miércoles, 28 de septiembre de 2011

Para  mí, el voto blanco es arcaico, utópico  y comodino.
Cuando en  el país, la edad para votar bajó de los veintiuno  a los  dieciocho años, cientos de miles de jóvenes nos familiarizamos con los términos; Voto duro, acarreados, ánforas  ordeñadas, urnas infladas, corrupción, fraudes, ineptos, etcétera. Este cambio constitucional, obligó a los apenas salidos de la terrible adolescencia, a dejar de lado el novedoso movimiento hippie que llegaba de Europa. Esas frases escandalosas de;  Haz el amor y no la guerra, amor y paz hermano, las típicas flores multicolores, la cadenciosa música a go - go, y la ultra conocida señal de la victoria; intentaban alivianar el espíritu de la  anquilosada juventud mexicana. Pero, en un abrir y cerrar de ojos esa euforia se apagó. Recibir un derecho ciudadano de esta magnitud ameritaba madurez. Fueron pasando los años, poco a poco, evento electoral  tras evento electoral,  fuimos observando y constatando los tejes manejes del incierto mundo de la política.
¿Por qué digo que el voto blanco es arcaico? Porque a pesar de que ahora lo hayan puesto de moda algunos connotados comunicadores de noticias televisadas en el Distrito Federal, muchos jóvenes y adultos lo hemos practicado desde los inicios de las contiendas democráticas, como la manera de expresar  la rabia, la impotencia y frustración, que provoca el sentirte engañado y sometido a un  juego que no quieres jugar. Cruzar el logotipo de varios partidos sabiendo de antemano que con esa acción anulas el voto, es considerarse persona.
¿Por qué considero el voto blanco utópico? Porque los que lo proponen,  imaginan que al aplicarlo   los ineptos y  corruptos  que anhelan gobernar, cambiaran  su forma de ser y no traicionarán a la Patria.
¿Por qué afirmo que es cómodo, oportuno y conveniente? Porque  el que lo ejecute podrá proclamarlo, presumir de ello y quedar bien con alguien; su empleo y el sustento de su familia están asegurados, sus gustos cotidianos, los viajes vacacionales y el engrosamiento de su fortuna son inamovibles. Mientras que el pobre, el marginado,  el desempleado,  el que no tiene tele, ni come tres veces al día; el que se enferma, se cura y se muere solo,  no sabe ni entiende de estrategias, su corazón y porvenir los deposita en Dios y en la bondad de sus cultos compatriotas. Para mí, el fanfarronear y lavarse las manos va contra toda ética, aquí lo que urge es dejarse de alharacas, formar grupos excelsos con hombres valientes, pudientes, expertos, firmes de convicciones y temerosos de Dios, que apoyados en el pueblo, enfrenten, desenmascaren, encarcelen a todo funcionario público traidor a su cargo. Esta sí sería una actitud ejemplar y generosa que más de cien millones de mexicanos, agradeceríamos hasta la eternidad.
Antonieta B. de De Hoyos                                 junio 09/09.

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