…¡Envejece conmigo!
Por Antonieta B. de De Hoyos julio 30/16
Cuando vi este artículo me pareció interesante por los buenos consejos que
ofrece, entre ellos se encuentra el que nunca está de más reforzar nuestro
espíritu, en los años en que el envejecimiento se va haciendo notorio.
Las mujeres somos observadoras por naturaleza, quizás porque pasamos mucho
tiempo frente a un espejo al maquillarnos y desmaquillarnos, lo cierto es que
percibimos de inmediato cualquier nueva línea de expresión, en el propio rostro o en el ajeno.
Todos sabemos sin tener que ir a la escuela que crecer es parte de la vida,
y que es una tontería intentar luchar contra esos cambios, que con sutileza van
marcando a la persona. No se trata de conformarte y dejar de arreglarte, todo
lo contrario hay que ser optimistas y conservar en esa línea de expresión que
aparece, la belleza de antaño.
A veces en la desesperación se recurre a pequeños “arreglitos”, que la
cirugía estética ofrece para disimular aunque sea por unos cuantos años, la a
verdadera edad.
Lo malo es que cada vez son más los que caen en esta trampa, razón por la que
ahora nos encontramos a conocidos o amigos ya sexagenarios, con unos ojos muy
abiertos y sin ojeras, una papada recogida, unas mejillas rellenas, que les
hace lucir increíbles, pero al conversar con ellos nos damos cuenta del
tremendo esfuerzo que realizan para coordinar el andar lento y la figura
encorvada, con la frescura de su rostro.
Aconseja una guapa actriz entrada en años, que jamás debe tocarse el
rostro, porque lo único que se logra es traer consigo una máscara sin
expresión, que en pocos años les hará verse peor. Las arrugas y los cambios en
el cuerpo, invitan a revalorar la vida, a no despilfarrarla en vicios ni
fantasías, porque parecer joven no siempre significa poseer el ánimo ni la
brillante mirada que da la auténtica juventud.
Nos asusta que los muchachos no maduren, que no estudien, no trabajen, no
sienten cabeza ni aun estando casados y con hijos; ¿será que como los adultos,
tampoco quieren envejecer?
La publicidad ha logrado que a la gente le importe más su apariencia, que
fortalecer su espíritu de servicio, saberse admirado es una prioridad y por
ello en vez de disfrutar, sufren. Los afortunados que han optado por realizar
actividades humanitarias son tan felices, que no se dan cuenta de que
envejecen, hasta que ya son viejos.
Existir no es pasar el tiempo: es acumular
aventuras, sueños, afectos, experiencias y buenas obras; es aprender a hablar
sin lastimar, es tolerar y no dejar problemas sin resolver.
Que equivocados estamos si creemos que con rejuvenecer el rostro, la vida
se prolonga. La
vejez aun con todas sus incomodidades es un regalo de Dios, llegar a ella en
óptimas condiciones es un éxito; lástima que ahora la mayoría de la gente esté
envejeciendo más por cobardía, que por su edad.
¡Vamos, no tengas miedo, envejece conmigo.