¡Claro
que si! ¡Feliz año nuevo!
Estamos a unos días de que
concluya este año y si Dios nos lo permite, recibiremos con placer al que
llega. Pero antes de alzar la copa y de comer las uvas, no estaría de más hacer
un recuento rápido, de los sucesos vividos en los trescientos sesenta y cinco
días transcurridos. Inundaciones, robos a domicilio, accidentes caseros y
automovilísticos, asaltos, homicidios, incendios, el fallecimiento de seres
queridos y muchas desdichas más que oscurecieron por completo nuestro existir,
deseando en ocasiones mejor morir.
Todas estas experiencias, algunas de ellas bastante
dolorosas, las consideramos en su momento imposibles de superar, pero ahora a
la distancia, el dolor ha amainado y con la gracia divina hemos resurgido de la
nada, con mayor esplendor como el Ave Fénix.
Lo bueno es que también
tuvimos tiempos intensamente felices, como: reconciliaciones, nacimientos, bodas,
visitas de familiares y amigos, empleos bien remunerados, alimentos, ropa,
diversiones, alivio de enfermedades, el regreso del ausente y hasta uno que
otro lujo.
Pero lo primordial es
recuperar la paz interior, para ello necesitamos aceptar que cada experiencia
trae consigo una lección enriquecedora; a veces, cuanto más aguda la prueba, más
grande la bendición, basta con aquietar el alma para apreciar el milagro.
A lo mejor estos periodos de
angustia son indispensables para que detengamos el rápido andar, para dominar
el exagerado deseo por las cosas materiales; pausa que nos obliga a elevar la
vista al cielo en busca del Creador.
Hablar con Dios, llorar
desconsoladamente en su regazo en los momentos cruciales, es una experiencia
religiosa inenarrable que no cualquiera puede gozar, porque para vivirla se debe tocar fondo, sufrir el dolor de un
corazón desgarrado y reconocer con humildad la pequeñez y fragilidad de la
condición humana.
Es precisamente en este
arrobamiento, cuando sentimos el calor de sus manos sobre nuestra cabeza y escuchamos su compasiva voz
repitiéndonos…! No estás solo! ¡No estás sola! ¡Recuerda que yo estaré contigo
hasta el final de los tiempos!
Por eso, si tenemos la dicha
de ver nacer el nuevo año, será porque hemos sido elegidos para continuar con
redoblado entusiasmo la misión encomendada, oportunidad que podemos aprovechar
para reflexionar y retomar el camino, si es que lo hubiéramos perdido.
Un magnifico propósito como
cristianos, sería profesar por convicción las virtudes teologales: aumentar
nuestra fe, alentar nuestra esperanza y practicar la caridad, compartiendo
todas las bendiciones recibidas con los que sufren mucho más que nosotros.
Por Antonieta B. de De Hoyos Diciembre 28/13