Un
Jesuita ante Jesús.
Siempre
he sentido admiración por las personas que pertenecen a la compañía de Jesús, he
sabido que poseen una extensa cultura, que son fervientes creyentes y que su misión
es ayudar a los más pobres y desamparados.
A
la fecha cuentan con 20,170 miembros, 14,148 son sacerdotes, 1,983 hermanos y
4,039 religiosos en formación. Están en 27 países con 56 universidades en 19 de
ellos, y casi 400 mil alumnos cuyo curso dura doce años y requiere varios
idiomas.
Es
una orden religiosa de la Iglesia
Católica Romana fundada por San Ignacio de Loyola, hoy la mayor de todas. Los
Jesuitas practican los tres votos normales de la vida religiosa: obediencia,
pobreza y castidad, además uno extra, de obediencia al Papa, reservado para aceptar
de manera incondicional el lugar a donde él les confiera. El término Jesuita
data del siglo XV y hace referencia a la persona que usa demasiado o se apropia,
del nombre de Jesús. Su lema es “A la mayor gloria de Dios”.
En
la espiritualidad que profesan destacan los siguientes conceptos. El “tanto
cuanto”: El hombre puede utilizar todas las cosas que hay en el mundo tanto
cuanto le ayuden para su fin, y de la misma manera apartarse de ellas en cuanto
se lo impidan. La “indiferencia”: La necesidad de ser indiferente a las cosas
del mundo, en el sentido de no condicionar a situaciones materiales la
misión que el hombre tiene en su vida,
enfocándose a lo importante y
trascendente. El “más”: es solo
desear y elegir lo que más nos conduce al fin para el que fuimos creados, realizar
la misión de la mejor manera posible, con pasión, sin medias tintas como se
acostumbra ahora.
Leer
la trayectoria del Papa Francisco, es entrar en una vida llena de amor a Dios y
al prójimo. Durante su ordenación sucedió algo que me estremeció, fue cuando
los 134 mandatarios, invitados especiales pasaron a saludarlo; algunos de mano,
los menos con una reverencia y un beso en el anillo papal. Mientras observaba recordé
aquel pasaje bíblico, que narra la manera como los seguidores de Jesús se
enojan porque convive con malhechores y prostitutas, a lo que él responde que
vino a este mundo en busca de pecadores para su conversión.
Viendo
pasar la lenta y larga fila de mandatarios visualicé la pobreza extrema, el
narcotráfico, el abuso y muerte de inocentes, la violencia social y familiar,
el desempleo, la deficiente educación de las masas, la inequitativa repartición
de la riqueza y del hábitat, que están sufriendo millones de personas, representados
ahora por sus mandatarios, los que arribaron al lugar vestidos con elegancia y en
sus jets privados.
Gran
trabajo le espera a nuestro Papa Francisco, cuyo corazón late al unísono del de
los despojados, cantidad que va en aumento a la par que la corrupción y la
ambición en la realeza, magnates
empresariales y gobiernos.
Antonieta
B. de De Hoyos Marzo
20/13
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