miércoles, 26 de abril de 2017

Muchos los quieren, pocos los aman.
Por Antonieta B. de De Hoyos.                                       4/29/17
Por esas diosidencias de la vida, mientras pensaba en que escribir, con motivo del día del niño, sin esperarlo escuché un éxito de José José  titulado “Amar y querer”, me llamó la atención la sutileza, con la que marca la diferencia entre querer y amar. Dice así: “Amar y querer no es igual, amar es sufrir, querer es gozar. El que ama da su vida al servir. El que quiere vive y no desea sufrir. El que ama no piensa, se entrega. El querer se acaba, el amar no conoce final. Muchos sabemos querer, pero pocos sabemos amar”.
En la actualidad nuestros niños poseen demasiadas cosas que les entretienen, pero carecen del amor verdadero de sus padres, porque si realmente les amaramos, no habría tanto niño solitario, obeso, sufriendo abuso sexual, con enfermedades causadas por los excesos en su alimentación; ni tanto niño frustrado en sus emociones, por no tener lo que la publicidad ofrece, carga que le agota y aparta del buen camino.
Lo que un niño pide a gritos, a través de su silencio o rebeldía, es pasar más tiempo con sus padres, es verdad que no fuimos educados para ser papás, pero si para ser buenos  hijos y eso es lo que debemos trasmitir. La no violencia comienza en casa con el trato fraterno, valiosa enseñanza que olvidamos cuando solo pensamos en diversiones, viajes y dinero, en vez de mimos y abrazos.
Triste pero cierto es, que en muchas ocasiones en lugar de pactar, imponemos la ley del más fuerte por encima de la dignidad del niño, y entre el trabajo y los compromisos sociales, no percibimos sus cualidades ni limitaciones, por lo tanto no les indicamos como administrarlas o superarlas.
El respeto a las personas se infunde con el ejemplo, lástima que nuestra conversación sea un aburrido monólogo adulto lleno de amonestaciones, indiferencia que nos impide decirle a tiempo como cuidarse. Preferimos sobreprotegerlo sin pensar que de esa manera, cuando se encuentre solo estará indefenso. 
Las conversaciones breves no le dan la confianza suficiente para sincerarse, por eso, si lo que queremos es que nuestras palabras le animen y eleven su auto estima, tenemos que afanarnos en comprenderlo y en que nos comprenda.
Es muy positivo que reconozcamos su esfuerzo y apreciemos sus logros, le ayudemos a organizar  su tiempo y estemos al pendiente de que el bullying no lo atrape. No está de más acostumbrarnos a leer juntos libros acordes a su edad y colaborar de vez en cuando con su escuela; conocer a sus maestros, a los padres de sus mejores amigos. 
Es bueno poner límites pero también ser flexibles, y hacerles ver que cualquiera se equivoca, que de los errores se aprende y que cada problema siempre tiene solución.

Cuidemos su alimentación y animémoslo a hacer deporte. ¡NO! a la “chatarra” ¡NO! al sobrepeso. Seamos firmes y marquemos horarios. Eduquemos en las diferencias y en su tolerancia, hagamos que gocen de la vida buena y aprendan a vivir en armonía, porque el mundo hoy, exige adultos felices desde la infancia.

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