Melancolía, nostalgia, tristeza y felicidad.
Creer en el amor y la amistad, nos da más oportunidades de ser felices
porque en ese acto de fe, gozamos la esperanza de una vida mejor al término de las
celebraciones navideñas y de fin de año. Desafortunadamente para muchos, la navidad
es una época triste que recuerda a personas muy queridas que ya no están, y
momentos vividos que nunca volverán. La música, los aparadores de las tiendas,
los adornos en las calles; despiertan en
nosotros un espíritu más bondadoso, sentimiento que nos permite gozar estas
fiestas a plenitud a pesar de que este
año, se vaya con varias metas sin cumplir.
Sentir nostalgia o estar triste en estas fechas es un derecho de todos,
no podemos exigirnos que todo sea felicidad, buenas obras y acciones fraternas,
pero hay una gran diferencia entre estar entristecido a caer en depresión. Durante
estas fiestas la sensibilidad está a flor de piel, por eso es imposible evitar
el dolor de la ausencia, ni el evocar momentos de la infancia donde los padres
y abuelos estuvieron presentes, ni la nostalgia por los seres queridos que se
adentraron en la vida eterna y los hijos que se alejaron del hogar...
Cada quien tiene sus propias razones para afligirse, algunos, los más
afortunados no tienen razones para estarlo. La melancolía por las fiestas debe
ser circunstancial y momentánea, es un sentimiento normal en nuestra naturaleza
humana. Lo enfermizo es dejar que esta sensación se convierta en una tristeza profunda
que conduzca a un estado depresivo. Las prisas, los compromisos y el trabajo,
impiden la convivencia en las familias, esta temporada decembrina ofrece la
ocasión de realizarla.
Para combatir la “tristeza
excesiva”, necesitamos hacer de la navidad una época ideal para renovarnos
interiormente, retomar su esencia, aclamar el nacimiento de Jesús, porque Él es
quien nos da la fuerza para seguir luchando. Adornar los hogares con hermosas
Nochebuenas, coronas navideñas, pinitos llenos de listones, moños, luces y
esferas, para alegrar la habitación no es suficiente, debemos darle mayor
esplendor al pesebre, a ese portalito donde José y María velan el sueño del
recién nacido: el redentor.
Esforcémonos porque en cada hogar por humilde que sea, no falte en
esta navidad la presencia de la Sagrada Familia, solo así podremos percibir la
esencia de la natividad. Invitemos a “acostar
al Niño” antes de la cena de Nochebuena, hagamos una pequeña oración,
cantemos un villancico, comamos colaciones. Estas acciones llevan al agradecimiento,
al arrepentimiento, al deseo de ser mejores personas; la melancolía, la
nostalgia y la tristeza se tornan felicidad.
Sin importar religión, ateos o agnósticos, podemos renacer cada año en
estas fechas y sentirnos orgullosos de lo poco o mucho que hemos logrado, con
la bendición de Dios. Al recordar los
obstáculos superados, la salud recobrada, la conservación de la familia y sin
olvidar las pérdidas y los fracasos,
podremos planear de nueva cuenta el futuro, iluminados bajo la luz de la esperanza que nos trae la auténtica
navidad.
Antonieta B. de De Hoyos 13/12/14
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