miércoles, 28 de septiembre de 2011

Diálogo con un árbol.
Un día, mientras miraba por la ventana, meditaba sobre la importancia que ha tomado el sembrar y conservar los grandes árboles. Me pareció tonto el rendir pleitesía a alguien por el solo hecho de dar sombra, a veces fruto, acoger pájaros en sus ramas, servir de afilador de uñas a los gatos, etc.
En mi casa, en el patio,  hay un nogal, alto y frondoso para su corta edad, pero por más que lo observé no le encontré nada excepcional, para colmo su actitud arrogante provocó en mi la necesidad de cuestionarlo. “A ver vanidoso nogal, demuéstrame para lo que sirves además de todas esas cualidades, que te han adjudicado ilustres botánicos. Eres un engreído y un aprovechado de la difícil situación que vive el hombre por  conservar su hábitat”. ¿Acaso crees que no he escuchado tu risa burlona, cada vez que llega el otoño? Días interminables en los que disfrutas tirando cientos y cientos de hojas, que yo debo recolectar.
En esos pensamientos estaba, cuando las ramas del nogal empezaron a mecerse de una manera extraña, parecía como si me invitara a salir, al principio me dio miedo, pero pronto me repuse y me encaminé al patio, iba dispuesta a comprobar lo falso de su historial.
Eran la doce del mediodía, el sol en el cenit, la temperatura sofocante; pero nada de eso importaba, me urgía que el arbolejo éste demostrara su ponderada grandeza.
Sonriendo me senté en el pasto y recosté mi espalda en el áspero tronco, no sin antes admirar ese subir y bajar de las hormigas. Aunque la posición era bastante incómoda,  la seguridad de mi triunfo lo aminoró. Bastaron unos minutos para que el rítmico crujir de sus ramas movidas por el viento, produjeran en mis oídos un suave y melódico murmullo.
El aire purificado por sus hojas, me llevó a respirar profundo, casi de inmediato mis tensos músculos se relajaron, la paz invadió mi cuerpo, mi espíritu se renovó. Elevé la vista y extasiada contemplé el azul del cielo contrastante con el verde esmeralda de las hojas, calidoscopio de colores, luces y sombras que me adormeció.
Vinieron a mi memoria recuerdos imborrables, momentos únicos en los que percibí la bondad infinita del Creador, estaba feliz. La voz de alguien llamándome interrumpió mi placentera somnolencia, ¿cuánto tiempo estuve recostada bajo la sombra de este nogal?, no lo sé. De lo que estoy segura es que fue una experiencia enriquecedora, porque al acercarme a la naturaleza pude constatar su nobleza y aceptar con humildad la sabiduría de Dios.
No cabe duda, sembrar un árbol, cuidarlo y conservarlo  es un privilegio que solo las personas sensibles pueden aquilatar.  Mi nogal ya tiene nombre y es parte de la familia, pero lo mejor de todo es que ahora tiene varios hermanos. 
 Antonieta B. de De Hoyos                        junio 05/09

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