jueves, 11 de diciembre de 2014


Melancolía, nostalgia, tristeza y felicidad.

Creer en el amor y la amistad, nos da más oportunidades de ser felices porque en ese acto de fe, gozamos la esperanza de una vida mejor al término de las celebraciones navideñas y de fin de año. Desafortunadamente para muchos, la navidad es una época triste que recuerda a personas muy queridas que ya no están, y momentos vividos que nunca volverán. La música, los aparadores de las tiendas, los adornos en las calles;  despiertan en nosotros un espíritu más bondadoso, sentimiento que nos permite gozar estas fiestas a  plenitud a pesar de que este año, se vaya con varias metas sin cumplir.

Sentir nostalgia o estar triste en estas fechas es un derecho de todos, no podemos exigirnos que todo sea felicidad, buenas obras y acciones fraternas, pero hay una gran diferencia entre estar entristecido a caer en depresión. Durante estas fiestas la sensibilidad está a flor de piel, por eso es imposible evitar el dolor de la ausencia, ni el evocar momentos de la infancia donde los padres y abuelos estuvieron presentes, ni la nostalgia por los seres queridos que se adentraron en la vida eterna y los hijos que se alejaron del hogar...

Cada quien tiene sus propias razones para afligirse, algunos, los más afortunados no tienen razones para estarlo. La melancolía por las fiestas debe ser circunstancial y momentánea, es un sentimiento normal en nuestra naturaleza humana. Lo enfermizo es dejar que esta sensación se convierta en una tristeza profunda que conduzca a un estado depresivo. Las prisas, los compromisos y el trabajo, impiden la convivencia en las familias, esta temporada decembrina ofrece la ocasión de realizarla.

Para combatir la “tristeza excesiva”, necesitamos hacer de la navidad una época ideal para renovarnos interiormente, retomar su esencia, aclamar el nacimiento de Jesús, porque Él es quien nos da la fuerza para seguir luchando. Adornar los hogares con hermosas Nochebuenas, coronas navideñas, pinitos llenos de listones, moños, luces y esferas, para alegrar la habitación no es suficiente, debemos darle mayor esplendor al pesebre, a ese portalito donde José y María velan el sueño del recién nacido: el redentor.

Esforcémonos porque en cada hogar por humilde que sea, no falte en esta navidad la presencia de la Sagrada Familia, solo así podremos percibir la esencia de la natividad. Invitemos a “acostar al Niño” antes de la cena de Nochebuena, hagamos una pequeña oración, cantemos un villancico, comamos colaciones. Estas acciones llevan al agradecimiento, al arrepentimiento, al deseo de ser mejores personas; la melancolía, la nostalgia y la tristeza se tornan felicidad.

Sin importar religión, ateos o agnósticos, podemos renacer cada año en estas fechas y sentirnos orgullosos de lo poco o mucho que hemos logrado, con la bendición de Dios. Al recordar  los obstáculos superados, la salud recobrada, la conservación de la familia y sin olvidar  las pérdidas y los fracasos, podremos planear de nueva cuenta el futuro, iluminados bajo la luz de la esperanza que nos trae la auténtica navidad.

Antonieta B. de De Hoyos                        13/12/14     

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