miércoles, 30 de octubre de 2019


Lo dice un maestro hindú. 
“Buscamos la felicidad pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una”-Voltaire-
Dentro de todo lo que he leído, esta vez me encontré un archivo en el que un maestro hindú recomienda que para ser feliz solo se necesita cambiar conductas, noble propósito que la mayoría de las veces es difícil de realizar.     
De acuerdo con él conviene comenzar el día queriéndonos, aceptando con gusto la felicidad que el mundo nos ofrece, porque solo de esa manera reconocemos el verdadero   valor de nuestra existencia. Lo primero es aprender a vivir el amor propio en todo su esplendor, comenzando con el cuidado que debemos dar a nuestra salud.
Nada de consejos solo sugerencias. Retira de inmediato la comida chatarra y las bebidas alcohólicas, incluyendo las que te ofrecen en las reuniones sociales. Después has costumbre una sesión de treinta minutos diarios de ejercicio físico, actividad que estimula el metabolismo y nos conserva sanos.
Algo que hacemos con frecuencia, es dejar para después lo que teníamos planeado hoy, actitud que en no pocas ocasiones nos lleva a la frustración y a la culpa. 
También podríamos por ejemplo, dejar un espacio de silencio para realizar un examen de conciencia profundo, que nos ayude a alejar la envidia de nuestra mente. Nunca sabremos lo que la gente lucha para conseguir lo que tiene, la mejor opción es ocuparnos de lo nuestro.
El maestro asegura que el rencor destruye por completo la paz interior y que a pesar de que algunas ofensas hieren tanto que se quedan clavadas en el corazón, tratemos hasta lo imposible de borrarlas porque si no lo hacemos, casi de inmediato se convierten en esa detestable ira que paraliza. Seamos pacientes, la justicia siempre llega por si sola.
Propone que por ningún motivo, así estemos al borde de la quiebra debemos tomar lo ajeno, porque pudiera ser que después cuando menos lo esperemos seamos despojados de cosas de mayor valor. La falta de respeto a lo ajeno siempre conduce a la ruina personal o colectiva.
Lo que de verdad urge es educar en el respeto a la vida, grabar en la mente desde la infancia que nadie tiene derecho a dañar a personas, animales, ni plantas, porque todo ser vivo es valioso ante la mirada de Dios.
Nos recuerda que es de persona fina agradecer cada día las bondades recibidas y decir gracias a quien en su momento nos presta ayuda, eso nos hace humildes y generosos. Con este cambio en nuestra conducta empezamos a gozar a plenitud la paz interior, a darnos cuenta que no necesitamos tener cosas y poder para ser felices; en consecuencia aceptamos con nobleza e inteligencia todo lo que la vida nos depare.
La muerte camina a nuestro lado desde que nacemos, pero mientras no nos llame vivamos intensamente cada minuto, sirviendo a Dios y a nuestros semejantes.  
Antonieta B. de De Hoyos                             10/30/19

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