refrán, y realmente el acto de encender una vela marca por si sola un antes y un después, en el instante que lo hacemos. La flama entibia, ilumina, llena de energía y místico poder el ambiente, a la vez que concentra nuestra atención en esa frágil pero potente luz, en las gotas derritiéndose, en la sombra ondulante que se proyecta sobre la pared, se “siente” su aroma, lástima que con las prisas nos olvidemos de los beneficios que brinda.

Al encender una vela basta observar su fuego, sus formas y colores, para que la mente descanse, los pensamientos se disipen, las preocupaciones se alejen. Meditar frente a una fuente de luz cálida como la de una vela, con la mente relajada, permite ver lo que muchas veces la razón impide.

Las velas desintoxican el ambiente de energías negativas, devuelven al entorno armonía y calidez. Si nos sentimos, desprotegidos, tristes, débiles, nada mejor que encender una vela y suplicar la presencia protectora de Dios.

Se acerca la época de Adviento, cuatro semanas en las que podemos renovar nuestra fe y nuestra vida interior. Tiempo en el que si queremos, podemos mejorar nuestro estilo de vida, compromiso personal y comunitario de creyente. Espacio en el que los que creemos en el Evangelio de Jesucristo, reconocemos que cada año lo divino nace y se manifiesta en lo más humano y cotidiano de nuestra existencia. Esta esperanza no se agota en el día a día, al contrario anima todos nuestros instantes, es infinita y sin condiciones, no pasa y no muere, nos abre al más allá, es la esperanza que vence el mal, el dolor y la muerte.

Retomemos la tradición, encendamos cada domingo nuestra vela, ahora más que nunca debemos vivir en el hogar la grandeza del Adviento: cunden las manifestaciones de crisis: crisis del espíritu humano, crisis de logros que antes soñó la humanidad, crisis de confianza en lo que puede el hombre y sus instituciones, en los gobiernos, en los modelos políticos y económicos. Hay desconfianza entre los pueblos y las naciones, no se cree en los líderes espirituales, hay desilusión, desesperanza, hambre, injusticia, violencia, muerte.  No hay futuro, solo incertidumbre, pérdida del sentido de la vida, angustia. Sin embargo, la liturgia católica, en este tiempo de Adviento nos invita una vez más a la espera de la Esperanza, al compromiso y construcción de tiempos mejores...

Saturemos nuestra vida de esa esperanza, fortalezcamos nuestro espíritu, tenemos que crear un mundo mejor, más justo, más humano y más cercano a lo que Dios hizo para nosotros

Por Antonieta B. de De Hoyos                               15/11/14

miércoles, 5 de noviembre de 2014


¿Hasta dónde crees que llega tu fe?

Ayer me enteré que existe un lugar en la web denominado “Cuarenta días por la vida”, me llamó la atención y decidí investigar. Es una campaña que se inicia en España,  formada por grupos de voluntarios que se reúnen para orar, con el propósito de que se  termine la práctica del aborto. Ellos acuden a las clínicas abortivas y frente a sus puertas oran con veladoras encendidas, de no haber lo hacen dentro de las iglesias.  Esta semilla de fe, ayuno y oración ya ha sido sembrada en varios países en los diferentes continentes, sobre todo en aquellos donde las leyes lo permiten. 

¿Creemos los católicos en la oración? Jesús mío que dijiste: “En verdad les digo, pide y conseguirás, busca y encontrarás, llama y se te abrirá”. “En verdad les digo, todo aquello que pidas en mi nombre a mi Padre, Él te lo concederá”.

Desafortunadamente muchos dejamos la oración para después, para cuando tengamos un tiempo libre, lo malo es que siendo poco constantes queremos que se nos conceda de inmediato lo solicitado. Hoy estamos siendo llamados a rezar por esos niños y como verdaderos cristianos debemos unirnos a esa plegaria universal.

¿Cómo  mirarme al espejo cuando me he negado a participar? ¿Cómo entrar al templo y acercarme a comulgar, si he dicho no?  Es cierto que no tenemos tiempo, que nos faltan ganas, a lo mejor convicción, o estamos poco motivados y muy cansados, pero es esta indecisión lo que permite descubrir la firmeza de nuestra fe.

Lo más probable es que con un poco de esfuerzo, este otoño si pudiéramos colaborar  en esta campaña de “40 Días por la Vida”, quizás no frente a clínicas, ni dentro de una iglesia, pero si desde el hogar, agregando a nuestro rezo diario una oración por esta noble causa. Si nuestra fe es auténtica debemos valorar la vida, porque Jesús vino a traernos vida en abundancia.

Hace tiempo escribí un artículo, en el que mencionaba que detrás de un aborto siempre está la figura de una madre, en aquellos años ocultar la deshonra familiar era prioridad y la única salida era el aborto.

Ahora la responsabilidad materna es mayor, porque con sus compromisos laborales y sociales la madre ha descuidado por completo la educación de sus hijas, en las virtudes humanas y cristianas: fidelidad, lealtad, honorabilidad, decencia, pudor, castidad y temor de Dios, enviándolas desprotegidas a un mundo donde las tentaciones y los malos ejemplos abundan, actitudes modernas que van destruyendo el  cuerpo y el alma.

¡No más abortos! ¡No más asesinatos de criaturas indefensas dentro del vientre materno! Dejemos la doble moral y ataquemos de fondo la problemática. Niñas que han crecido en la oscuridad necesitan conocer y hacer uso de anticonceptivos con las consecuencias que conlleva; quizás al final tengan que dar cuentas al Creador de su irreflexiva conducta, pero ¡Jamás de un asesinato!

Por Antonieta B. de De Hoyos                         8/11/14