El poder espiritual de una
vela encendida.
Para muchas culturas, el
encender una vela es un gesto sagrado que puede expresar mucho más, de lo que
se puede expresar con palabras, es un gesto de gratitud hacia la divinidad. “Es mejor prender una vela que maldecir las
tinieblas” dice el refrán, y realmente el acto de encender una vela marca por
si sola un antes y un después, en el instante que lo hacemos. La flama entibia,
ilumina, llena de energía y místico poder el ambiente, a la vez que concentra
nuestra atención en esa frágil pero potente luz, en las gotas derritiéndose, en
la sombra ondulante que se proyecta sobre la pared, se “siente” su aroma,
lástima que con las prisas nos olvidemos de los beneficios que brinda.
Al encender una vela basta
observar su fuego, sus formas y colores, para que la mente descanse, los
pensamientos se disipen, las preocupaciones se alejen. Meditar frente a una
fuente de luz cálida como la de una vela, con la mente relajada, permite ver lo
que muchas veces la razón impide.
Las velas desintoxican el
ambiente de energías negativas, devuelven al entorno armonía y calidez. Si nos
sentimos, desprotegidos, tristes, débiles, nada mejor que encender una vela y
suplicar la presencia protectora de Dios.
Se acerca la época de
Adviento, cuatro semanas en las que podemos renovar nuestra fe y nuestra vida
interior. Tiempo en el que si queremos, podemos mejorar nuestro estilo de vida,
compromiso personal y comunitario de creyente. Espacio en el que los que
creemos en el Evangelio de Jesucristo, reconocemos que cada año lo divino nace
y se manifiesta en lo más humano y cotidiano de nuestra existencia. Esta
esperanza no se agota en el día a día, al contrario anima todos nuestros
instantes, es infinita y sin condiciones, no pasa y no muere, nos abre al más
allá, es la esperanza que vence el mal, el dolor y la muerte.
Retomemos la tradición,
encendamos cada domingo nuestra vela, ahora más que nunca debemos vivir en el
hogar la grandeza del Adviento: cunden las manifestaciones de crisis: crisis
del espíritu humano, crisis de logros que antes soñó la humanidad, crisis de
confianza en lo que puede el hombre y sus instituciones, en los gobiernos, en
los modelos políticos y económicos. Hay desconfianza entre los pueblos y las
naciones, no se cree en los líderes espirituales, hay desilusión, desesperanza,
hambre, injusticia, violencia, muerte. No
hay futuro, solo incertidumbre, pérdida del sentido de la vida, angustia. Sin
embargo, la liturgia católica, en este tiempo de Adviento nos invita una vez
más a la espera de la Esperanza, al compromiso y construcción de tiempos
mejores...
Saturemos nuestra vida de esa
esperanza, fortalezcamos nuestro espíritu, tenemos que crear un mundo mejor,
más justo, más humano y más cercano a lo que Dios hizo para nosotros
Por Antonieta B. de De
Hoyos
15/11/14