Lo que se siembra, se cosecha.
Es triste, pero debemos reconocer que la
calidad de nuestra sociedad va en decadencia, los trágicos acontecimientos
sucedidos en este primer mes del año nos ponen a temblar. Tenemos miedo de
salir a la calle, de dejar la casa sola y para colmo, por no cumplir las
exigencias de las hijas, tenemos que callar y tolerar su
libertinaje.
La línea entre el bien y el mal, lo honrado y
deshonesto, el pecado y la virtud la ha borrado la modernidad, por eso con gran
dolor vemos como nuestras niñas, adolescentes y jovencitas caen en drogas,
alcohol, prostitución, son secuestradas, desaparecidas, abusadas y hasta
asesinadas. La sociedad aterrada contempla el aumento considerable de menores
que huyen de sus casas, que desertan de las escuelas, que se aventuran yéndose
a pueblos vecinos con la ilusión de una vida en libertad llena de
aventuras.
¿Quién tiene la culpa? La televisión, el
internet, las telenovelas, las malas compañías, la indiferencia de los
maestros, ¡todos!..., menos la madre. Lo cierto, es que a veces mamá se ocupa
tanto en conseguir lo material que nutre al cuerpo, que se olvida de nutrir el
alma. No sabe decir las cosas, ni decirlas a tiempo. Ignora por completo
la importancia de comunicarse con las hijas a través de los sentimientos.
Simples detalles como un beso, el persignarla al
acostarse, el abrazarla de manera inesperada, el felicitarla por sus pequeños
logros, significan mucho más que regalos o disculpas vacías. Por supuesto que
hay que cubrir sus necesidades, pero también es importante dar a conocer el
esfuerzo que se realiza, es indispensable que lo sepan y lo
valoren.
Pero para comunicarnos hay que aprender a “escuchar”
el lenguaje del corazón, los sentimientos son más fuertes que las palabras, que
los consejos y sermones. Un espacio de intimidad entre madre e hija cura más
pronto una herida que la mejor medicina, un gesto amoroso de inmediato se
aprecia. En el hogar debe vivirse de tal forma, que cuando las hijas piensen en
justicia, amor, respeto, integridad, pudor, servir al prójimo y a Dios, se
acuerden de su madre.
Los valores humanizan, son principios que ayudan
al desarrollo pleno de las personas para que estas puedan convivir en armonía.
Son normas que marcan retos en la vida diaria, pero que deben afianzarse en
cada actividad que se realiza y en cada relación que se establece.
Dar a las niñas, adolescentes y jóvenes estas
herramientas, les permite desarrollar su propio criterio, buscar la verdad para
no dejarse manipular por otros, querer el bien por voluntad propia y no por
obligación, saber afrontar las dificultades con confianza y optimismo, crecer
con buena autoestima y con deseos inquebrantables de superarse y mejorar la
sociedad en la que vive.
Educar es la principal responsabilidad de una
buena madre y da como resultado una existencia tranquila, sin sobresaltos; pero
si ella se distrae en banalidades y no hace su tarea, tendremos que
acostumbrarnos a las amargas consecuencias que hoy sufrimos.
Por Antonieta B. de De Hoyos febrero 7/15
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