Está escrito…
Hace dos semanas cuando el
desánimo me invadió, decidí leer por tercera ocasión el libro “Del sufrimiento
a la paz” escrito por el Padre Larrañaga y fue precisamente el martes antes de
la inundación cuando lo terminé. Lo leí despacio reflexionando y subrayando con
marca texto amarillo, todas aquellas
frases o párrafos que me gustaría volver a leer. El mensaje del Padre es
excepcional porque abarca todos los aspectos físicos, mentales y espirituales
que pueden llevarnos al sufrimiento excesivo, permanente o temporal.
Fueron varias las ocasiones
que tuve que releer algunas frases y oraciones, para comprenderlas y captar a
profundidad su sabiduría. En la página 238 casi para finalizar, hace alusión al
abandono, acto en el que existe un no
y un sí. No a lo que yo quería o hubiese querido y sí a lo que Tú, Dios mío
quisiste, permitiste o dispusiste.
Enfatiza que gran parte de
las cosas a las que oponemos resistencia, no tienen solución o la solución no
está en nosotros, la sabiduría consiste en preguntarnos: ¿puedo remediarlo? Si
hay posibilidad debemos entrar de inmediato en acción, pero si nada podemos hacer, entonces llegó la hora de abandonarse, de inclinar la cabeza, de
colocar los imposibles en las manos de Dios y entregarse; el abandono es un
homenaje de amor, adoración pura, visión
de fe”.
Esa noche, el agua comenzó a
filtrarse dentro de la casa, colocamos los muebles que pudimos en el segundo
nivel, mi esposo subió mi pequeño auto sobre unos ladríllones con la esperanza de que el motor no se dañara, yo no
cesaba de rezar, de suplicar a Dios la fuerza suficiente para superar la tormenta, la experiencia la teníamos y
muy reciente. Hicimos todo lo que estaba
a nuestro alcance, rendidos y entristecidos nos sentamos en las sillas de la
cocina a ver con impotencia, como el nivel del agua subía y la lluvia no
amainaba, en esos instantes me acordé del Padre Larrañaga, la solución ya no
estaba en nosotros debíamos abandonarnos en las manos de Dios. Conteniendo el
miedo y las lágrimas, narré a mi esposo el episodio del abandono y juntos nos encomendamos a Él.
Aunque continuaba lloviendo
había aminorado, lo que permitió que el agua fluyera y su nivel lentamente
fuera bajando, era de madrugada y el patio permanecía inundado. No recuerdo
cuantas veces recé mi rosario, pero en todas ellas pedía a Dios fuerza para
sobrevivir a la tragedia, súplica que hice extensiva por todas aquellas
personas que en esos momentos requerían de auxilio, por los ancianos, los
enfermos, los que estaban solos, por los que circulaban en sus autos y también,
por mi hija y mi nieto que se encontraban encerrados en su casa, contigua a la
mía.
Amaneció e iniciamos el
balance y la limpieza. Este inesperado acontecimiento acarreó de nueva cuenta
pérdidas materiales, pero también nos dejó una gran enseñanza, el cómo y el
cuándo profesar el abandono.
Por Antonieta B. de De
Hoyos octubre 17/15
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