Valoremos el
tiempo.
Hoy vienen a mi memoria
recuerdos imborrables, bellos, tiernos, conmovedores. Aquella noche de un
sábado, cuando en misa de siete pronuncié el “sí quiero” más importante de mi
vida.
A partir de entonces la
alocada juventud queda atrás, se inicia una nueva forma de ser,
ya nada será igual, el compromiso contraído no es con la sociedad, no es
con el prometido, es con Dios y ya no se vale volver la mirada atrás.
Recuerdo muy bien la ola
de buenos deseos que recibimos de amistades y familiares, pero estaba escrito
que estos se presentaran alternados con los momentos difíciles.
Llegan los hijos y con
ellos las tareas se multiplican, la responsabilidad aumenta, el amor materno
florece a la vez que la fe se fortalece.
En las primeras décadas
de matrimonio, se aprende a superar la adversidad y a disfrutar los éxitos, son
años que pasan casi sin sentirlos porque
se viven experiencias inolvidables como nacimientos, graduaciones, bodas, hasta
lo no deseado, esos pequeños quebrantos de salud que alteran la tranquilidad
del hogar.
Etapa maravillosa,
única. Después, poco a poco con sutileza la situación empieza a cambiar, uno tras
otro van llegando los achaques de la edad mayor, se presiente el descenso pero
sin temor, porque la amistad con Dios se ha fortalecido.
Es en este tiempo
cuando se vislumbra la ancianidad pero ya con un ánimo sereno, porque se ha sembrado
en el corazón de los hijos el amor, el respeto y el agradecimiento.
Afortunadamente mis
padres me educaron en la sobriedad, poderosa razón por la que mi meta nunca fue
la riqueza y mucho menos vivir de apariencias.
Fui feliz y lo sigo
siendo dentro de mi entorno, quizás por eso espero una vejez modesta.
Ahora quiero postrarme
ante Dios y agradecer con toda la fuerza de mi alma, su presencia en cada uno
de los espacios felices y tristes de mi vida, quiero volver a repetir
emocionada aquel “si quiero” con redoblado amor en mi corazón, porque mi mayor
deseo es terminar mi existencia sirviendo y amando a mi esposo cómo, o con
mayor fuerza que al principio.
Reconozco Señor que
gracias a Ti he podido superar a través de los años lo padecido, así como resolver
esos angustiosos problemas que a veces parecen
no tener solución.
Hoy sé que debo
fortalecer mi espíritu para lo que se avecina, condiciones indispensables para
purificar el resto del camino.
Es una lástima que en
la actualidad una buena parte de los matrimonios se desunan y no lleguen juntos
hasta el final, no imaginan el gozo interno que se vive al luchar contra las
tormentas y salir victoriosos. No escatimemos ningún esfuerzo por conservar
encendida la chispa del amor joven, porque la recompensa divina es…!
Invaluable!
El amor verdadero es
fiel hasta la eternidad.
Antonieta B. de De
Hoyos 3/4/20.
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