Cinco de
junio, día mundial del medio ambiente.
Fue a principios de la década
de los sesenta, cuando los habitantes del planeta nos empezamos a dar cuenta del tremendo daño
ecológico que se estaba cometiendo. A partir de entonces, se inició la difusión
de la cultura medioambiental a través de algunos medios de comunicación, mismos
que informaban a la ciudadanía la manera despiadada como destruían la
naturaleza y el hábitat de los pueblos, empresas transnacionales con la
anuencia de mandatarios sin escrúpulos.
Muy a nuestro pesar, hemos
tenido que aceptar que no tendremos salud individual, si no nos ocupamos de la
salud ambiental, las graves consecuencias de contaminar el agua y el aire, ya
las padecemos en enfermedades respiratorias: alergias, infecciones por
bacterias y virus, etc. De poco servirá lo que hagamos en bien de la sociedad,
si no ejecutamos acciones que beneficien la conservación del medio ambiente.
En la actualidad ya estamos
bien informados, ya sabemos las medidas preventivas, lo único que nos falta es la fuerza
de voluntad para cambiar conductas y es aquí, donde nos adentramos en el campo de la ética y nos
involucramos de verdad, en las relaciones humanas a profundidad.
En los últimos cincuenta años
el medio ambiente ha sido modificado por completo, al punto de poner en peligro
la vida sobre la tierra; motivo suficiente para convertirse en una preocupación
para la ética. Imposible negar que la mayoría de los problemas ambientales, están
relacionados con la intervención impulsiva del hombre, y que estos tienen su
origen en múltiples factores: económico, científico, tecnológico, político,
jurídico y lo social, en conjunto.
Es necesario tomar conciencia,
darnos cuenta que tenemos que vivir de manera diferente, quizás con mayor
sobriedad y aceptando el compromiso de cambiar, porque la vida de cada uno, incluyendo
la de nuestros seres queridos está en juego.
Desgraciadamente mucha gente
no quiere entender que la problemática ambiental existe, prefieren suponer que
nada va a ocurrir a corto plazo ó, que a lo mejor no vivirán para verlo. Los
jóvenes de la década de los sesenta nos dieron una gran lección, no estaban
equivocados al oponerse al uso de Napalm en la guerra de Vietnam, ni al pedir
en su movimiento hippie que se hiciera el amor y no la guerra, conflictos
armados que desde entonces ha traído dolor y muerte. Vertidos de residuos
contaminantes, accidentes nucleares en reactores civiles y transportes
militares, envenenamientos farmacéuticos, derramamientos de petróleo y más,
confirman la necesidad de revisar la política del desarrollo
científico-tecnológico y su relación con la sociedad y la naturaleza.
La ética ambiental para el
siglo XXI nos invita: a pensar, a luchar para que nuestros recursos naturales no se agoten, a dejar de
lado la pasividad y a colaborar con los gobiernos desde la trinchera de nuestro
hogar. ¡Aun estamos a tiempo!
Antonieta B. de De
Hoyos 5/29/13