jueves, 16 de mayo de 2013


Nos quedamos sin protocolos.

En el festival que se organizó en el Distrito Federal a las madres, con motivo de la celebración de su día, estuvieron presentes el presidente de México Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera, dirigente del DIF Nacional.

Fue una bonita ceremonia, en donde los  discursos de  ambos, sirvieron para exaltar la loable labor que realizan las madres, en  especial las mexicanas. Todo hubiera estado perfecto, de no ser porque a la hora de su discurso, la señora se dirigió a su esposo en varias ocasiones  como “mi amor” y “amor” (causando la risa de los asistentes), y no como lo marca el protocolo de “señor presidente”. Tan lamentable equívoco pudo deberse, a que la señora pensaba que se encontraba protagonizando una telenovela.

Desafortunadamente el romper reglas de etiqueta se ha vuelto común, no solo en México sino también en otros países del mundo, actitud que trae como consecuencia el que la gente valore cada vez menos, lo que algunas cosas y personas en sus importantes cargos simbolizan.

Por ejemplo: a la reina de Inglaterra nadie la puede tocar, el emperador camina unos pasos adelante de su esposa, los presidentes llevan al lado a su compañera pero no la toman de la mano. En cambio en Estados Unidos, el presidente  Obama  besa en la boca a su esposa y baila música moderna en público, conducta que se adopta con fines electoreros, con el deseo de reafirmar la imagen de un gobierno democrático en el que deberían ser iguales, aunque la mayoría estemos conscientes de que detrás de este exhibicionismo, se encuentra la más terrible discriminación social.

En la actualidad muchas de estas reglas de etiqueta ya no se toman en cuenta, lo que no deja de dar tristeza. Estoy segura de que hasta hace algunas décadas, a muchos nos causaba admiración la elegante figura del presidente, su facilidad de palabra, la forma como era custodiado por su guardia presidencial; lo veíamos como un ser superdotado de inteligencia y bondad, que trabajaba por el bienestar de su pueblo y que por eso merecía el respeto de sus gobernados.

Ahora, gracias a la tecnología nos enteramos casi de inmediato de sus debilidades, de los actos de corrupción en los que se ve coludido, de sus amoríos, hasta de lo que sucede en su intimidad.

A lo mejor mi comentario pudiera parecer exagerado, pero son estos granitos de sal los que se acumulan y forman la montaña de faltas de respeto; esas que traen como consecuencia la violencia física y verbal en los hogares, oficinas, calles y senados donde los legisladores se ofenden hasta culminar el evento a  golpes.

El ignorar o despreciar las reglas de cortesía, nos ha convertido en seres intolerantes, impulsivos, desvergonzados. Hoy faltamos al  respeto a los padres, a los maestros, a los gobernantes, incluso hemos llegado a la falta de respeto a Dios, a la vida y a la muerte.

Antonieta B. de De hoyos             5/15/13

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