miércoles, 23 de septiembre de 2015


Sin caridad no hay paz.

El mundo, ahora más que nunca necesita de la paz, nuestro planeta es víctima de la destrucción que en nombre del progreso los seres humanos le estamos ocasionando. Por si fuera poco, a esta contaminación industrial debemos agregarle la catástrofe irreparable que sufre la naturaleza, en los diferentes países donde las guerras y el uso de armas explosivas son constantes. Es cierto que la violencia siempre ha existido, lo malo es la forma en que la hemos ido tolerando, hasta considerarla una conducta habitual.

Ya no nos impresionan las escenas sangrientas en películas y series de televisión, donde las balas, el sexo deliberado y la cruda violencia envenenan la mente del espectador, porque ahora ya no son relatos ficticios, son parte de la cotidianidad en las casas y las calles, noticias que llenan de sangre las paginas principales de revistas y periódicos.

Los historiadores, afirman que el hombre no fue hecho para la guerra sino para la paz, y que ha quedado demostrado que el hombre que vive en la violencia se autodestruye. Lo difícil y complicado es que la paz no se da de inmediato ni por mandato, no se obtiene sin esfuerzo, ni se compra o pide prestada: la paz tiene que nacer del corazón de cada persona, y si no hay paz en el corazón, ¿cómo puede haber paz en una familia, un  pueblo, una nación o en el mundo?

Todos sabemos que es en el hogar donde se aprende a vivir y a construir la paz, esa es la principal obligación de los padres, hacerse responsables de enseñar a sus hijos la manera correcta de comportarse, de tratar a los demás y de resolver los problemas

Lo increíble es, que sea dentro de la familia donde todos se tienen cariño, el lugar donde con más facilidad se puede perder la paz  Lo que significa que la paz es frágil y que tenemos que trabajar en ella cada día para conquistarla.

La paz, no es solo la ausencia de guerra ni de respeto a los demás, la paz se vive cuando se tiene un verdadero sentido de justicia, cuando además de los derechos propios se reconocen los de los demás. 

Por eso, es muy importante que en cada uno de nuestros actos demostremos respeto por la dignidad de las personas, sin importar sexo ni edad,  jamás abusar del débil ni de la autoridad que se posea. Al enseñar a los hijos a distinguir entre el bien y el mal, al formar en ellos una conciencia recta, estaremos colaborando desde nuestra humilde trinchera del hogar, con la paz mundial. Los padres somos la conciencia  externa de los niños por eso son trascendentes nuestros ejemplos, actos y juicios.

La caridad, es un valor esencial para que haya paz, es un valor que determina la calidad de la persona y su capacidad para relacionarse en armonía con los que le rodean. Buscar el bien personal y el de los demás es justamente lo que trae como consecuencia la paz, pero solo el que posee un alma caritativa desarrolla el resto de las virtudes.

 "La caridad glorifica a la humanidad, el egoísmo la rebaja.". Desgraciadamente hace varias décadas, muchos padres dejaron de sembrar esta virtud en el corazón de sus hijos, los que ahora convertidos en mandatarios insensibles, provocan las terribles guerras que matan sin piedad. Ansiamos sociedades justas y pacíficas ¡sí! pero no olvidemos que sin  caridad jamás, en ningún lugar del mundo, gozaremos de la paz.

Antonieta B. de De Hoyos                                            sept.26/15

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