viernes, 15 de julio de 2016

Francisco quiere depurarnos…
Por Antonieta B. de De Hoyos                                julio 16/16

Grande fue mi asombro cuando leí que llega de Roma, a la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Sabinas, el párroco Noé Fernando Banda Guerrero para cumplir con las disposiciones de la Diócesis, entre ellas el agilizar el proceso de anulación matrimonial religioso, a quien lo solicite.

El Papa Francisco, en su reforma aprobada,  introduce la sentencia única y la decisión directa del obispo, en los casos más claros. Para llevar a cabo tan  delicada misión la Diócesis de Piedras Negras, asignó a varias personas para que estudien la licenciatura o doctorado en esta especialidad, y dar así un trato adecuado a las parejas.
Esta modalidad, descarta el conocimiento que anteriormente teníamos del matrimonio eclesiástico, ya que ahora al igual que el contrato civil, acorta el moroso y engorroso trámite burocrático, además es rápido y económico. Antes los esposos eran cuestionados por casi diez años para obtener la nulidad, hoy la espera será de escasos meses. 
Las predicciones para el tercer milenio en lo referente a crisis en creencias religiosas no se equivocaron, la iglesia católica no ha sido la excepción, también sufre drásticos cambios en su estructura y en la forma tradicional de vivir la fe sus feligreses.
A mi entender, el Papa con esta medida está realizando un ejercicio de depuración, ya que en las últimas décadas la conducta de la gente dentro y fuera del templo, no es precisamente cristiana, si lo fuéramos, la sociedad actual no estaría tan corrompida. 
Lo cierto es que los Sacramentos ya no se valoran, solo sirven como pretexto para un evento social, los pecados capitales se ignoran y los Mandamientos de la Ley de Dios casi olvidados, son utilizados por comediantes para hacer escarnio de ellos.
Los votos matrimoniales, se escuchan durante la ceremonia como lejanas campanadas al viento, el sacerdote los pronuncia y los novios titubeantes los repiten. Casi nadie se da cuenta de que Dios en ese momento está ahí y que, para que la pareja permanezca unida, Él debe acompañarles.
La vida mundana trae consigo el orgullo, la avaricia, la gula, la lujuria, la pereza, la ira y la envidia, con la consigna de separar. 
Solo aquellos cuyo espíritu ha sido fortalecido por Dios, logran superar las tentaciones y las dificultades hasta el final.
La euforia del momento, impide a los novios grabar en su mente y en corazón lo que repiten: “Prometo serte fiel, tanto en lo próspero como en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarte y respetarte durante todos los días de mi vida” El sacerdote prosigue: “El señor confirme y fortalezca el consentimiento que han manifestado delante de Dios, les colme de bendiciones, y realice en ustedes lo que su bendición promete”
¡Que el hombre no separe lo que Dios ha unido!.






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