lunes, 8 de diciembre de 2014


Días para aprender a meditar.  

No sé por qué, pero apenas se presenta el frio del otoño con sus nublados y vientos fuertes, algo dentro de mí me invita a refugiarme en mi casa, a evitar hasta lo imposible las salidas innecesarias, es como si quisiera un tiempo de descanso después del ajetreado verano, para comunicar el alma con el cuerpo. Es un impulso inesperado que me obliga a reflexionar sobre mis acciones pasadas, hacer cuentas de todas esas cosas que hice o que dejé de hacer consciente o inconscientemente.

Pecaría de ignorante si no reconozco que desde que Dios amanece hasta que anochece, mi mente se llena de toda clase de pensamientos, inclusive mientras intento dormir. Esto no sería ningún problema si este montón de pensamientos me dieran la serenidad y el equilibrio, que necesito para bien vivir. Desafortunadamente la mayoría de las veces no es así, las responsabilidades en mi apostolado, familiares y personales me agobian, es en esos momentos críticos en los que me urge encontrar la paz interior.

De acuerdo con lo que he leído una buena opción para serenar el espíritu es la meditación, hacer un espacio en lo cotidiano para buscar un lugar tranquilo en la salita, en la recámara o en el jardín si el clima lo permite. Hay que poner en orden la mente, las emociones, los sentimientos, único requisito quince minutos de concentración. 

Meditar reduce la ansiedad, la depresión y lo más extraordinario ayuda a prescindir de los antidepresivos, en Estados Unidos los ansiolíticos minan la salud a más de la mitad  de sus habitantes. Pero para formar un nuevo hábito se necesita disciplina, constancia y paciencia, nada se logra de la noche a la mañana, y que mejor momento para iniciarlo que estas semanas de preparación para la natividad. El único inconveniente es que si no cambiamos el bullicioso estilo de vida que llevamos quizás nuestro entorno se mejore, pero no nuestro interior, lo que permitiría al estrés seguir dañándonos.  

La meditación mejora el sistema digestivo, aleja los dolores de cabeza, equilibra la presión arterial, revitaliza el cuerpo; y si mientras meditamos tenemos buenos pensamientos, oramos, agradecemos a Dios sus bendiciones, pedimos por las necesidades de otros; la mente se calma y se coloca en el presente que por más sombrío que nos parezca, siempre ofrece una pequeña luz de esperanza en el horizonte.

La meditación estimula el cerebro, auto sana el organismo, las células se regeneran, las  emociones se aquietan, el sentimiento de felicidad aflora y la compasión se impone. No perdamos la oportunidad de meditar, pensemos en todas las bendiciones recibidas durante el año, en la manera como Dios nos ayudó a superar las desgracias. Nuestro país, el mundo entero está sufriendo y ese enorme dolor nos ha hecho volver la vista al cielo, busquemos en la meditación esa paz interior que apremia surja de nosotros, para  bien de nuestra familia y de los que nos rodean.

Antonieta B. de De Hoyos                         22/11/14

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