Ni opinar, ni enjuiciar.
Cuando escucho debatir sobre
la despenalización de la práctica del aborto, me doy cuenta de que la proponen
varones muy cultos, muy creyentes, pero a la vez muy comodinos. Aunque no deja
de sorprenderme que entre ellos se cuelen también algunas mujeres, que a grito
abierto exigen entre sus derechos (?), el terminar con la vida de un ser
indefenso cautivo dentro de un vientre. Aun con dudas, puedo comprender el
suceso en cuestión si se trata de una violación o de una deformación congénita,
sin olvidar por supuesto que existen otras mujeres que defienden a capa y
espada la vida que gestan.
Pero cuando se trata de
politizar algo, sobran las justificaciones. Todos sabemos que dentro de este
embrollo ocupa un lugar preponderante la presión de los gobiernos del primer
mundo, que exigen parar la desenfrenada natalidad en los países pobres o en
vías de desarrollo como México. Lo cierto es que sin educación sexual, sin
valores personales, sin principios religiosos; los hombres y mujeres de
cualquier edad están expuestos a la
basura que los medios promocionan, información obscena que acicatea los
instintos.
Se espera que despenalizando
el aborto baje de inmediato la natalidad, gracias a los miles de niños no
natos. Las secuelas como niñas o mujeres estériles, infectadas, fallecidas o
con graves alteraciones en su organismo y en su mente, carecen de importancia.
Los médicos y enfermeras que realicen el aborto tendrán que renunciar a su
Juramento Hipocrático y, como no hay bebé tampoco hay delito, el cómplice en
este embarazo queda absuelto de toda responsabilidad.
En los renglones escritos por
Dios no sabemos el por qué suceden algunas cosas, a veces pasa mucho tiempo
antes de que las comprendamos. En los primeros cinco años de mi matrimonio,
durante mi etapa reproductiva sufrí un aborto espontáneo y un parto prematuro,
dos lamentables sucesos que me impidieron acunar entre mis brazos a dos recién
nacidos. ¡No pasó nada dijeron los médicos, es un producto antes de término! Mi
organismo pronto se recuperó, pero no así mi alma. Puedo describir el momento
exacto, el color y forma de la habitación, el hospital, el rostro del médico y
de las enfermeras que me atendieron.
De vez en cuando los “si
hubiera” regresan a mi memoria, porque por
más que me repito que son accidentes de la naturaleza, cuando llega la
nostalgia me vuelvo a cuestionar sobre
lo que pude haber hecho para evitarlo. Pido perdón por mi imprudencia, calculo
la fecha de sus nacimientos: octubre/72-noviembre/74 y desde el fondo de mi
corazón los bendigo.
Ningún hombre puede opinar ni
enjuiciar el aborto, ni clasificarlo como delito o pecado, porque es una
experiencia que jamás sufrirá en carne propia; ninguna mujer que no lo haya
vivido podrá aconsejarlo. Solo aquellas que nos hemos visto en la necesidad de
sobrellevarlo, sabemos lo que verdaderamente significa, el que una vida se trunque.
Antonieta B. de De Hoyos 2/28/15