Aunque sea unos
minutitos.
Desde el anuncio de la
pandemia la vida de todos se complicó, son casi tres meses de vivir con la
angustia de ser contagiado o de que alguien muy querido se contagie, sobre todo
porque conocemos el triste final y no podemos quedar indiferentes ante el dolor
que sufrieron los fallecidos y el de sus familiares.
Por si esto no fuera
suficiente el canal del clima pronosticó para el fin de semana pasado,
tormentas eléctricas, intensas lluvias con granizo, fuertes vientos y
probabilidad de formación de tornados en la zona noreste del país.
Como todas las noches
me encomendé a Dios y pedí la protección para mi familia y todos los que en
algún momento nos viéramos en peligro. La naturaleza de acuerdo con su
filosofía, hace su trabajo sin
consideraciones.
El sábado por la noche
una ráfaga de vortex de tornado enrolló una lámina grande en el poste de C.F.E.
ubicado en la banqueta de mi casa, cayeron ladrillos del cielo que rompieron
casi medio centenar de tejas en el techo, varias laminas grandes quedaron sobre
dos camionetas estacionadas en la calle. Los empleados de Comisión esa misma
noche desenrollaron la lámina y se la llevaron. En pocas horas reanudaron el
servicio de electricidad.
Pero el peligro no
había pasado, la tarde del domingo con vientos impresionantes llegó la tormenta
anunciada que dejó más de dos pulgadas de lluvia en 45 minutos, solo Dios pudo
detenerla y evitar que el arroyo el “Tornillo” se desbordara nuevamente.
Todo este tiempo tuve una
veladora encendida y el rosario entre mis manos, mi fe en la oración es
ilimitada, sé que Dios me escucha, quizás las cosas debían suceder pero estoy
convencida de que Él siempre está a mi lado para ayudarme a superar la
carga.
Por la forma en que mi
vida espiritual se ha ido transformado, sé que el reino de Dios está dentro de
mí, que no necesito de nada para percibirlo a cada instante, Él alivia mi alma
de las penas, su silencio me serena, mi miedo se desvanece, cierro los ojos y
el ruido mundano se acalla. Él me guía y me indica la manera en que debo comportarme,
lo que debo hacer o decir justo cuando lo necesito, es entonces que mi corazón
se llena de paz.
Pasó lo peor y seguimos
encerrados en casa, pero con la mayor fortuna de habernos dado cuenta de que
contamos con la mayor de las libertades para conversar con Dios, en el momento
que lo necesitamos.
Agradezco de rodillas
esos enormes milagros que Dios me concede y que a veces por distraída no los
veo. Despertar, respirar, estar sana, tener una familia y amistades que me
hacen feliz, son solo algunas de las muchas bendiciones que debo agradecer.
Une tus manos y ora
aunque sea unos minutitos, eso llena de gozo el espíritu. En soledad sonríe, porque
estés donde estés y como estés si cuentas con Dios, vas de gane.
Antonieta B. de De Hoyos 5/27/20