viernes, 6 de febrero de 2015


Lo que se siembra, se cosecha.

Es triste, pero debemos  reconocer que la calidad de nuestra sociedad va en decadencia, los trágicos acontecimientos sucedidos en este primer mes del año nos ponen a temblar. Tenemos miedo de salir a la calle, de dejar la casa sola y para colmo, por no cumplir las exigencias de las hijas, tenemos que callar y tolerar su libertinaje.  

La línea entre el bien y el mal, lo honrado y deshonesto, el pecado y la virtud la ha borrado la modernidad, por eso con gran dolor vemos como nuestras niñas, adolescentes y jovencitas caen en drogas, alcohol, prostitución, son secuestradas, desaparecidas, abusadas y hasta asesinadas. La sociedad aterrada contempla el aumento considerable de menores que huyen de sus casas, que desertan de las escuelas, que se aventuran yéndose a pueblos vecinos con la ilusión de una vida en libertad llena de aventuras. 

¿Quién tiene la culpa? La televisión, el internet, las telenovelas, las malas compañías, la indiferencia de los maestros, ¡todos!..., menos la madre. Lo cierto, es que a veces mamá se ocupa tanto en conseguir lo material que nutre al cuerpo, que se olvida de nutrir el alma. No sabe decir las cosas, ni  decirlas a tiempo. Ignora por completo la importancia de comunicarse con las hijas a través de los sentimientos.

Simples detalles como un beso, el persignarla al acostarse, el abrazarla de manera inesperada, el felicitarla por sus pequeños logros, significan mucho más que regalos o disculpas vacías. Por supuesto que hay que cubrir sus necesidades, pero también es importante dar a conocer el esfuerzo que se realiza, es indispensable que lo sepan y lo valoren.   

Pero para comunicarnos hay que aprender a “escuchar” el lenguaje del corazón, los sentimientos son más fuertes que las palabras, que los consejos y sermones. Un espacio de intimidad entre madre e hija cura más pronto una herida que la mejor medicina, un gesto amoroso de inmediato se aprecia. En el hogar debe vivirse de tal forma, que cuando las hijas piensen en justicia, amor, respeto, integridad, pudor, servir al prójimo y a Dios, se acuerden de su madre.

Los valores humanizan, son principios que ayudan al desarrollo pleno de las personas para que estas puedan convivir en armonía. Son normas que marcan retos en la vida diaria, pero que deben afianzarse en cada actividad que se realiza y en cada relación que se establece.

Dar a las niñas, adolescentes y jóvenes estas herramientas, les permite desarrollar su propio criterio, buscar la verdad para no dejarse manipular por otros, querer el bien por voluntad propia y no por obligación, saber afrontar las dificultades con confianza y optimismo, crecer con buena autoestima y con deseos inquebrantables de superarse y mejorar la sociedad en la que vive.

Educar es la principal responsabilidad de una buena madre y da como resultado una existencia tranquila, sin sobresaltos; pero si ella se distrae en banalidades y no hace su tarea, tendremos que acostumbrarnos a las amargas consecuencias que hoy sufrimos.

Por Antonieta B. de De Hoyos               febrero 7/15 

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