viernes, 20 de julio de 2018


Ser agradecido es algo personal.
Cuando no se enseña a agradecer pensamos que la  vida no nos ha dado nada, que todo lo logrado es en base al esfuerzo y la tenacidad. Solo algunos, los más sensibles, los que hemos sido educados dentro de una doctrina religiosa, compartimos estos éxitos con la divinidad.
Desde siempre he respetado las diferentes formas de pensar en todos los tópicos, religión, educación, política etc. Pero muy en el fondo de mi corazón creo que es hermoso crecer sabiendo que todo lo que tengo, es gracias a los que me rodearon durante mis etapas de desarrollo y a la bondad divina, por ejemplo: mi familia tan querida, mis bienes materiales sean muchos o pocos, mis alimentos, mi salud.
Recuerdo esto, porque hace unos días me llegó un correo electrónico donde se enfatiza que Dios no existe, afirmación que en el tercer milenio viene acompañada del conocido  sermón, de que son cosas impuestas por las religiones para no tener que explicar lo inexplicable.
Y aunque mis conocimientos doctrinales no son muy amplios, si conservo en mi mente los principios que mis padres me inculcaron respecto a la existencia de Dios, pero sobre todo el percibir su presencia en mi diario caminar.  
Estoy segura de que muchos como yo en cierto momento de su vida, han experimentado situaciones de extremo dolor, angustia, desesperación, impotencia, al grado de sentir la imperiosa necesidad de hablar con Dios.  
Por eso es importante aprender a agradecer tanto las alegrías como las penas, porque en cada una de ellas se reciben valiosas lecciones que conducen a la madurez, experiencias que confirman, que al contar con el apoyo de un fiel amigo algo dentro de la persona se fortalece y le ayuda a recuperarse.   
Inculcar en los hijos la gratitud y practicarla con el ejemplo dentro y fuera del hogar, los hace más generosos y agradecidos con aquellos que les aman y protegen.  Estamos viviendo en una sociedad inmersa en el materialismo y la violencia, donde un alto porcentaje de la gente se desenvuelve en un ambiente lleno de frivolidad.
La lealtad y la humildad se han quedado fuera, ahora se piensa que desde que nacemos hasta que morimos todo se merece.  
En este atolondrado caminar, en esa euforia que da el sentirse triunfador, fuerte y poderoso, se proclama que todo lo logrado es por propios méritos y se descarta el apoyo de los padres, maestros, amigos, incluso de Dios.    
Dice el dicho “Donde te criaste te quedaste”, pero no está de más hacer un pequeño alto y en silencio echar un vistazo a las terribles y dolorosas desgracias que suceden cerca o lejos de nosotros, este sería un buen momento para agradecer de rodillas cuando menos, las muchas enfermedades y calamidades que no sufrimos en la familia.   
Antonieta B. de De Hoyos                                  7/20/18                  

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