jueves, 29 de septiembre de 2011

Es fácil si queremos, ser sinceros y amorosos como niños.
Hoy quiero recordar y recordarles a ustedes, lo que  significan  los niños y niñas para Jesús. Nuestro Señor Jesucristo, sabe que puede contar con ellos para que hablen de Él a todas las personas, que ellos son los que mejor captan su mensaje, que son misioneros constantes, que siempre llevan una noticia a los que la  desconocen o no la comprenden bien; y que no se limitan a las palabras, sino a compartir testimonios de vida.
Nuestro Señor Jesucristo en su Sabiduría Divina, contemplaba a los niños como seres perfectos para la evangelización. Un día llevaron ante Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos no se los permitieron. Cuando Él se dio cuenta de esto, se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños  vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como estos es el Reino de Dios. Y os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. (Mc 9, 13-16)  Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
Ayer noche, recibí una llamada de mi hijo que reside en Saltillo. Disfruto mucho su conversación amable, sobre todo cuando agrega alguna anécdota infantil realizada por alguna de sus niñas; esta vez la protagonista fue la mayor. Una tarde noche de la semana en curso, me comentó: llegué sumamente cansado del trabajo, por eso en cuanto abrí la puerta me deje caer en el sofá de la entrada, necesitaba recuperar mis fuerzas para ir al encuentro de mis hijas, abrazarlas, besarlas y juguetear un poco con ellas, antes de que les llegara la hora de dormir. No pasaron ni dos minutos cuando una manita tocó mi cara. Me agradó y me incomodó a la vez, mi corto y anhelado descanso se esfumó. Abrí los ojos y la abracé, era Andrealucía que con voz mimosa me preguntaba si estaba cansado. Le dije que  sí, que estaba rendido. Fue entonces cuando me dijo emocionada: ¿Sabes lo que le voy a pedir a Santa Claus esta navidad, Papi?... ¡Oh No!  Volvieron de nuevo los números a mi cabeza, dinero, cuentas a pagar, gastos de la casa, medicinas, pediatra, uniformes, mochilas, colegiaturas…, con gran esfuerzo disimulé mi tensión interna y la invité a que continuara contando. “Te acuerdas papi que dijiste que me comprarías una camita nueva porque la que tengo ya es vieja y hace mucho ruido?  Pues ya no tienes que preocuparte por eso, porque yo le voy a pedir esa camita a Santa Claus para que tu ya no tengas que gastar”.
¡Dios mío! Qué maravilla de hija tienes, le dije de inmediato, es una niña sensible, compasiva, pero sobre todo te ama intensamente.  Mi hijo guardó silencio, mientras yo le recomendaba que escribiera  todos esos detalles en un álbum, porque lo que los niños dicen o hacen son lecciones de vida que los adultos hemos dejado en el olvido y debemos retomar. Solo resguardando esa inocencia podemos cimentar en la tierra, - entre prisas y compromisos- lo que más tarde nos abre las puertas a la eternidad.
A mí me gustan los niños, pero no para apapacharlos, sino para observarlos y para recibir con humildad todo lo que me dan en una mirada inexplicable, en una sonrisa coqueta, en una actitud impar, en un acto inesperado, en una pregunta desconcertante, en una respuesta imprevista. Por eso no me canso de pedir a Dios que colme de sabiduría a los padres jóvenes, para que reconozcan que a veces luchar tanto por lo obligatorio, les impide mirar y gozar lo trascendente.
Antonieta B. de De Hoyos   octubre 29/08

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