¡Dios estuvo ahí!
El sufrir un leve quebranto
de salud me obligó a permanecer en cama y aunque era temprano, tan solo por
romper el tedio encendí la televisión esa mañana. Lo que sucedió después
confirmó lo que llamamos diosidencias, en ese momento se trasmitía la llegada del Papa al Congreso de los
Estados Unidos de Norteamérica.
En el estrado, colocados un
poco más atrás del atril desde donde Francisco dirigiría el discurso, le
esperaban dos personalidades de alto rango en el gobierno. Uno de ellos llamó
poderosamente mi atención, era un hombre maduro con especial galanura que
dejaba entrever que sus años mozos le fueron favorables, pero no fue su varonil
presencia lo que me atrajo, sino el especial brillo de sus ojos en los que se
apreciaba una mirada esperanzadora, algo no acostumbrado en esos recintos donde
el cálculo y la frivolidad prevalecen.
El encargado de la puerta
anunció la presencia de Su Santidad,
el recibimiento fue apoteótico, después de los saludos protocolarios dio inicio
a su disertación. Pausado, con un inglés poco fluido que no mermó para nada, el
énfasis que daba a cada una de sus frases. Con delicadeza, con una diplomacia
de alta escuela fue tocando todos los puntos débiles que se viven en ese país.
Como un adulto mayor pleno de sabiduría divina, nos fue guiando de la oscuridad
a la luz, no solo a los congresistas y magistrados ahí presentes, sino también
a todos los que a miles de kilómetros de distancia estábamos pendientes de su
alocución.
Por instantes imaginé a los
jefes de estado en otros países atentos a sus palabras, algunos quizás con el insano deseo de que se equivocara y encendiera la chispa de odio entre los ciudadanos. Pero no fue así, sucedió lo que
Dios quería que sucediera. Él habló a
través de Francisco, el mundo entero recibió el mensaje, letrados e iletrados
lo comprendimos, lo percibimos. Jamás mencionó a Dios ni a Jesucristo como
seres justicieros, todo lo contrario nos exhortó a la caridad, a cambiar
conductas, a trabajar unidos por el bien del planeta y de los seres humanos que
lo poblamos. Precisó que somos nosotros mismos los que nos equivocamos y sufrimos las consecuencias.
La presencia del Papa, en un
país del primer mundo en América del Norte, ha marcado un parte aguas en la
historia de la Humanidad, bastaron unos minutos para que las almas se
convirtieran, ojalá no lo olvidemos al volver a la rutina y al materialismo que
nos agobia.
Algunos escépticos se
preguntan ¿a que vino? ¿a decir más de lo mismo? Sí,
pero esta vez Francisco habló como Jesús hace más de dos mil años…!con ternura y firmeza!
Por esa razón millones alrededor del
mundo, católicos y no católicos, estamos en oración para que su voz no se
acalle
Por Antonieta B. de De
Hoyos oct. / 3/15.