viernes, 1 de marzo de 2013


Y el amor al prójimo, ¿dónde quedó?

El mayor mandamiento de la ley es: “Amarás al Señor  tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

Pero, ¿Quién es mi prójimo?  Mi prójimo es toda la gente del mundo; es mi  esposo, mi esposa, mis hijos, mis parientes, mis amigos, mis vecinos, mis compañeros de trabajo. También lo es el que no me cae bien, el que habla mal de mí, el que me ha hecho un daño. Todos somos hijos de Dios, los buenos, los malvados, los simpáticos, los pesados, los pobres, los ricos, los que creen lo mismo que yo y los que tienen otras ideas.

Pero, ¿porque es importante que nos amemos unos a otros? Precisamente para evitar que vivamos situaciones de alto riesgo como las que padecemos en la actualidad. Por ejemplo: el buling en las escuelas, la indiferencia entre padres e hijos, el abuso sexual, las autoridades corruptas, los malos gobiernos, los políticos vendidos al mejor postor sin importarles la pobreza, la enfermedad y el sufrimiento de sus seguidores. Las balaceras en escuelas, los suicidios juveniles, las drogas, el alcoholismo, la prostitución, los asesinatos, los secuestros, los robos en casas, todas estas y muchas más acciones deshumanizadas, son producto de la falta de amor al prójimo. 

Escrito está que solo viviendo en el amor podremos tener paz en el alma, en la familia y en la sociedad. El amor con el que hagas, lo que debes hacer, comenzando con educar a los hijos en la conciencia moral, es lo más importante para Dios. Amar al prójimo es tratarlo como me gustaría que me trataran. Es servirle, ayudarle, preocuparme por él, sobre todo cuando está en dificultades; hay tantas cosas que podemos hacer por los demás. Amar al prójimo es darle nuestro tiempo, nuestro cariño, es escuchar a ese viejito olvidado, es visitar al enfermo, o al que está preso; es ser amable, paciente, tolerar errores y si es posible corregirlos con amor; es hacer mi trabajo lo mejor que pueda y con alegría; es no juzgar a nadie, no pensar o hablar mal de otras personas.

Para amar al prójimo primero hay que comprenderlo, cuando comprendes no hay nada que perdonar. ¿Pero qué debo comprender? Que nunca, por más que nos esforcemos conoceremos a fondo lo que piensa, lo que siente, lo vivido por nuestro prójimo. Por eso tenemos que comprender que él no escogió su vida, ni sus padres, ni su carácter agrio; que si a nosotros nos da coraje su modo de ser, a él le desespera ser así. Si es obstinado, agresivo, orgulloso, seguramente necesita autoafirmarse, sentirse fuerte, porque en su interior se  sabe débil, tímido, inseguro. 

Cuando retomemos este mandamiento y lo ejerzamos, nuestro mundo cambiará, tendremos niños respetuosos de sus semejantes, que fortalecidos en la fe darán frutos maravillosos. Esta Cuaresma, pidamos a Dios que despierte en nuestro corazón el amor al prójimo y oremos por los que sufren, los que están solos y desamparados, por nuestra familia y por el mundo entero...

Antonieta B. de De Hoyos             Feb. 13/12

 

 

 

 

 

 

 

 

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