Nada es para siempre, ¡solo
la fe!
Creo que durante este mes de
Mayo con tantas alertas de tormentas fuertes y dispersas, me he convertido en una
experta en el manejo de direcciones web que ofrecen los pronósticos de lluvias, temperaturas, torbellinos,
granizadas y tornados.
Ahora enciendo la computadora
y antes que nada veo el curso del clima, al mismo tiempo sintonizo la estación
de radio que ofrece este valioso servicio a la comunidad. Mis dedos han
desgastado el colorido de mi rosario de madera, por las veces que durante el
día y al anochecer rezo pidiendo a Dios su protección.
El sábado por la tarde, a la
hora exacta que lo anunció Wunderground.com, llegó la lluvia, una fuerte tormenta
con vientos huracanados presagiando lo peor. De inmediato toda la familia puso
en marcha el plan trazado con anticipación, debíamos salir lo mejor posible de
este alarmante suceso.
Por vivir a la orilla del
arroyo “El Tornillo”, nos vemos en la necesidad de llevar las camionetas a un
lugar más elevado cuadras adelante, solo mi pequeño auto se guarda en la
cochera de mi hermano Eduardo. Y como las goteras se han multiplicado ya
tenemos un buen número de toallas y cubetas listas para atajarlas.
Por lo fuerte de las lluvias,
cuando menos cuatro veces en veinte días el arroyo se ha desbordado hasta
cubrir parte de la rampa de entrada, incertidumbre que me lleva emocionalmente
a orar y a encender mi cirio bendito al Sagrado Corazón de Jesús. Fue en este estado
de nerviosismo y meditación, que me di cuenta del enorme poder de la naturaleza
y de la firmeza de mi fe, esa fuerza interior que permite ver la misericordia
de Dios en los momentos de mayor peligro.
De acuerdo al pronóstico otra
tormenta llegaría a la medianoche, mis nervios explotaron, recé dos veces mi
rosario pero ni así recuperé la calma, me urgía controlarme. Mi mente en su
desvarío, evocó la terrible experiencia vivida en el mes de junio dos años
atrás, respiré hondo y me obligué a
cancelar los malos recuerdos.
En esos instantes comprendí
que nada es para siempre, ¡solo la fe! Imaginé a los millones de personas que
en otros lugares resisten peores desastres que nosotros, víctimas inocentes
entre las que se cuentan niños, ancianos, mujeres embarazadas, personas con
discapacidad, que por sí solas no pueden salvarse, todo esto aunado al intenso
dolor de perder uno o varios seres queridos en la tragedia.
Con lágrimas en los ojos
susurré: ¡nada es para siempre!. Ni las penas ni las alegrías, ni las cosas ni
los amores, lo único verdadero es el aquí y el ahora cristiano. Cuando asimilé
la sabiduría de este pensamiento me tranquilicé, no sin antes reconocer que la
anhelada serenidad llega, cuando nos convencemos de que la vida está hecha de
momentos. Hoy sé que con fe se logra lo extraordinario y que es ella, la que
nos pone de pie y nos invita ya pasada la tormenta, a reconstruir lo destruido
y a renovar el alma.
Antonieta B. de De
Hoyos Mayo 30/15