Adviento y nuestro más
profundo anhelo.
Cuenta una amiga que en
un día de crudo invierno, mientras caminaba por un pequeño bosquecillo, se
detuvo en un lugar donde la corriente de agua salía a la superficie, era lo que
conocemos como un ojo de agua fría que se arremolinaba, para después un poco
más allá perderse nuevamente bajo la tierra.
Continuó su paseo
mientras pensaba que en su alma había una especie de invierno interior, sintió
un aire helado recorrer su cuerpo, casi
no percibía sus signos vitales, parecía que el Espíritu de Dios se había
congelado dentro de ella, sus anhelos más profundos trataban de salir a la
superficie pero no tenían la fuerza suficiente para lograrlo.
Aunque es una tierna historia,
nosotros no tenemos que pasar por esa experiencia, Gracias a Dios cada final de
año recibimos una nueva oportunidad para reavivar el Adviento, temporada en la
que después de varios meses de arduo trabajo, contratiempos y compromisos,
podemos si queremos, recuperar la esencia de nuestra vida.
Lo triste es que muchos a pesar de lo caótico de
la sociedad actual no lo valoran, ignoran esta sabiduría ancestral que está al
alcance de sus manos.
Casi para finalizar el
siglo se vaticinó que en este nuevo milenio, la humanidad sufriría un fuerte
cambio, la gente dejaría de fanatizar las religiones y se entregaría por
completo a su vida espiritual. Los resultados están a la vista, la sociedad agoniza
entre enfermedades, drogas y asesinatos; la violencia arrecia, el abandono
también.
Estamos entrampados en
el activismo todos quieren ser vistos y aplaudidos, ya nadie se reserva en sus
hogares a educar en la fe. La llegada del Adviento, el colocar la corona verde
rodeada de cuatro velas y una al centro, ha sido opacada por los adornos
paganos.
Los rezos en nuestras
casas ya no se escuchan, no existe la paz necesaria para orar en familia. Es
preciso darnos un tiempo para mirar hacia nuestro interior y ver con claridad
lo que tenemos en el alma. El mundo necesita personas de buen corazón, de buenos
sentimientos para convivir en armonía.
Todos somos hijos de
Dios su espíritu está dentro de nosotros, no lo percibimos porque lo hemos
puesto debajo de todo lo que ambicionamos. Adviento es el tiempo de parar,
pensar, meditar, reflexionar sobre la frívola vida que llevamos.
Durante estos cuatro
domingos hagamos un espacio de silencio, urge hacer conciencia de lo pobre que
es nuestra relación con Dios. Caminamos cómodamente en lo superficial, en aquello
que no molesta y que consideramos suficiente
como feligreses.
Ojala que este año no
termine sin que hayamos colmado nuestra mente de la sabiduría del Adviento, para
que Dios haga realidad nuestro más profundo anhelo: gozar de su paz y compartirla.
Antonieta B .de De
Hoyos 6/11/19
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