jueves, 29 de octubre de 2015


Orar en la tercera edad.

Cuando se acerca el día de los fieles difuntos, mi alma se  acongoja  ante los recuerdos de aquellos que hicieron mi infancia, juventud y madurez muy feliz, aun y cuando de acuerdo a mis creencias, estoy segura de que gozan de la paz de Dios y de que llegado el momento nos reuniremos con ellos.

En esos pensamientos estaba, cuando me encontré este artículo en el cual mencionan que el ser humano al entrar a la tercera edad en su etapa primaria, empieza a darse cuenta del menoscabo que va sufriendo su organismo pero, con la ventaja de que todavía puede prepararse con calma hacia lo que el destino le depare.

Esto no es un lamento sino una aceptación de lo que es imposible de evitar, por eso es necesario que cuando las fuerzas físicas disminuyan nuestro esquema de oración cambie, que aquellas  emotivas frases largas y repetitivas de antaño se suspendan para dar paso  a un nuevo estilo de “oración discontinua”.

Por eso, y para no cansar la imaginación ni la mente, un alto porcentaje de las personas mayores optan por orar de manera intermitente mientras realizan sus labores domésticas, pasean, elaboran manualidades o alguna otra cosa. Oran por medio de un suspiro amoroso, una jaculatoria, una frase espontánea dirigida a Jesús, María o al Santo de su devoción.

Hasta en los días más oscuros y difíciles esta forma de orar da serenidad al espíritu, a la vez que convierte la vida poco a poco, en un acto de constante presencia de Dios. La mente fatigada por los años no aguanta tiempos largos de oración diaria, lo que no quiere decir que se dejará de orar, sino que se suple el cansancio con otro género de invocación. Atrás quedan los razonamientos de la meditación, ahora se goza de la satisfacción de ponerse ante la mirada de Dios y saber con seguridad que Él nos mira.

En la tercera edad, la oración se convierte en un maravilloso túnel del tiempo donde  se agradece a Dios su eterna misericordia, se pide una y mil veces perdón  por los talentos que no fueron utilizados y por las faltas cometidas en la juventud y madurez, con la esperanza de estar  serenos y en paz, cuando llegue el final. 

Después de leer lo anterior debo reconocer el tremendo error que cometí con mi madre,                       ya que dentro de mi ignorancia pensé que por negarse a rezar el rosario y a leer sus oraciones se había alejado de Dios, cuando en realidad era todo lo contrario, ella se complacía en la oración discontinua que avivaba su fe.  

No falta mucho, para que yo también deje de lado las rutinas de oración y busque con insistencia, a cualquier hora del día y en mis noches de insomnio la presencia de Dios, sé que oraré como mi madre, con menos palabras pero con mayor fervor, en el preciso instante en que mi corazón lo solicite.

Esta “oración discontinua” en la tercera edad es maravillosa, porque fortalece el espíritu como nunca antes y minimiza los temores propios de la adultez.  

 Por Antonieta B. de De Hoyos                                 Oct. / 31/15.  

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