Muchos los quieren, pocos los aman.
Por Antonieta B. de De Hoyos. 4/29/17
Por esas diosidencias de la vida, mientras pensaba en que escribir,
con motivo del día del niño, sin esperarlo escuché un éxito de José José titulado “Amar y querer”, me llamó la
atención la sutileza, con la que marca la diferencia entre querer y amar. Dice
así: “Amar y querer no es igual, amar es sufrir, querer es gozar. El que ama da
su vida al servir. El que quiere vive y no desea sufrir. El que ama no piensa,
se entrega. El querer se acaba, el amar no conoce final. Muchos sabemos querer,
pero pocos sabemos amar”.
En la actualidad nuestros niños poseen demasiadas cosas que les
entretienen, pero carecen del amor verdadero de sus padres, porque si realmente
les amaramos, no habría tanto niño solitario, obeso, sufriendo abuso sexual,
con enfermedades causadas por los excesos en su alimentación; ni tanto niño
frustrado en sus emociones, por no tener lo que la publicidad ofrece, carga que
le agota y aparta del buen camino.
Lo que un niño pide a gritos, a través de su silencio o rebeldía, es
pasar más tiempo con sus padres, es verdad que no fuimos educados para ser
papás, pero si para ser buenos hijos y
eso es lo que debemos trasmitir. La no violencia comienza en casa con el trato
fraterno, valiosa enseñanza que olvidamos cuando solo pensamos en diversiones,
viajes y dinero, en vez de mimos y abrazos.
Triste pero cierto es, que en muchas ocasiones en lugar de pactar,
imponemos la ley del más fuerte por encima de la dignidad del niño, y entre el
trabajo y los compromisos sociales, no percibimos sus cualidades ni
limitaciones, por lo tanto no les indicamos como administrarlas o superarlas.
El respeto a las personas se infunde con el ejemplo, lástima que
nuestra conversación sea un aburrido monólogo adulto lleno de amonestaciones,
indiferencia que nos impide decirle a tiempo como cuidarse. Preferimos
sobreprotegerlo sin pensar que de esa manera, cuando se encuentre solo estará
indefenso.
Las conversaciones breves no le dan la confianza suficiente para
sincerarse, por eso, si lo que queremos es que nuestras palabras le animen y
eleven su auto estima, tenemos que afanarnos en comprenderlo y en que nos
comprenda.
Es muy positivo que reconozcamos su esfuerzo y apreciemos sus logros,
le ayudemos a organizar su tiempo y
estemos al pendiente de que el bullying no lo atrape. No está de más
acostumbrarnos a leer juntos libros acordes a su edad y colaborar de vez en
cuando con su escuela; conocer a sus maestros, a los padres de sus mejores
amigos.
Es bueno poner límites pero también ser flexibles, y hacerles ver que
cualquiera se equivoca, que de los errores se aprende y que cada problema
siempre tiene solución.
Cuidemos su alimentación y animémoslo a hacer deporte. ¡NO! a la
“chatarra” ¡NO! al sobrepeso. Seamos firmes y marquemos horarios. Eduquemos en
las diferencias y en su tolerancia, hagamos que gocen de la vida buena y
aprendan a vivir en armonía, porque el mundo hoy, exige adultos felices desde la
infancia.