domingo, 22 de abril de 2018


Si las lágrimas…,
Por Antonieta B. de De Hoyos                                                   abril / 20/18.
No sé cuántas personas acudieron a la Funeraria a darnos el pésame por el fallecimiento de mi querido hermano Eduardo Luis, no sé cuántas asistieron a las doce del mediodía a la misa de cuerpo presente en la parroquia de San Juan, no sé cuántas personas estuvieron en su homenaje en el Instituto Tecnológico, ni cuantas nos acompañaron hasta el cementerio.
Lo que si percibí a través de mis ojos anegados en llanto, fueron las lágrimas sinceras que nadie pudo contener al acercarse a darme un fuerte abrazo, al tomar mis manos entre las suyas, al  decirme una y otra vez lo mucho que lo querían, respetaban, admiraban y hasta agradecían.
Todo el día estuve en primera fila muy cerca de él, intentando controlar mis emociones, algo que logré muy de vez en cuando. Durante las horas que duró el sepelio, mi admiración hacia mi hermano fue en aumento, eran múltiples los testimonios que sus parientes y amistades le prodigaban. Mientras miraba su féretro llegué incluso a imaginarlo como el buen sembrador, que en su arduo caminar por este mundo había ido esparciendo miles de semillas que dieron buenos frutos. 
La noticia me impactó, confiaba en que aun tendríamos cuando menos una década para convivir, planear, escribir y gozar de sus poemas. Jamás imaginé que su deceso provocara tanta  tristeza en el corazón de quienes le conocieron. Han pasado varios días y continuó recibiendo muestras de ese gran afecto. La  verdad es que yo no sé cuándo dejaré de llorar su ausencia, acepto con humildad la voluntad de Dios y reconozco que Él tiene sus benditos tiempos para cada uno de nosotros.
Fueron tantas las lágrimas derramadas y tantas las que seguimos derramando a causa de su fallecimiento, que pensé: ¨Si cada lágrima derramada fuera un escalón al cielo, mi hermano ya habría subido varias veces.  
Entre todos los consuelos recibidos, una amiga muy querida por mí  me dijo con voz suave lo siguiente: “Toñieta, recuerda la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra.
Sin lugar a dudas esta reflexión tocó mi corazón porque a pesar de que mis ojos no dejaban de llorar, sentí una fuerza espiritual que lentamente recuperaba mi organismo.  
Lo amé intensamente, lo  respeté, admiré su forma de tratar a la gente, gracias a  él me hice mejor persona, ahora solo le pido, le ruego, que desde donde se encuentre me ayude a restaurar  mi corazón destrozado y de paso me devuelva mi alma.
Eduardo, sé que descansas en paz y que ahora estás con los seres que más amamos, ¡Por  eso no te digo adiós, sino hasta pronto! 

miércoles, 11 de abril de 2018


En la vida…
    Por Antonieta B. de De Hoyos                                                                     4/14/18
   Cuando una persona me dice que no le gusta leer, que muy apenas hojea el periódico, o de vez en cuando alguna revista que cae en sus manos, me da una profunda tristeza. Es cierto que hay lecturas vanas, que no sirven para nada, que no dejan nada bueno en la memoria; pero la mayoría, si sabes elegir, te das cuenta de inmediato que te enriquecen, porque tu vocabulario aumenta de forma increíble y tu imaginación sale del letargo, se desborda. Pero lo más importante es, que casi sin darte cuenta tu cultura se acrecienta, tu nivel intelectual se eleva, comprendes mejor las cosas que suceden y a las personas que te rodean.
   Por eso, ahora que leí este valioso artículo, me di cuenta de que bien vale la pena el esfuerzo que se realiza, cuando te decides a leer.
   Lo primero que indica, es reconocer que en la vida ni se gana ni se pierde, ni se fracasa ni se triunfa; se aprende, se crece, se descubre; se escribe, borra y reescribe; se hila, se deshila y se vuelve a hilar. Las maravillas que nos ofrece la vida, crecen despacio y en silencio.
   Pero la más importante de esas características es aprender a CRECER. Esto se logra cuando aceptamos la realidad y con aplomo la vivimos, cuando somos firmes en nuestros ideales y los defendemos, cuando asumimos el destino y lo modificamos si es necesario, cuando miramos sin rencor el pasado, fundando el presente y proyectando el futuro, cuando aprendemos a valorarnos y a valorar  a los demás, cuando defendemos la verdad, cuando la conciencia va acorde con los dictados del corazón y de la mente.
   Aprendemos a CRECER, cuando somos felices escuchando y ayudando a los demás sin esperar nada a cambio, cuando descartamos el cinismo, la cobardía y somos congruentes en todas las circunstancias.
   CRECEMOS, cuando nos respetamos y somos bondadosos, cuando decimos con sinceridad “gracias”, “me equivoqué”, “te amo”, cuando enfrentamos el otoño y el invierno a pesar  de perder hojas y temblar de frio.
   CRECEMOS, cuando ante una mirada hostil o un gesto agresivo respondemos con una sonrisa, cuando nos liberamos de rencores, mentiras y vanidades, cuando volamos como las águilas, nos mantenemos de pie como los árboles y nos iluminamos como una estrella, cuando sabemos que somos capaces de hacer realidad nuestros deseos, cuando amamos, toleramos, lloramos y si es preciso  renunciamos.
   Se CRECE, cuando sabemos que todo lo podemos hacer hasta el último instante de nuestra vida y  doblemente, cuando agradecemos a Dios el haberlo permitido.  

jueves, 5 de abril de 2018


Mírate al espejo.
Por Antonieta B. de De Hoyos                                4/7 /18/
   No sé a qué se deba, pero probablemente para definir el problema deba acudir a un psicólogo, porque desde que tengo uso de razón, léase adolescencia y subsecuentes etapas, al verme en el espejo, platico con él. Me doy los buenos días o las buenas noches, me deseo lo mejor, me apapacho, le agradezco a Dios mis pequeños achaques y mi maravillosa tercera edad. A veces me  regaño por permitir que otros me ofendan y me hagan llorar y de paso me otorgo un pequeño castigo por ser exageradamente sensible, al grado que ese estado de ánimo me impide ser feliz y olvidarme de las bendiciones recibidas.   
   Después de leer esta reflexión, lo que tenía acostumbrado se transformó, porque en ella se informa, que si estás buscando a alguien que cambie tu vida, lo mejor que puedes hacer es mirarte al espejo. La cara es el reflejo del alma, es bastante difícil tener un sufrimiento en el corazón y mostrarte sonriente, muchas madres y esposas si lo logran apoyadas en sus oraciones y en su cercanía con Dios.
   Dicen los que saben, que el rostro es el espejo del alma, y que los ojos son sus intérpretes; será por eso que cada vez que veo la sección de sociales en revistas o periódicos, ¿percibo la felicidad o la tristeza en la persona retratada?
   Ahora, me miro en el espejo de diferente manera y me pregunto: ¿Si hoy  fuera el último día de mi vida, querría hacer lo que estoy haciendo? Si la respuesta es no durante varios días seguidos, es imprescindible que cambie de actitud.
   Lo cierto es que cuando logras lo que deseas en tu lucha por ser alguien, y el mundo te convierte en un triunfador, necesitas acercarte al espejo y mirarte, poner atención a lo que tu imagen te dice, porque no es el juicio que los demás hagan de ti, lo que te debe importar, sino la verdad que te dice el espejo.
   Muchos pueden decirte infinidad de elogios, de adjudicarte todas las virtudes que alimenten tu ego, incluso llegan a decirte que eres el ser más maravilloso que existe en el planeta, mientras el espejo te dice que son fanfarronerías.
   Es al espejo al que debes agradarle, porque tu imagen reflejada estará contigo hasta el final; y si tu espejo es tu más sincero amigo, habrás pasado la prueba más difícil y peligrosa. Podrás engañar durante años a todo el mundo en tu paso por la vida, y obtener palmadas en la espalda en señal de aprobación, pero la última respuesta será un alma angustiada y no pocas lágrimas derramadas a causa de este engaño.
   Dejemos de escrudiñar en el rostro las arrugas o manchas que nos disgustan, miremos con atención la luz que irradia nuestro rostro a través de los ojos y la sonrisa, seguro que hasta nos rejuveneceremos.