Ser agradecido es algo
personal.
Cuando no se enseña a agradecer
pensamos que la vida no nos ha dado nada,
que todo lo logrado es en base al esfuerzo y la tenacidad. Solo algunos, los
más sensibles, los que hemos sido educados dentro de una doctrina religiosa, compartimos
estos éxitos con la divinidad.
Desde siempre he
respetado las diferentes formas de pensar en todos los tópicos, religión,
educación, política etc. Pero muy en el fondo de mi corazón creo que es hermoso
crecer sabiendo que todo lo que tengo, es gracias a los que me rodearon durante
mis etapas de desarrollo y a la bondad divina, por ejemplo: mi familia tan
querida, mis bienes materiales sean muchos o pocos, mis alimentos, mi salud.
Recuerdo esto, porque
hace unos días me llegó un correo electrónico donde se enfatiza que Dios no
existe, afirmación que en el tercer milenio viene acompañada del conocido sermón, de que son cosas impuestas por las
religiones para no tener que explicar lo inexplicable.
Y aunque mis
conocimientos doctrinales no son muy amplios, si conservo en mi mente los
principios que mis padres me inculcaron respecto a la existencia de Dios, pero
sobre todo el percibir su presencia en mi diario caminar.
Estoy segura de que
muchos como yo en cierto momento de su vida, han experimentado situaciones de
extremo dolor, angustia, desesperación, impotencia, al grado de sentir la imperiosa
necesidad de hablar con Dios.
Por eso es importante
aprender a agradecer tanto las alegrías como las penas, porque en cada una de
ellas se reciben valiosas lecciones que conducen a la madurez, experiencias que
confirman, que al contar con el apoyo de un fiel amigo algo dentro de la
persona se fortalece y le ayuda a recuperarse.
Inculcar en los hijos la
gratitud y practicarla con el ejemplo dentro y fuera del hogar, los hace más generosos
y agradecidos con aquellos que les aman y protegen. Estamos viviendo en una sociedad inmersa en el
materialismo y la violencia, donde un alto porcentaje de la gente se
desenvuelve en un ambiente lleno de frivolidad.
La lealtad y la
humildad se han quedado fuera, ahora se piensa que desde que nacemos hasta que
morimos todo se merece.
En este atolondrado
caminar, en esa euforia que da el sentirse triunfador, fuerte y poderoso, se proclama
que todo lo logrado es por propios méritos y se descarta el apoyo de los
padres, maestros, amigos, incluso de Dios.
Dice el dicho “Donde te
criaste te quedaste”, pero no está de más hacer un pequeño alto y en silencio echar
un vistazo a las terribles y dolorosas desgracias que suceden cerca o lejos de
nosotros, este sería un buen momento para agradecer de rodillas cuando menos, las
muchas enfermedades y calamidades que no sufrimos en la familia.
Antonieta B. de De
Hoyos 7/20/18
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