viernes, 30 de septiembre de 2011

Mujer ejemplar, Orgullo Nigropetense.

Graciela Mondragón Vargas nació un diez de mayo, hija de Raúl Mondragón Flores y Aurelia Vargas. La primaria la cursó en la escuela federal Benito Juárez y la carrera de  Comercio y Contador Privado en el Colegio México. Mientras cumplía con su primer empleo formal en el Banco Comercial, estudió la secundaria en la nocturna. Poco después  ingresó al Instituto Mexicano del Seguro Social, en el área administrativa.  Fue en ese ambiente de hospital y derechos laborales cuando se despertó en ella el placer  de servir, sentimiento que la llevó a sacrificar horas de descanso y diversión para obtener con excelentes calificaciones su título de enfermera. Aún y cuando su trabajo y sus estudios la agotaban, participó en dos obras de teatro “Los derechos de la mujer y “Una pura y dos con sal”, dirigidas por Joaquín Villarreal.

Al graduarse de enfermera se le presentó la oportunidad de especializarse en pediatría, en el Distrito Federal, estudios y prácticas que alternó entre el Centro Médico Nacional y el Hospital Infantil de México “Federico Gómez”. Por su Don de Servicio, Chela fue más que apreciada, fue amada por pacientes y familiares, lazo fraterno que la condujo en varias ocasiones a la pila bautismal para amadrinar al recién nacido.

Este amor entre enfermera y enfermo no supo de límites. Por esa inmensa compasión, decidió emprender otra especialidad en el Nuevo Centro Médico Nacional, la de neonatos.
Aquella terrible mañana del 19 de septiembre de 1985, Graciela se levantó muy temprano como de costumbre, debía dejar a su hija Anahí de casi un año de edad en una guardería cercana  y guardar su auto en el estacionamiento del sótano del hospital. Pero esta vez prefirió dejarlo en una calle aledaña y caminar hasta la entrada. Se sentía feliz, satisfecha y agradecida con Dios por los logros obtenidos, ahora era jefa de piso de cuneros (séptimo piso), y atendía con esmero la salud de treinta bebés, por supuesto que con la ayuda de cinco eficientes enfermeras que acataban sus órdenes.
A las siete diecinueve un terremoto de 8.1 grados sacudió a la ciudad de México. La primera reacción de las enfermeras al ver que el edificio se colapsaba fue gritar desesperadas que pronto morirían, Graciela no, ella impasible con una serenidad increíble empezó a calmarlas; su voz, sus palabras, sus movimientos, disminuyeron la histeria colectiva. En cuanto dejo de temblar, les recordó que la prioridad era sacar a las criaturas  de lo que quedaba de la sala de cuneros, solo quedaba en pie una pared la que sostenía la escalera. Las organizó rápidamente; a cada una le colocó entre sus brazos tres bebes, les dio las recomendaciones necesarias a la vez que les guiaba entre la oscuridad que provocaba el polvo y el crujir de los escalones que a cada pisada parecían derrumbarse.
Fueron instantes de máxima tensión, la gente consternada gritaba, buscaba, gemía, el panorama era desolador, pero había que sacar a todos los niños antes de que cayera la única pared y los sepultara. Regreso varias veces al cunero, mientras lo hacía no dejaba de pensar en  Anahí, sabía que Dios era inmensamente bueno y que así como ella estaba salvando a estos pequeños de una muerte segura, alguien bondadoso estaría haciendo lo mismo por su hija.
Por ella, por el inmenso amor a su hija, fue que realizó este acto sobrenatural, porque si se hubiera basado en su condición humana, habría desfallecido en el primer instante.
Después de entregar personalmente los niños a sus respectivas madres, corrió a su automóvil, ¡estaba intacto! Casi voló a la guardería, divisó el edificio y se dio cuenta de que no había sufrido daño alguno, eran las once de la mañana. Cuando constató que su niña estaba a salvo, se desmayó.
Aunque recibió varias ofertas de trabajo en hospitales similares en la ciudad de México, Chela decidió regresar a Piedras Negras, no quiso exponer a su hija a otra tragedia igual.
Como reconocimiento a su acto heroico le fue otorgada en esta ciudad, la misma plaza que ocupaba en el  Centro Médico. En 1990 se jubiló y en su última checada de tarjeta estuvieron presentes amigos y compañeros, algo que nunca sucede.
Como terapia ocupacional, abrió una tiendita de regalos económicos, pues deseaba seguir en contacto con la gente, a la mayoría de sus clientes les rebajaba los precios, a otros se los regalaba y además les proporcionaba alguna ayuda.
Al recuperarse de una grave enfermedad, se propuso servir con más ahínco, pues estaba convencida de que Dios le regalaba este tiempo para que lo compartiera con los desposeídos. Por eso colaboró con gran entusiasmo en los orfelinatos del Padre Carlos y llevaba útiles escolares a las colonias marginadas.
“Que no sepa tu mano derecha, lo que hace tu mano izquierda”. Mateo 6-1. Chela hizo de esta frase un principio de vida, pues desde que nos conocimos hasta que nos dimos el adiós definitivo, jamás me presumió de su servicio a la comunidad ni de su acto heroico del 85.
En el programa de “Todo para la Mujer” en tele fórmula, a raíz del aniversario del temblor, mencionaron a los niños, ahora adultos de veintitrés años que fueron salvados por nuestra mujer ejemplar, orgullo de Piedras Negras y del gremio femenino… Graciela Mondragón Vargas.  Descanse en Paz.
 
Antonieta B. de De Hoyos      septiembre  27/08.




















































































































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