Y
el amor al prójimo, ¿dónde quedó?
El
mayor mandamiento de la ley es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente y amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Pero,
¿Quién es mi prójimo? Mi prójimo es toda la gente del mundo; es
mi esposo, mi esposa, mis hijos, mis
parientes, mis amigos, mis vecinos, mis compañeros de trabajo. También lo es el
que no me cae bien, el que habla mal de mí, el que me ha hecho un daño. Todos
somos hijos de Dios, los buenos, los malvados, los simpáticos, los pesados, los
pobres, los ricos, los que creen lo mismo que yo y los que tienen otras ideas.
Pero,
¿porque es importante que nos amemos unos a otros? Precisamente para evitar que
vivamos situaciones de alto riesgo como las que padecemos en la actualidad. Por
ejemplo: el buling en las escuelas,
la indiferencia entre padres e hijos, el abuso sexual, las autoridades
corruptas, los malos gobiernos, los políticos vendidos al mejor postor sin
importarles la pobreza, la enfermedad y el sufrimiento de sus seguidores. Las
balaceras en escuelas, los suicidios juveniles, las drogas, el alcoholismo, la
prostitución, los asesinatos, los secuestros, los robos en casas, todas estas y
muchas más acciones deshumanizadas, son producto de la falta de amor al
prójimo.
Escrito
está que solo viviendo en el amor podremos tener paz en el alma, en la familia
y en la sociedad. El amor con el que hagas, lo que debes hacer, comenzando con
educar a los hijos en la conciencia moral, es lo más importante para Dios. Amar
al prójimo es tratarlo como me gustaría que me trataran. Es servirle, ayudarle,
preocuparme por él, sobre todo cuando está en dificultades; hay tantas cosas
que podemos hacer por los demás. Amar al prójimo es darle nuestro tiempo,
nuestro cariño, es escuchar a ese viejito olvidado, es visitar al enfermo, o al
que está preso; es ser amable, paciente, tolerar errores y si es posible
corregirlos con amor; es hacer mi trabajo lo mejor que pueda y con alegría; es
no juzgar a nadie, no pensar o hablar mal de otras personas.
Para
amar al prójimo primero hay que comprenderlo, cuando comprendes no hay nada que
perdonar. ¿Pero qué debo comprender? Que nunca, por más que nos esforcemos
conoceremos a fondo lo que piensa, lo que siente, lo vivido por nuestro
prójimo. Por eso tenemos que comprender que él no escogió su vida, ni sus
padres, ni su carácter agrio; que si a nosotros nos da coraje su modo de ser, a
él le desespera ser así. Si es obstinado, agresivo, orgulloso, seguramente
necesita autoafirmarse, sentirse fuerte, porque en su interior se sabe débil, tímido, inseguro.
Cuando
retomemos este mandamiento y lo ejerzamos, nuestro mundo cambiará, tendremos
niños respetuosos de sus semejantes, que fortalecidos en la fe darán frutos
maravillosos. Esta Cuaresma, pidamos a Dios que despierte en nuestro corazón el
amor al prójimo y oremos por los que sufren, los que están solos y
desamparados, por nuestra familia y por el mundo entero...
Antonieta
B. de De Hoyos Feb. 13/12
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