En la actualidad cierto número de personas no predican con su conducta el mensaje de Cristo, y otros lo posponen por realizar tareas que deberían ocupar un segundo lugar. Para Jesús, el mirar hacia adelante equivale mirar hacia el reino, por eso siempre enfatizó a sus discípulos que pidieran y buscaran primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les daría por añadidura.
En esta época de materia y superficialidad, es común que la conversión personal sea aplazada hasta obtener la seguridad económica, no percibimos lo urgente de predicar la Palabra. El reino para unos significa: placer, poder, riqueza, personas que tienen la idea de que la obligación de predicar es para los jubilados y ancianos, más no para los jóvenes.
Recordé este pasaje bíblico, al ver la forma descontrolada en que se recordaba en los Estados Unidos de Norteamérica el décimo aniversario de aquel terrible ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. La televisión, el internet, la prensa, no se dieron a basto recordando escenas pasadas y testimonios actualizados.
Parecía que ambos, comunicadores y audiencia se regodeaban en el dolor. Consideré inhumano que se repitieran esas escenas dantescas, que sin caridad al prójimo, levantaron la piel de la herida con la perversidad de hacerla sangrar. Revivir aquel dolor enajenante, aquella desesperación alucinante, volver a sentir en carne propia el fuego, el polvo, escuchar las sirenas, los gritos y los llantos de dolor, no es un acto cristiano, es una acción aberrante que denota desprecio al don divino del olvido, infundido por Dios en su misericordia, con el propósito de mitigar la penas humanas.
Probablemente no se aprendió la lección, ya que el temor a otro incidente como éste sigue latente. Tampoco se recapacitó que la violencia engendra violencia y que no hay enemigo pequeño. Se inauguran monumentos, se colocan ofrendas florales, pero no se reconoce el abuso del fuerte perpetuado contra el débil, actitud equivocada que esta vez inmoló a miles de compatriotas. Es indispensable volver a creer en la vida eterna, y dejar a los muertos descansar para que los vivos gocen de la paz de Dios y la armonía vuelva a imperar en la sociedad mundial.
Antonieta B. de De Hoyos
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