Una triste
y gran verdad.
Motivados
por la inseguridad que impera en las calles, la gente ha comenzado a recluirse.
Solo los más atrevidos siguen acudiendo a fiestas, restaurantes de moda y
reuniones familiares hasta altas horas de la noche. De estos trasnochadores la
mayoría son jóvenes a los que les gana el deseo de divertirse y, sin
importarles exponer su integridad física deambulan en sus automóviles o
platican en las plazas.
La
violencia se ha extendido, no solo en la ciudad, en todo el país. A través de
los noticieros locales y nacionales nos enteramos de los constantes hechos
violentos que ha diario se realizan en casas habitación, negocios y lugares de
recreo; delitos que por lo general quedan impunes.
De nada
sirven los miles de millones que anualmente gastan los gobiernos en auxiliar a
las víctimas y en perseguir maleantes, suma de dinero que podría ser invertido
en la lucha contra la pobreza y el hambre.
Tanta
agresión a cualquier hora del día y de la noche, ha provocado que la gente
salga a la calle solo para lo indispensable, dejar en casa sus alhajas
favoritas, no usar bolsos de ningún tamaño, llevar en efectivo solo lo
necesario para la compra en la bolsa del vestido, chaqueta o pantalón.
A como
están las cosas, acudir a los cajeros automáticos es una aventura.
El domingo
asistí a la misa acostumbrada y aunque no me sorprendió, si me inquietó que
fuera el sacerdote oficiante quien recomendara a la feligresía, no dejar su
bolsa en la banca cuando ingresara a la filas de los comulgantes, y que
tampoco se separara de los niños pequeños. Recordó que la iglesia es santa,
pero que algunos de los que ingresan no lo son.
Días
después escuché a un representante político, exhortar a la comunidad en
especial a las mujeres, a educar con mayor rigor a los hijos en los valores éticos
como: la honradez, la fidelidad, el respeto a sus semejantes, agregando algunas
virtudes como la templanza, la generosidad, la sobriedad y otras, recalcando
que es en los hogares donde la violencia se genera, para después pasar a las
calles.
Este comentario
me entristeció, pero aunque duela es una gran verdad que tenemos que
aceptar. No es la raquítica economía hogareña lo que induce al robo y a la
violencia, sino la deficiente o nula educación de los hijos en la conducta
correcta.
Nuestros
mayores también pasaron tiempos críticos y no por eso se dedicaron a robar,
abusar o dañar. El exagerado materialismo en el tercer milenio frustra a niños
y jóvenes, sobre todo cuando somos los mismos padres los que les inculcamos que
la felicidad, radica en tener dinero y lo que con el se puede comprar.
Decía San
Juan de la Cruz: “Educa a tu hijo como rico y lo empobrecerás, educa a tu hijo
como pobre y lo enriquecerás” Es fin de año, tiempo de balances, hagamos
cuentas.
Antonieta
B. de De Hoyos Nov.27/13
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