miércoles, 6 de noviembre de 2019


Adviento y nuestro más profundo anhelo.
Cuenta una amiga que en un día de crudo invierno, mientras caminaba por un pequeño bosquecillo, se detuvo en un lugar donde la corriente de agua salía a la superficie, era lo que conocemos como un ojo de agua fría que se arremolinaba, para después un poco más allá perderse nuevamente bajo la tierra.
Continuó su paseo mientras pensaba que en su alma había una especie de invierno interior, sintió un aire helado recorrer su cuerpo,  casi no percibía sus signos vitales, parecía que el Espíritu de Dios se había congelado dentro de ella, sus anhelos más profundos trataban de salir a la superficie pero no tenían la fuerza suficiente para lograrlo. 
Aunque es una tierna historia, nosotros no tenemos que pasar por esa experiencia, Gracias a Dios cada final de año recibimos una nueva oportunidad para reavivar el Adviento, temporada en la que después de varios meses de arduo trabajo, contratiempos y compromisos, podemos si queremos, recuperar la esencia de nuestra vida.
Lo  triste es que muchos a pesar de lo caótico de la sociedad actual no lo valoran, ignoran esta sabiduría ancestral que está al alcance de sus manos.
Casi para finalizar el siglo se vaticinó que en este nuevo milenio, la humanidad sufriría un fuerte cambio, la gente dejaría de fanatizar las religiones y se entregaría por completo a su vida espiritual. Los resultados están a la vista, la sociedad agoniza entre enfermedades, drogas y asesinatos; la violencia arrecia, el abandono también.
Estamos entrampados en el activismo todos quieren ser vistos y aplaudidos, ya nadie se reserva en sus hogares a educar en la fe. La llegada del Adviento, el colocar la corona verde rodeada de cuatro velas y una al centro, ha sido opacada por los adornos paganos.   
Los rezos en nuestras casas ya no se escuchan, no existe la paz necesaria para orar en familia. Es preciso darnos un tiempo para mirar hacia nuestro interior y ver con claridad lo que tenemos en el alma. El mundo necesita personas de buen corazón, de buenos sentimientos para convivir en armonía.    
Todos somos hijos de Dios su espíritu está dentro de nosotros, no lo percibimos porque lo hemos puesto debajo de todo lo que ambicionamos. Adviento es el tiempo de parar, pensar, meditar, reflexionar sobre la frívola vida que llevamos.
Durante estos cuatro domingos hagamos un espacio de silencio, urge hacer conciencia de lo pobre que es nuestra relación con Dios. Caminamos cómodamente en lo superficial, en aquello que  no molesta y que consideramos suficiente como feligreses.
Ojala que este año no termine sin que hayamos colmado nuestra mente de la sabiduría del Adviento, para que Dios haga realidad nuestro más profundo anhelo: gozar de su paz y compartirla.
Antonieta B .de De Hoyos                         6/11/19

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