martes, 30 de diciembre de 2014


Los hombres pueden, deben y quieren regresar.

A lo largo de todo el año que recién termina pude observar el cambio tan drástico, que el hombre tuvo que aceptar en su forma de ser masculino, fuerte, enérgico, valiente; obligado por las presiones sociales de grupos feministas al extremo. No solo cedieron en lo que se refiere a igualdad en el aspecto laboral, salarial, empresarial; en estudios universitarios, posgrados, empleos en la política, administrativos, domésticos, cuidado de niños y permisividad en diversiones en las que muchas veces las mujeres rompen con la moral establecida.

Esta exigencia fue mucho más allá del respeto a la dignidad varonil, también cambió la esencia tradicional del verdadero macho frente a su hembra. Los medios de comunicación, principalmente la televisión, empezaron a promover en sus  telenovelas y espectáculos a hombres débiles de carácter, que ante lo imprevisto o fracaso en el amor lloran desconsolados a pesar de lucir tremendos músculos, producto de extenuantes horas en el gimnasio y beber polvos proteínicos llamados esteroides. Ahora es la mujer la que le acosa, la que seduce, la que triunfa en los negocios, la que pone las reglas en una relación, nada de hijos ni compromisos.

Nos fuimos a los extremos, de una sumisión completa a una desinhibición destructiva.  ¿Ganamos algo? Seguro que sí, pero ya en la balanza debemos reconocer que perdimos más. Ahora miles de mujeres resultan embarazadas y contagiadas por hombres indiferentes que les abandonan a sus suerte y continúan utilizándolas, pero ya sin ningún remordimiento de conciencia porque aunque sea en apariencia, la mujer afirma que ella así lo decidió… ¿será?

La modernidad mal enfocada ha hecho del varón lo que no era, un hombre sin palabra, comodino, golpeador, hasta asesino. De acuerdo a la historia de la humanidad el hombre lleva grabado en su mente y en su corazón las tres “P”: procrear, proteger y proclamar. Su mayor deseo era que su sangre se eternizara en su descendencia, por eso procreaba. Se esforzaba en el sustento y los protegía con su propia vida. Se sentía tan orgulloso de su familia que lo proclamaba a los cuatro vientos, como una advertencia contra aquel  que quisiera hacerles daño: eran sagrados.

En la actualidad no se respeta lo que nuestros antepasados exigían; que la sangre del varón no se desparramara, quedaba prohibido engendrar fuera del matrimonio. En la actualidad existe el riesgo de que se casen hermanos o primos, porque no saben quién fue su padre, los apellidos ruedan por los suelos, los abuelos no saben donde están sus nietos de sangre.

La soberbia invade a los matrimonios, la lucha por el poder esta entablada, ninguno cede y lo que es peor se olvidan de la misión que como hombre y mujer Dios les encomendó. Un buen propósito femenino seria revalorar la presencia de la pareja y amarlo como lo que es, un gran hombre con principios y valores… ¡Feliz 2015!

Antonieta B. de De Hoyos                            enero 3/15 

sábado, 27 de diciembre de 2014


…! Bienvenido 2015!   

 “Atrévete a indignarte por su comportamiento, atrévete a obligarlo a cambiar”, dice Sara Sefchovich, a las madres, hermanas, abuelas y esposas de delincuentes y narcos; socióloga, historiadora, escritora, catedrática, investigadora, traductora y conferencista mexicana. En México la violencia provoca enorme sufrimiento a las personas, desconcertados intentamos saber de qué se trata, qué pasa, cómo y porqué se llegó hasta esta terrible situación. La delincuencia crece cada día, la guerra del narcotráfico invade pueblos, ciudades e instituciones y la impunidad es la nueva ley. El gobierno vuelve su mirada al hogar al no conseguir el control.       

En ¡Atrévete! propuesta hereje contra la violencia en México, Sara Sefchovich concentra toda la responsabilidad en las madres, asegura que no es con líderes, partidos o autoridades gubernamentales sino desde casa, como puede bajársele el índice a la violencia sobre todo a la crueldad, disminuir la delincuencia y vivir en una sociedad menos espantosa que la que tenemos.

Sabemos muy bien que es en el núcleo familiar donde se gestan individuos de calidad, que es ahí donde se renuevan valores y se recupera el sentido humanitario, pero para  lograr este cambio la mujer debe empoderarse y hablar con la verdad, la madre decir al hijo sin titubeos que es un delincuente que violenta y lastima, obligarlo a  despertar.    La autora ofrece ideas concretas que apoyan el cambio de conducta en las familias de los delincuentes y narcotraficantes, aconseja por ejemplo que la madre, la esposa y la hija jamás consientan actos ilícitos, que los parientes no se conviertan en cómplices y que las mujeres no se sientan felices al recibir algo mal habido; todo lo contrario, tienen que rechazarlo, decir que no lo aceptan para que la vida regrese a la normalidad.

El poder lo tienes tú mujer, no lo defiendas, no lo solapes, no lo escondas, no lo ayudes. ¡Atrévete a indignarte por su comportamiento, atrévete a obligarlo a ser mejor persona! La realidad muestra a muchísimas mujeres que se oponen a estas acciones delictivas,  mismas que con lágrimas en los ojos se han arriesgado a correr del hogar a los descarriados, sin obtener buenos resultados. Lamentablemente uno de los factores principales que orilla a la delincuencia es la pobreza extrema tan extendida en la mayoría de los países, gracias a la corrupción e impunidad. Millones de jóvenes sin educación ni oficio se enfrentan al hambre y a la enfermedad intentando equilibrarla a costa de lo que sea.

Lo esencial en esta propuesta de indignación es que si sirve para disminuir la delincuencia, cuando menos en aquellas familias donde la economía es buena pero que por desgracia, algún miembro de la familia es vencido por la tentación del dinero fácil los placeres y el poder. Ser madre es un privilegio, pero conlleva la más grande responsabilidad escrita en el Plan de Dios: educar y evangelizar con amor.

Bienvenido 2015, año en el que los chicos van a saber… ¡Quién es mamá!

Antonieta B. de De Hoyos                            12/ 27/14

¡La otra cartita navideña…!

Estamos en diciembre, a punto de celebrar la Nochebuena y disfrutar los días de la navidad, tiempo en el que los niños escriben emocionados su cartita a Santa Claus. En algunos hogares conservadores donde la fe es más firme, los juguetes los trae el Niñito Jesús, ya más al centro y sur del país esta hermosa tarea de regalar la llevan a cabo los Tres Reyes magos: Melchor, Gaspar y Baltasar.

Esto no tendría nada de extraordinario de no haber aparecido en el internet otra cartita, una  en la que los niños hacen peticiones muy especiales a sus padres. Con su lenguaje  espontáneo, sin ningún temor, revelan sentimientos y señalan los actos incorrectos y dolorosos que hacen a diario, sin fijarse que lastiman su alma infantil.

El divorcio, el abandono, las uniones libres quebrantadas, padres y madres en soltería, niños creciendo bajo la benevolencia de abuelos ya fatigados por la vida, no es lo que ellos anhelaban. En esa carta los niños expresan su dolor, sus ansiedades, sus miedos, su impotencia y frustración. Dicen que a todo se acostumbra uno, quizás a lo bello y agradable, pero a la soledad, al maltrato, al abuso de autoridad, al desamor, a la constante exposición a la violencia, ¡nadie! Es una triste situación que a nivel mundial enfrentan los peques por su inferioridad, a pesar de la vasta promoción de sus Derechos Humanos.

¿Que piden los niños en esa cartita? Que mamá no salga tanto a la calle y se quede en casa, que papá les escuche cuando llegue del trabajo, que iluminen juntos un dibujo, que les cuenten cuentos, que canten y rían con ellos, que los abracen, que no anden con tanta prisa y de malhumor, que sus enojos no terminen en majaderías y golpes; pero sobre todas las cosas que papá y mamá se amen y  permanezcan unidos.

Alguien por ahí dijo que ahora cuidar niños es fácil porque están llenos de esa basura electrónica que los paraliza; ya no corren, ni brincan, ni patinan, ni gritan, ni andan en bicicleta, ahora permanecen recluidos como fieras invernando dentro de la cueva. Desafortunadamente estas peticiones infantiles serán poco escuchadas,  porque para los adultos es menos complicado comprar juguetes.  

Aprovechemos el espíritu navideño para cambiar hábitos, sacrificar placeres, dejar las prisas de lado, estar en calma con los hijos e iniciar una vida en armonía con el amor cristiano. Esta cartita no exige dinero ni posición económica, solo pide un corazón abonado por Jesús, que los motive a ofrecerles lo que necesitan para su desarrollo integral como personas: confianza, afecto, ejemplos de honradez, un hogar estable, paz y una vida espiritual que equilibre su humanidad.

Al elegir esta última cartita, estaremos forjando una mejor sociedad y una excelente familia que nos augura una buena vejez. Pero si además podemos agregar algunos regalitos, tenga la seguridad que estas fiestas les serán inolvidables. Ojalá y todos tengamos una bendecida Nochebuena y una venturosa navidad.  

Antonieta B. de De Hoyos                                 20/12/14.

 

jueves, 11 de diciembre de 2014


Melancolía, nostalgia, tristeza y felicidad.

Creer en el amor y la amistad, nos da más oportunidades de ser felices porque en ese acto de fe, gozamos la esperanza de una vida mejor al término de las celebraciones navideñas y de fin de año. Desafortunadamente para muchos, la navidad es una época triste que recuerda a personas muy queridas que ya no están, y momentos vividos que nunca volverán. La música, los aparadores de las tiendas, los adornos en las calles;  despiertan en nosotros un espíritu más bondadoso, sentimiento que nos permite gozar estas fiestas a  plenitud a pesar de que este año, se vaya con varias metas sin cumplir.

Sentir nostalgia o estar triste en estas fechas es un derecho de todos, no podemos exigirnos que todo sea felicidad, buenas obras y acciones fraternas, pero hay una gran diferencia entre estar entristecido a caer en depresión. Durante estas fiestas la sensibilidad está a flor de piel, por eso es imposible evitar el dolor de la ausencia, ni el evocar momentos de la infancia donde los padres y abuelos estuvieron presentes, ni la nostalgia por los seres queridos que se adentraron en la vida eterna y los hijos que se alejaron del hogar...

Cada quien tiene sus propias razones para afligirse, algunos, los más afortunados no tienen razones para estarlo. La melancolía por las fiestas debe ser circunstancial y momentánea, es un sentimiento normal en nuestra naturaleza humana. Lo enfermizo es dejar que esta sensación se convierta en una tristeza profunda que conduzca a un estado depresivo. Las prisas, los compromisos y el trabajo, impiden la convivencia en las familias, esta temporada decembrina ofrece la ocasión de realizarla.

Para combatir la “tristeza excesiva”, necesitamos hacer de la navidad una época ideal para renovarnos interiormente, retomar su esencia, aclamar el nacimiento de Jesús, porque Él es quien nos da la fuerza para seguir luchando. Adornar los hogares con hermosas Nochebuenas, coronas navideñas, pinitos llenos de listones, moños, luces y esferas, para alegrar la habitación no es suficiente, debemos darle mayor esplendor al pesebre, a ese portalito donde José y María velan el sueño del recién nacido: el redentor.

Esforcémonos porque en cada hogar por humilde que sea, no falte en esta navidad la presencia de la Sagrada Familia, solo así podremos percibir la esencia de la natividad. Invitemos a “acostar al Niño” antes de la cena de Nochebuena, hagamos una pequeña oración, cantemos un villancico, comamos colaciones. Estas acciones llevan al agradecimiento, al arrepentimiento, al deseo de ser mejores personas; la melancolía, la nostalgia y la tristeza se tornan felicidad.

Sin importar religión, ateos o agnósticos, podemos renacer cada año en estas fechas y sentirnos orgullosos de lo poco o mucho que hemos logrado, con la bendición de Dios. Al recordar  los obstáculos superados, la salud recobrada, la conservación de la familia y sin olvidar  las pérdidas y los fracasos, podremos planear de nueva cuenta el futuro, iluminados bajo la luz de la esperanza que nos trae la auténtica navidad.

Antonieta B. de De Hoyos                        13/12/14     

lunes, 8 de diciembre de 2014


Sería el mejor de los regalos. 

Después de compartir la cena y disfrutar de la fiesta de Nochebuena en familia, es bueno que antes de ir a dormir, nos demos un tiempo para pensar y dar gracias por las bendiciones recibidas, hasta en la adversidad. Ya sabemos que el mejor regalo para los hijos no viene envuelto y con moños, el mejor regalo se encuentra en el bondadoso corazón de los padres, de manera muy especial cuando dejan de lado la soberbia, el egoísmo, el deseo de venganza, la frustración y se esfuerzan por cambiar esas conductas negativas que destruyen el hogar.

Renunciar a desbaratar el nido, es el más valioso  regalo que los padres pueden dar a sus hijos, anteponer la estabilidad física y emocional de los peques a sus ambiciones personales, no es nada fácil. Pero lo realmente triste es la incongruencia en la que hoy vivimos: asistimos a misa, comulgamos, rezamos novenas y rosarios, damos limosnas, ayudamos en obras de caridad y hablamos de la presencia de Dios en nuestras vidas, noble actitud de amor al prójimo que se borra en el instante que el ángel descarriado nos susurra al oído…“Tú eres una mujer excepcional no te desperdicies; tú eres un hombre único no te limites  en nada; Dios quiere tu felicidad, búscala donde y con quien mejor te parezca, pero jamás permitas que los hijos te impidan volar y gozar al máximo lo que la vida te da”.

En la actualidad, la irresponsabilidad en los compromisos y la facilidad del divorcio exprés, afecta a millones de criaturas que sufren hasta que logran adaptarse a la separación de sus padres. Dicen que los adultos malvados en su niñez torturaron mascotas, ¿qué nos espera, cuando estos niños lastimados en su mente, corazón y alma, crezcan?  Obvio que para llegar a la separación los problemas de pareja debieron ser grandes, pero ¿no podría ser mayor el amor hacia sus hijos? La ansiedad, angustia, desesperación, impotencia por no poder solucionar el conflicto de sus padres, los endurece; el miedo y el llanto va con ellos, nada les tranquiliza, sus sentimientos los traicionan, se sienten tristes e infelices, algunos hasta desean morir.

Miles de hombres y mujeres se someten a estrictas dietas para adelgazar, duras rutinas de gimnasia para fortalecer músculos, soportan dolorosas cirugías estéticas, no duermen por aumentar su riqueza y lograr una posición social. ¿Por qué no esforzase de la misma manera por conservar el matrimonio?  ¿Por  qué no buscar el apoyo de un psicólogo, un terapeuta de pareja, un guía espiritual, oír los consejos de gente mayor? Y lo más importante, ¿Por qué no buscar a Dios y centrarlo en sus vidas?

Para vivir la maravillosa experiencia de envejecer juntos, es indispensable perdonar setenta veces siete como lo ordenó Jesucristo, ser humildes,  reconocer  en ambos los defectos y las virtudes. Si crees que puedes y estás a tiempo, dale a tus hijos este extraordinario regalo navideño. Haz el propósito de buscar orientación, perdona de corazón y vuelve a amar a tu pareja como aquel primer día…porque ¡SI SE PUEDE! 

Antonieta B. de De Hoyos             6/12/14

…Dejar de sentir

Buscando algo que me motivara para escribir sobre la No violencia contra la mujer, me encontré el siguiente artículo que manifiesta la nobleza masculina de las mayorías, lástima que por razón de espacio debí  sintetizarlo.  

“Hay días que padezco una rara y oscura atrofia sentimental, ésa que parece afectar al menos en apariencia a muchos de los seres humanos que me rodean. Apenas siento, apenas me conmuevo, la sensación es terrible y puede llegar a atormentarme semanas y hasta meses. Por fortuna o por desgracia, mi trabajo subsana de manera involuntaria esta carencia de emociones y aunque en esto de la información uno corre el riesgo de insensibilizarse, de aburrirse hasta el hastío con las desgracias ajenas, en ocasiones las peores noticias son un resorte íntimo y poderoso que despabila nuestro desidioso espíritu.

¡Maldito cretino! -me dice el yo que llevo dentro-. ¿A qué viene esto? ¿De qué te lamentas?, ¿de no tener que llorar?, me pregunta mientras escribo o hablo, sobre el último caso conocido de violencia doméstica, del último macho enfurecido que la ha emprendido a machetazos, así, sin más, con la que consideraba la hembra de su propiedad. Ese macho que le ha lanzado algún ácido a la cara, o la ha estrangulado, o le  ha matado a sus hijos para vengarse, o le ha atormentado hasta la muerte sin piedad. Quién sabe qué razones alegarán estos asesinos para justificar su crimen ante sí mismos, ante la policía, ante la justicia y ante Dios.

Detrás de esas noticias hay situaciones y seres reales, mujeres que viven vidas así de desgraciadas. Me siento culpable por mi impotencia, a la vez que siento repugnancia por el agresor y muchísima compasión por ella y por todas las mujeres, que arrastran silenciosas los padecimientos de la violencia machista, pavoroso olvido social que las condena a la invalidez  o al féretro.

Cuando pienso en ellas, muy dentro de mi alma adormecida me siento afortunado por no ser uno de ellos, por haber sabido evitarlo, por haber recibido la educación oportuna para que la vileza jamás llegara a seducirme, -si es que alguna vez lo intentó-, como a muchos hombres. Cuando pienso en ellas, en esa legión de maltratadas, siento dicha por la mujer que duerme a mi lado, porque ella no sea una de las víctimas, me asusta pensar lo cerca que pudo estar de serlo alguna vez, al lado de otro hombre. A veces,  aunque sólo sea por un instante siento su inmenso dolor, momentos que consiguen conmoverme y ¡vuelvo a sentir!, aunque sea asco”.

El autor de este artículo es David Cantero, periodista y conductor junto a María Casado, del Telediario “Fin de Semana” de TVE. Televisión  española.

Luchemos por no dejar de sentir, que cada nota de violencia contra la mujer nos inspire para ser mejores personas, para esforzarnos en educar a los hijos en el amor cristiano, ese afecto que Dios desea que sintamos los unos por los otros.  

 Antonieta B. de De hoyos                          29/11/14

Días para aprender a meditar.  

No sé por qué, pero apenas se presenta el frio del otoño con sus nublados y vientos fuertes, algo dentro de mí me invita a refugiarme en mi casa, a evitar hasta lo imposible las salidas innecesarias, es como si quisiera un tiempo de descanso después del ajetreado verano, para comunicar el alma con el cuerpo. Es un impulso inesperado que me obliga a reflexionar sobre mis acciones pasadas, hacer cuentas de todas esas cosas que hice o que dejé de hacer consciente o inconscientemente.

Pecaría de ignorante si no reconozco que desde que Dios amanece hasta que anochece, mi mente se llena de toda clase de pensamientos, inclusive mientras intento dormir. Esto no sería ningún problema si este montón de pensamientos me dieran la serenidad y el equilibrio, que necesito para bien vivir. Desafortunadamente la mayoría de las veces no es así, las responsabilidades en mi apostolado, familiares y personales me agobian, es en esos momentos críticos en los que me urge encontrar la paz interior.

De acuerdo con lo que he leído una buena opción para serenar el espíritu es la meditación, hacer un espacio en lo cotidiano para buscar un lugar tranquilo en la salita, en la recámara o en el jardín si el clima lo permite. Hay que poner en orden la mente, las emociones, los sentimientos, único requisito quince minutos de concentración. 

Meditar reduce la ansiedad, la depresión y lo más extraordinario ayuda a prescindir de los antidepresivos, en Estados Unidos los ansiolíticos minan la salud a más de la mitad  de sus habitantes. Pero para formar un nuevo hábito se necesita disciplina, constancia y paciencia, nada se logra de la noche a la mañana, y que mejor momento para iniciarlo que estas semanas de preparación para la natividad. El único inconveniente es que si no cambiamos el bullicioso estilo de vida que llevamos quizás nuestro entorno se mejore, pero no nuestro interior, lo que permitiría al estrés seguir dañándonos.  

La meditación mejora el sistema digestivo, aleja los dolores de cabeza, equilibra la presión arterial, revitaliza el cuerpo; y si mientras meditamos tenemos buenos pensamientos, oramos, agradecemos a Dios sus bendiciones, pedimos por las necesidades de otros; la mente se calma y se coloca en el presente que por más sombrío que nos parezca, siempre ofrece una pequeña luz de esperanza en el horizonte.

La meditación estimula el cerebro, auto sana el organismo, las células se regeneran, las  emociones se aquietan, el sentimiento de felicidad aflora y la compasión se impone. No perdamos la oportunidad de meditar, pensemos en todas las bendiciones recibidas durante el año, en la manera como Dios nos ayudó a superar las desgracias. Nuestro país, el mundo entero está sufriendo y ese enorme dolor nos ha hecho volver la vista al cielo, busquemos en la meditación esa paz interior que apremia surja de nosotros, para  bien de nuestra familia y de los que nos rodean.

Antonieta B. de De Hoyos                         22/11/14