Si nos dejan…
Llegar a la vejez es un
privilegio, es un regalo maravilloso que Dios otorga, pero pareciera que de
acuerdo a la modernidad y a los cánones de belleza, este don debería
desaparecer. Gracias a Dios, aún existen muchas personas que se sienten
orgullosas de lucir su cabello cano, de sus líneas de expresión suavizadas con
una crema facial y de su mesurado andar. Estas personas son especiales, son
felices, avanzan con el tiempo, y a pesar de sufrir los consabidos achaques,
agradecen cada noche y cada amanecer las bendiciones recibidas.
La mayoría de los adultos
mayores son esa clase de gente, que vivió a plenitud cada etapa de su vida,
aprendiendo de los errores y disfrutando al máximo los aciertos. A su edad real
(casi siempre lucen mas jóvenes) no desean más que conservarse sanos, ágiles de
mente y cuerpo, con el propósito de llegar al final de la mejor manera posible,
por el bien propio y el de los hijos.
Desafortunadamente en la
actualidad, vivimos un fenómeno mercantil relacionado con las enfermedades, la
publicidad en su afán de vender su mercancía innova molestias, de manera
especial las que pueden o no presentarse en la edad adulta. Padecimientos leves
o temporales que nuestros antepasados superaron con pequeñas dosis de remedios
naturistas, descanso y buenos alimentos.
Sabemos muy bien que los
órganos internos se deterioran al mismo tiempo que la piel y los músculos, pero
también sabemos que hemos ganado parte de la batalla, si logramos mantener buen
ánimo y un espíritu fortalecido. Dicen que las personas que aman a Dios no
envejecen, yo creo que lo hacemos pero de diferente manera; felices de lo que
se nos fue permitido vivir y agradecidos por lo que esperamos recibir en la
eternidad. Ser adulto mayor no es fácil, es un despertar y un aceptar, es saber
que la distancia se acorta y que nuestras facultades disminuyen poco a poco,
por esa razón no podemos darnos el lujo de perder el tiempo en apariencias,
suposiciones ni complacencias.
Deleitarse con los nietos, es
uno de los muchos placeres que aun nos quedan por disfrutar, pero no lo son
todo, como lo impone la sociedad actual presionada por la carga laboral
femenina. Cuidar niños, cambiar pañales, enseñar a caminar, es una ardua tarea
propia de otra edad. Claro que queremos abrazarlos, mimarlos, arrullarlos en
una mecedora, contarles cuentos, pero no más. Hay abuelas jóvenes dispuestas a
colaborar en la educación y formación de sus nietos, labor en la que no podemos
competir los abuelos de la tercera edad.
Si nos dejan vivir con
serenidad nuestra vejez, seguro que nos esforzaremos en no dar molestias, para
que los padres gocen de tiempo completo a sus queridos hijos.
Antonieta B. de De Hoyos. Diciembre 7/13.
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