Días para aprender a
meditar.
No sé por qué, pero
apenas se presenta el frio del otoño con sus nublados y vientos fuertes, algo
dentro de mí me invita a refugiarme en mi casa, a evitar hasta lo imposible las
salidas innecesarias, es como si quisiera un tiempo de descanso después del
ajetreado verano, para comunicar el alma con el cuerpo. Es un impulso
inesperado que me obliga a reflexionar sobre mis acciones pasadas, hacer
cuentas de todas esas cosas que hice o que dejé de hacer consciente o inconscientemente.
Pecaría de ignorante si
no reconozco que desde que Dios amanece hasta que anochece, mi mente se llena
de toda clase de pensamientos, inclusive mientras intento dormir. Esto no sería
ningún problema si este montón de pensamientos me dieran la serenidad y el
equilibrio, que necesito para bien vivir. Desafortunadamente la mayoría de las
veces no es así, las responsabilidades en mi apostolado, familiares y
personales me agobian, es en esos momentos críticos en los que me urge
encontrar la paz interior.
De acuerdo con lo que
he leído una buena opción para serenar el espíritu es la meditación, hacer un
espacio en lo cotidiano para buscar un lugar tranquilo en la salita, en la
recámara o en el jardín si el clima lo permite. Hay que poner en orden la mente,
las emociones, los sentimientos, único requisito quince minutos de
concentración.
Meditar reduce la
ansiedad, la depresión y lo más extraordinario ayuda a prescindir de los
antidepresivos, en Estados Unidos los ansiolíticos minan la salud a más de la mitad de sus habitantes. Pero para formar un nuevo
hábito se necesita disciplina, constancia y paciencia, nada se logra de la
noche a la mañana, y que mejor momento para iniciarlo que estas semanas de
preparación para la natividad. El único inconveniente es que si no cambiamos el
bullicioso estilo de vida que llevamos quizás nuestro entorno se mejore, pero
no nuestro interior, lo que permitiría al estrés seguir dañándonos.
La meditación mejora el
sistema digestivo, aleja los dolores de cabeza, equilibra la presión arterial,
revitaliza el cuerpo; y si mientras meditamos tenemos buenos pensamientos,
oramos, agradecemos a Dios sus bendiciones, pedimos por las necesidades de
otros; la mente se calma y se coloca en el presente que por más sombrío que nos
parezca, siempre ofrece una pequeña luz de esperanza en el horizonte.
La meditación estimula
el cerebro, auto sana el organismo, las células se regeneran, las emociones se aquietan, el sentimiento de
felicidad aflora y la compasión se impone. No perdamos la oportunidad de
meditar, pensemos en todas las bendiciones recibidas durante el año, en la
manera como Dios nos ayudó a superar las desgracias. Nuestro país, el mundo
entero está sufriendo y ese enorme dolor nos ha hecho volver la vista al cielo,
busquemos en la meditación esa paz interior que apremia surja de nosotros,
para bien de nuestra familia y de los
que nos rodean.
Antonieta B. de De
Hoyos 22/11/14
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