miércoles, 4 de marzo de 2020

Valoremos el tiempo.    
Hoy vienen a mi memoria recuerdos imborrables, bellos, tiernos, conmovedores. Aquella noche de un sábado, cuando en misa de siete pronuncié el “sí quiero” más importante de mi vida.
A partir de entonces la alocada juventud queda atrás, se inicia una nueva forma  de ser,  ya nada será igual, el compromiso contraído no es con la sociedad, no es con el prometido, es con Dios y ya no se vale volver la mirada atrás.
Recuerdo muy bien la ola de buenos deseos que recibimos de amistades y familiares, pero estaba escrito que estos se presentaran alternados con los momentos difíciles.
Llegan los hijos y con ellos las tareas se multiplican, la responsabilidad aumenta, el amor materno florece a la vez que la fe se fortalece.
En las primeras décadas de matrimonio, se aprende a superar la adversidad y a disfrutar los éxitos, son años que pasan casi sin  sentirlos porque se viven experiencias inolvidables como nacimientos, graduaciones, bodas, hasta lo no deseado, esos pequeños quebrantos de salud que alteran la tranquilidad del hogar.
Etapa maravillosa, única. Después, poco a poco con sutileza la situación empieza a cambiar, uno tras otro van llegando los achaques de la edad mayor, se presiente el descenso pero sin temor, porque la amistad con Dios se ha fortalecido.
Es en este tiempo cuando se vislumbra la ancianidad pero ya con un ánimo sereno, porque se ha sembrado en el corazón de los hijos el amor, el respeto y el agradecimiento.  
Afortunadamente mis padres me educaron en la sobriedad, poderosa razón por la que mi meta nunca fue la riqueza y mucho menos vivir de apariencias.
Fui feliz y lo sigo siendo dentro de mi entorno, quizás por eso espero una vejez modesta.
Ahora quiero postrarme ante Dios y agradecer con toda la fuerza de mi alma, su presencia en cada uno de los espacios felices y tristes de mi vida, quiero volver a repetir emocionada aquel “si quiero” con redoblado amor en mi corazón, porque mi mayor deseo es terminar mi existencia sirviendo y amando a mi esposo cómo, o con mayor fuerza que al principio.
Reconozco Señor que gracias a Ti he podido superar a través de los años lo padecido, así como resolver esos  angustiosos problemas que a veces parecen no tener solución.
Hoy sé que debo fortalecer mi espíritu para lo que se avecina, condiciones indispensables para purificar el resto del camino.
Es una lástima que en la actualidad una buena parte de los matrimonios se desunan y no lleguen juntos hasta el final, no imaginan el gozo interno que se vive al luchar contra las tormentas y salir victoriosos. No escatimemos ningún esfuerzo por conservar encendida la chispa del amor joven, porque la recompensa divina es…! Invaluable! 
El amor verdadero es fiel hasta la eternidad.
Antonieta B. de De Hoyos                       3/4/20.

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