miércoles, 25 de julio de 2018


¡Sé feliz! es muy saludable.   
Dicen los que saben que, si quieres ser feliz debes aprender a disfrutar las cosas y nunca esclavizarte a ellas. Hay que vivir de manera sencilla, tener bellos y grandes sueños, agradecer por todo, amar y reír mucho: esa es la clave. 
El único inconveniente es que hoy todo es relativo, incluso nuestra idea de ser feliz también es relativa. Por eso para unos tener mucho dinero, viajar, poseer un ropero lleno de prendas nuevas, salir de fiesta los fines de semana, comprar un auto nuevo, una casa grande, es su felicidad.
Mientras otros la fincan en sus mejores eventos y aparecer en páginas de sociales. Aunque también existen unos que nunca son felices porque no reciben lo que desean.
Lo cierto es que para ser felices, solo necesitamos intuir la forma en que se mueve el universo y aprender a darle el valor exacto a las cosas del cielo y de la tierra. 
Para lograrlo necesitamos esforzarnos en ser diferentes al montón, en buscar la esencia de ser persona, en disfrutar en su totalidad lo hermoso de la vida tanto en los tiempos buenos como en los malos, ya que en cada una de estas experiencias siempre deja valiosas lecciones que fortalecen el espíritu y conducen a vivir con calidad.    
Hay ocasiones en que los compromisos nos enceguecen, nos aturden, no nos permiten pensar y olvidamos que la verdadera felicidad radica en conservar a la familia unida, en deleitarnos con aquellas sencillas reuniones donde se escuchan las voces de primos hermanos, hijos, tíos, abuelos y amistades más queridas.  
La felicidad radica en vivir sin esa prisa que agobia por querer llegar, es soñar, es llorar, es sonreír, ¡es reír a carcajadas!
Ser feliz es tener el privilegio de sentirte amado, sin sobresaltos ni temores de traiciones, es estar rodeado de afectos, es sembrar amistad, es dar bajo cualquier pretexto un amoroso abrazo, es amar con la mirada y con suaves palabras, es extrañar al ausente y esperar su llegada. 
Para ser feliz basta un sencillo y cálido hogar alejado de riquezas y superficialidades, es  sentarte a la mesa y tomar tus alimentos en santa paz, es saborear una deliciosa tacita de café acompañada de una amena charla, es escuchar un CD  que inspire al corazón.
En fin, ser feliz no cuesta nada y es tremendamente saludable, dicen que la felicidad es gratis y es cierto, porque la podemos encontrar mirando una puesta de sol o, la bendita lluvia caer sobre las tejas, es salir a caminar bien abrigado en una tarde de frio, es esperar con alegría la llegada de la navidad.
Ser feliz es brindar afecto a todos los que se crucen en nuestro camino, es aprender a hacer de la vida una gran aventura pero ante todo, es hacer de nuestras acciones actos de bondad, es intentar no arrepentirte de nada, es estar en paz con uno mismo.
Antonieta B. de De Hoyos                               julio/23/18

viernes, 20 de julio de 2018


Ser agradecido es algo personal.
Cuando no se enseña a agradecer pensamos que la  vida no nos ha dado nada, que todo lo logrado es en base al esfuerzo y la tenacidad. Solo algunos, los más sensibles, los que hemos sido educados dentro de una doctrina religiosa, compartimos estos éxitos con la divinidad.
Desde siempre he respetado las diferentes formas de pensar en todos los tópicos, religión, educación, política etc. Pero muy en el fondo de mi corazón creo que es hermoso crecer sabiendo que todo lo que tengo, es gracias a los que me rodearon durante mis etapas de desarrollo y a la bondad divina, por ejemplo: mi familia tan querida, mis bienes materiales sean muchos o pocos, mis alimentos, mi salud.
Recuerdo esto, porque hace unos días me llegó un correo electrónico donde se enfatiza que Dios no existe, afirmación que en el tercer milenio viene acompañada del conocido  sermón, de que son cosas impuestas por las religiones para no tener que explicar lo inexplicable.
Y aunque mis conocimientos doctrinales no son muy amplios, si conservo en mi mente los principios que mis padres me inculcaron respecto a la existencia de Dios, pero sobre todo el percibir su presencia en mi diario caminar.  
Estoy segura de que muchos como yo en cierto momento de su vida, han experimentado situaciones de extremo dolor, angustia, desesperación, impotencia, al grado de sentir la imperiosa necesidad de hablar con Dios.  
Por eso es importante aprender a agradecer tanto las alegrías como las penas, porque en cada una de ellas se reciben valiosas lecciones que conducen a la madurez, experiencias que confirman, que al contar con el apoyo de un fiel amigo algo dentro de la persona se fortalece y le ayuda a recuperarse.   
Inculcar en los hijos la gratitud y practicarla con el ejemplo dentro y fuera del hogar, los hace más generosos y agradecidos con aquellos que les aman y protegen.  Estamos viviendo en una sociedad inmersa en el materialismo y la violencia, donde un alto porcentaje de la gente se desenvuelve en un ambiente lleno de frivolidad.
La lealtad y la humildad se han quedado fuera, ahora se piensa que desde que nacemos hasta que morimos todo se merece.  
En este atolondrado caminar, en esa euforia que da el sentirse triunfador, fuerte y poderoso, se proclama que todo lo logrado es por propios méritos y se descarta el apoyo de los padres, maestros, amigos, incluso de Dios.    
Dice el dicho “Donde te criaste te quedaste”, pero no está de más hacer un pequeño alto y en silencio echar un vistazo a las terribles y dolorosas desgracias que suceden cerca o lejos de nosotros, este sería un buen momento para agradecer de rodillas cuando menos, las muchas enfermedades y calamidades que no sufrimos en la familia.   
Antonieta B. de De Hoyos                                  7/20/18                  

jueves, 12 de julio de 2018



El enorme poder de las palabras.
Mientras buscaba algo para leer, me encontré con esta acertada recomendación, “Tengamos cuidado con lo que decimos pero sobre todo con lo que escuchamos”. Nunca consideré importante, el que cada uno de nosotros conociéramos el tremendo poder que tienen nuestras palabras, poderío que a veces puede ser de vida o muerte.
 …Hace unos días me levanté completamente desanimada, pensando incluso que mi estancia sobre la tierra ya estaba de más, recordé que mis hijos ya tenían su familia formada y que gracias a sus profesiones la economía en sus hogares estaba en equilibrio. Mis nietos tenían un gran futuro en el que yo, ya no figuraba. Más la vida debía continuar, había que ir al supermercado, mi ánimo no me daba para eso pero el refrigerador y la alacena estaban vacíos. Fue por eso que aunque la imagen reflejada en el espejo no era muy atractiva, me esmeré en mi maquillaje, me vestí como acostumbro y de pasada para atajar el sol candente, me puse mi sombrero de paja tipo tejano que tengo desde hace varias décadas y me dirigí a la cochera. A la entrada de la tienda un señor muy humilde se me acerco con cautela y me dijo…“Perdone señora mi atrevimiento pero se ve usted muy guapa, debería tomarse una foto” estuve a punto de revelarle mi edad, pero mi orgullo femenino me lo impidió. Le di las gracias de una manera muy efusiva, porque sus amables palabras era lo que menos esperaba escuchar, precisamente en los momentos en que mi espíritu estaba tan quebrantado...
En cualquier momento, a veces sin darnos cuenta decimos palabras que roban a los demás su seguridad, su confianza en sí mismos y en el mundo que los rodea, palabras que les disuaden a seguir luchando en tiempos difíciles.
Mi  experiencia vivida, comprueba el gran poder que tienen las palabras sin importar el nivel  de quien las profiere, estas sencillas palabras lo dejaron de manifiesto.
Una voz de aliento a alguien que está en una etapa de abandono, puede ayudarle a terminar de manera espléndida su día, -como me sucedió a mí-, mientras que una palabra negativa  destruye por completo a la persona, sin importar edad ni sexo.
Es necesario hacer una pausa y pensar muy bien antes de hablar, pero mucho más importante es aprender a deshacernos de lo que nos dicen y que nos lastima, ya que en no pocas ocasiones el escucharlas, nos ha llevado a tomar decisiones equivocadas.
Aun así, es preciso calcular bien lo que se va a decir. La reputación y la carrera, al igual que el éxito o el fracaso en las relaciones personales, dependen a veces de la forma en que hablamos.
Las palabras son una ventana que permite a los demás ver el interior de las personas,  descubrir su verdadero yo, porque al hablar se reflejan los sentimientos, pensamientos y emociones que nos caracterizan, por eso es vital examinar a conciencia nuestra forma de expresarnos, tenemos que calcular la fuerza de lo que estamos diciendo o, que nos están diciendo, y considerar las consecuencias. Mejoremos nuestra forma de hablar, mejorando nuestros pensamientos.  
Antonieta B. de De Hoyos                                             7/18/18.


miércoles, 4 de julio de 2018


Dios, la vejez y yo.
En la mitología griega Geras era la personificación de la vejez, y era tenido como compañero inevitable de Tánatos, la muerte. Los dioses respetaban a Geras, pues querían recibir sus honores y valoraban la experiencia que aportaba la vejez, por eso le permitían morar en el Olimpo. También se le veía como el que ponía punto final a las tiranías y los hechos injustos, para que no fueran eternos.
Fue después de una noche de nostalgia, cuando el sueño se aleja para dar paso a los más bellos recuerdos, que decidí hacer esta pequeña investigación.  
“Cuentan que dos personas mayores fueron a dar un paseo para hablar sobre su boda cercana, y pasando por la farmacia entraron para preguntar si vendían píldoras para la artritis, medicamentos para el corazón y sillas de ruedas. Por supuesto que sí, dijo el farmacéutico, ¿qué es lo que desean? Nada, solo que nos gustaría hacer aquí nuestra lista de regalos de boda” Esta pequeña historia nos deja una gran lección y confirma, que el hacerse mayores no es para cobardes.
Lo cierto es que para sentirnos y vernos mejor en estos finos años de envejecimiento, necesitamos cumplir con ciertos requisitos: primero no olvidar los buenos hábitos adquiridos en la niñez y, desechar lo más pronto posible los vicios juveniles como el tabaco y el  alcohol, porque podrían empezar a dañar el organismo.
En lo que se refiere a la alimentación, hay que dejar de lado la glotonería y procurar el ejercicio diario, cuando menos 30 minutos al día tres veces por semana. Dicen que la vejez comienza cuando la mente se estrecha y la cintura se ensancha, por eso es importante que sigamos aprendiendo ya sea a través de la buena lectura, de excelentes programas de televisión, de películas de calidad, de gratas conversaciones y de aceptar con orgullo que ser mayor no significa dejar de crecer.
En lo que se refiere a la vida espiritual es preciso practicar la tolerancia, porque no a todos les reconforta escuchar la Palabra de Dios ni rezar antes de dormir. Aunque esté comprobado que la energía divina, es un excelente cargador de pilas.
Es normal que con los años, nos vayamos haciendo invisibles en lo cotidiano de hijos y nietos, situación que no debe confinarnos al aislamiento todo lo contrario, organicemos desayunos o tardes de café, jugada de cartas, paseo por las tiendas. Queda estrictamente prohibido desanimarse.  
Las canas marcan el paso del tiempo, pero también dan constancia de la sabiduría adquirida gracias a las experiencias buenas o malas, que hemos vivido y superado.
Claro que en cierto momento nos daremos cuenta que ya no estamos en la cima, que ahora vamos de bajada pero con muchas razones para ser optimistas. Está escrito que en la vejez aún podemos florecer, estar vigorosos y hasta convertirnos en guías de inexpertos. Sabemos que esta es la última estación del viaje, motivo suficiente para que hagamos de nuestra vejez un espacio de inusitado gozo.   
Antonieta B. de De Hoyos.                                         7/11/18