Nos quedamos sin protocolos.
En el festival que se
organizó en el Distrito Federal a las madres, con motivo de la celebración de
su día, estuvieron presentes el presidente de México Enrique Peña Nieto y su
esposa Angélica Rivera, dirigente del DIF Nacional.
Fue una bonita ceremonia, en
donde los discursos de ambos, sirvieron para exaltar la loable labor
que realizan las madres, en especial las
mexicanas. Todo hubiera estado perfecto, de no ser porque a la hora de su
discurso, la señora se dirigió a su esposo en varias ocasiones como “mi amor” y “amor” (causando la risa de
los asistentes), y no como lo marca el protocolo de “señor presidente”. Tan
lamentable equívoco pudo deberse, a que la señora pensaba que se encontraba
protagonizando una telenovela.
Desafortunadamente el romper
reglas de etiqueta se ha vuelto común, no solo en México sino también en otros
países del mundo, actitud que trae como consecuencia el que la gente valore
cada vez menos, lo que algunas cosas y personas en sus importantes cargos
simbolizan.
Por ejemplo: a la reina de
Inglaterra nadie la puede tocar, el emperador camina unos pasos adelante de su
esposa, los presidentes llevan al lado a su compañera pero no la toman de la
mano. En cambio en Estados Unidos, el presidente Obama
besa en la boca a su esposa y baila música moderna en público, conducta
que se adopta con fines electoreros, con el deseo de reafirmar la imagen de un
gobierno democrático en el que deberían ser iguales, aunque la mayoría estemos
conscientes de que detrás de este exhibicionismo, se encuentra la más terrible
discriminación social.
En la actualidad muchas de
estas reglas de etiqueta ya no se toman en cuenta, lo que no deja de dar
tristeza. Estoy segura de que hasta hace algunas décadas, a muchos nos causaba
admiración la elegante figura del presidente, su facilidad de palabra, la forma
como era custodiado por su guardia presidencial; lo veíamos como un ser
superdotado de inteligencia y bondad, que trabajaba por el bienestar de su
pueblo y que por eso merecía el respeto de sus gobernados.
Ahora, gracias a la
tecnología nos enteramos casi de inmediato de sus debilidades, de los actos de
corrupción en los que se ve coludido, de sus amoríos, hasta de lo que sucede en
su intimidad.
A lo mejor mi comentario pudiera
parecer exagerado, pero son estos granitos de sal los que se acumulan y forman
la montaña de faltas de respeto; esas que traen como consecuencia la violencia
física y verbal en los hogares, oficinas, calles y senados donde los
legisladores se ofenden hasta culminar el evento a golpes.
El ignorar o despreciar las
reglas de cortesía, nos ha convertido en seres intolerantes, impulsivos,
desvergonzados. Hoy faltamos al respeto
a los padres, a los maestros, a los gobernantes, incluso hemos llegado a la falta
de respeto a Dios, a la vida y a la muerte.
Antonieta B. de De hoyos 5/15/13
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