miércoles, 28 de septiembre de 2011

Capta la magia de los Magos de oriente.
Si  los magos de oriente  viajaron desde tierras muy lejanas para  llegar a Belén y llevar al niño Jesús oro, incienso y mirra, como símbolo de adoración, nosotros en nuestro diario caminar como simples ciudadanos, aterrorizados por la carestía, el desempleo, la corrupción, la contaminación ambiental, las enfermedades, la miseria, el desamor, la falta de fe en los creyentes y muchas, pero muchas más situaciones desalentadoras  que prefiero ya no mencionar, ¿Qué podríamos ofrecerle? En un  rápido  recuento…nada. 
Pero no porque carezcamos de todo, sino porque permitimos que el materialismo, la frivolidad y la publicidad ultra comercializada nos esclavizara, entorpeciera nuestros sentidos, petrificara los sentimientos, anulara  ilusiones, acabara hasta con el gusto de servir al prójimo. Nos auto convencimos de que sin las cosas, nada valemos,  incluso para Dios. Haciendo una relación entre el alcance eterno de aquellas ofrendas de realeza,  con la dimensión divina que pueden tener las  actividades humanas hoy en día, nosotros somos también de algún modo aquellos magos de oriente, que ahora en el presente guiados por la estrella de la fe, nos acercamos al Sagrario Belén, desde cualquier punto del planeta.
El misterio de la adoración de los magos, es inherente al trabajo diario que con gran esfuerzo y esmero, cada uno de nosotros realiza día con día. Millones de personas se acercan al Belén cargados, exhaustos por el trabajo duro, continuo, exigente; tarea que en ocasiones parece imposible de cumplir.   La mayoría de nosotros no tenemos oro, incienso ni mirra, pero de corazón ofrecemos a Dios la labor diaria; aunque cueste y porque cuesta. Este seis de enero vayamos al pesebre y entreguemos al niñito Jesús el oro: del desprendimiento de los éxitos y de los fracasos, el incienso: de caridad, honestidad, servicio, y la mirra: el sacrificio cotidiano.
El Belén es el lugar donde cielo y  tierra,  trabajo y oración se unen, igual que el mundo con  Dios. Urge que recuperemos el amor al trabajo, reconocerlo como fuente principal de vida, como don divino, como crecimiento personal, como privilegio para servir a Dios y a los demás; razones suficientes para quererlo, conservarlo, hacerlo con alegría, con orgullo, con entusiasmo, con pasión profesional.   Ofrezcamos a Dios con gusto nuestro trabajo, nuestra lucha constante por vivir en paz, por aprender y practicar las virtudes como la laboriosidad, la paciencia, la responsabilidad, el cuidado de las cosas pequeñas, el esfuerzo por acabar lo iniciado, el afán por hacer crecer a los demás y la humildad para valorar el trabajo, la alegría y el servicio de otros.  No vayas al pesebre con las manos vacías, sino con el trabajo ya hecho y el que queda por hacer: soy el médico, el gobernante, el obrero, el juez, el político, el maestro de escuela, el padre o la madre de familia, etc. que vengo a darte lo que soy y lo que hago; y a pedirte perdón por lo que he dejado de hacer.
¿Captaste la magia? Entonces el dos mil nueve, te será de éxito…!felicidades!
Antonieta B. de De Hoyos      diciembre 31/09.

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