Dios dijo: ¡ayúdate que
yo te ayudaré!
Cada vez que nos
fijamos una meta ponemos en esta actividad toda nuestra energía y entusiasmo,
pero si al final las cosas no suceden como lo esperábamos, rápidamente pensamos
en el viejo dicho “el hombre propone y Dios dispone”.
Algunas veces caemos en
un estado de extraordinaria euforia, que pasamos por alto detalles muy importantes,
lo que nos lleva luego al fracaso. En cambio en otras ocasiones hasta
exageramos, y tomamos demasiado tiempo en analizar cada paso que damos, porque
no queremos dejar nada al azar.
Lo esencial es que cuando
hayamos decido lo que queremos hacer, lo hagamos completamente convencidos.
La sabiduría dice: “Encomienda
a Dios tus obras y tus pensamientos serán afirmados” lo que significa que todo lo
que hagamos con entusiasmo puede resultar menos difícil, si invertimos un poco
de tiempo en pedirle a Dios su iluminación.
Durante estas últimas
semanas estamos viviendo una situación jamás esperada en nuestra ciudad, país y
alrededor del mundo. Se nos ha ordenado evitar salir a las calles,
cancelar reuniones, no dar besos en las
mejillas ni saludar de mano; al estornudar o toser cubrir nuestra boca con un
pañuelo o con el antebrazo, sobre todo lavar muy bien varias veces nuestras
manos con agua y jabón y usar gel antibacterial.
Se trata de una grave epidemia
convertida ya en pandemia por la rapidez con la que se contagia, que desafortunadamente
conduce a la muerte a los que tienen comprometido su organismo con alguna grave
enfermedad y a los más ancianos.
A mediados del siglo
pasado la sociedad se vio muy influenciada por el materialismo y se alejó de
Dios, pero ahora ante esta desgracia mundial hemos vuelto temerosos la vista al
cielo para implorar su ayuda.
Para enfrentar esta
lucha, necesitamos hacer partícipe a Dios porque para nuestro infortunio habrá
pérdidas de seres queridos causados por esta pandemia.
La cómoda rutina se rompió,
inesperadamente nuestra salud ahora pende de un hilo, por eso urge retomar la fe.
Cuando desafiamos la
adversidad acompañados de la sabiduría de Dios, sentimos un gran alivio, una
inmensa esperanza, estamos seguros que después vencer dependerá sólo de nuestro
esfuerzo y sacrificio.
Obedecer las reglas
lleva al éxito, pero sobre todo impedir a como dé lugar que el estrés nos
invada, él es el culpable de que los males se agranden y empeoren, no dejemos que el miedo nos paralice, seamos
personas de fe.
Oremos a cualquier hora
del día con gran devoción por la salud
propia, la de los que amamos y del mundo entero. Pero no olvidemos que quedarse
en casa es la salvación.
Antonieta B de De
Hoyos
3/25/20.