miércoles, 25 de febrero de 2015


Ni opinar, ni enjuiciar.

Cuando escucho debatir sobre la despenalización de la práctica del aborto, me doy cuenta de que la proponen varones muy cultos, muy creyentes, pero a la vez muy comodinos. Aunque no deja de sorprenderme que entre ellos se cuelen también algunas mujeres, que a grito abierto exigen entre sus derechos (?), el terminar con la vida de un ser indefenso cautivo dentro de un vientre. Aun con dudas, puedo comprender el suceso en cuestión si se trata de una violación o de una deformación congénita, sin olvidar por supuesto que existen otras mujeres que defienden a capa y espada la vida que gestan.

Pero cuando se trata de politizar algo, sobran las justificaciones. Todos sabemos que dentro de este embrollo ocupa un lugar preponderante la presión de los gobiernos del primer mundo, que exigen parar la desenfrenada natalidad en los países pobres o en vías de desarrollo como México. Lo cierto es que sin educación sexual, sin valores personales, sin principios religiosos; los hombres y mujeres de cualquier edad están  expuestos a la basura que los medios promocionan, información obscena que acicatea los instintos.

Se espera que despenalizando el aborto baje de inmediato la natalidad, gracias a los miles de niños no natos. Las secuelas como niñas o mujeres estériles, infectadas, fallecidas o con graves alteraciones en su organismo y en su mente, carecen de importancia. Los médicos y enfermeras que realicen el aborto tendrán que renunciar a su Juramento Hipocrático y, como no hay bebé tampoco hay delito, el cómplice en este embarazo queda absuelto de toda responsabilidad. 

En los renglones escritos por Dios no sabemos el por qué suceden algunas cosas, a veces pasa mucho tiempo antes de que las comprendamos. En los primeros cinco años de mi matrimonio, durante mi etapa reproductiva sufrí un aborto espontáneo y un parto prematuro, dos lamentables sucesos que me impidieron acunar entre mis brazos a dos recién nacidos. ¡No pasó nada dijeron los médicos, es un  producto antes de término! Mi organismo pronto se recuperó, pero no así mi alma. Puedo describir el momento exacto, el color y forma de la habitación, el hospital, el rostro del médico y de las enfermeras que me atendieron.

De vez en cuando los “si hubiera” regresan a mi memoria, porque por  más que me repito que son accidentes de la naturaleza, cuando llega la nostalgia  me vuelvo a cuestionar sobre lo que pude haber hecho para evitarlo. Pido perdón por mi imprudencia, calculo la fecha de sus nacimientos: octubre/72-noviembre/74 y desde el fondo de mi corazón los bendigo.

Ningún hombre puede opinar ni enjuiciar el aborto, ni clasificarlo como delito o pecado, porque es una experiencia que jamás sufrirá en carne propia; ninguna mujer que no lo haya vivido podrá aconsejarlo. Solo aquellas que nos hemos visto en la necesidad de sobrellevarlo, sabemos lo que verdaderamente significa, el que una vida se trunque.

Antonieta B. de De Hoyos                  2/28/15

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