Orar en la tercera edad.
Cuando se acerca el día de los fieles difuntos, mi
alma se acongoja ante los recuerdos de aquellos que hicieron
mi infancia, juventud y madurez muy feliz, aun y cuando de acuerdo a mis
creencias, estoy segura de que gozan de la paz de Dios y de que llegado el
momento nos reuniremos con ellos.
En esos pensamientos estaba, cuando me encontré este
artículo en el cual mencionan que el ser humano al entrar a la tercera edad en
su etapa primaria, empieza a darse cuenta del menoscabo que va sufriendo su
organismo pero, con la ventaja de que todavía puede prepararse con calma hacia
lo que el destino le depare.
Esto no es un lamento sino una aceptación de lo que es
imposible de evitar, por eso es necesario que cuando las fuerzas físicas
disminuyan nuestro esquema de oración cambie, que aquellas emotivas frases largas y repetitivas de
antaño se suspendan para dar paso a un
nuevo estilo de “oración discontinua”.
Por eso, y para no cansar la imaginación ni la mente,
un alto porcentaje de las personas mayores optan por orar de manera
intermitente mientras realizan sus labores domésticas, pasean, elaboran
manualidades o alguna otra cosa. Oran por medio de un suspiro amoroso, una
jaculatoria, una frase espontánea dirigida a Jesús, María o al Santo de su
devoción.
Hasta en los días más oscuros y difíciles esta forma
de orar da serenidad al espíritu, a la vez que convierte la vida poco a poco,
en un acto de constante presencia de Dios. La mente fatigada por los años no
aguanta tiempos largos de oración diaria, lo que no quiere decir que se dejará
de orar, sino que se suple el cansancio con otro género de invocación. Atrás
quedan los razonamientos de la meditación, ahora se goza de la satisfacción de
ponerse ante la mirada de Dios y saber con seguridad que Él nos mira.
En la tercera edad, la oración se convierte en un
maravilloso túnel del tiempo donde se
agradece a Dios su eterna misericordia, se pide una y mil veces perdón por los talentos que no fueron utilizados y por
las faltas cometidas en la juventud y madurez, con la esperanza de estar serenos y en paz, cuando llegue el
final.
Después de leer lo anterior debo reconocer el tremendo
error que cometí con mi madre, ya que dentro de
mi ignorancia pensé que por negarse a rezar el rosario y a leer sus oraciones
se había alejado de Dios, cuando en realidad era todo lo contrario, ella se
complacía en la oración discontinua que avivaba su fe.
No falta mucho, para que yo también deje de lado las
rutinas de oración y busque con insistencia, a cualquier hora del día y en mis
noches de insomnio la presencia de Dios, sé que oraré como mi madre, con menos
palabras pero con mayor fervor, en el preciso instante en que mi corazón lo
solicite.
Esta “oración discontinua” en la tercera edad es
maravillosa, porque fortalece el espíritu como nunca antes y minimiza los
temores propios de la adultez.
Por Antonieta
B. de De Hoyos
Oct. / 31/15.