Nuestro mundo espera a
Dios
Somos muchos los que
esperamos la venida de Dios. Unos lo hacen de manera personal o colectiva,
otros en la casa o en el templo, aunque lo que de verdad entristece es que los
acontecimientos fatalistas alrededor del mundo y las dificultades familiares, desmoralizan nuestra voluntad y deseo de responder a este llamado
divino.
En la actualidad no son
pocos los que llegan a la edad adulta y se sienten decepcionados de la navidad,
ya no le encuentran aquella magia que vivieron en su infancia. Sin darse cuenta
este día se torna gris, empieza a ser como cualquier otro donde la única
diferencia se encuentra en la saturación de comercios con novedosos artículos, la
obligación de dar un montón de regalos, las múltiples fiestas con sus excesos,
los gastos exorbitantes y para colmo tener que sonreír y agradar a todos.
Lo bueno es que esa incomodidad
que algunos decían sentir han dejado de sufrirla, porque al fin han comprendido que la navidad puede llegar a
ellos cualquier día del año.
No se trata de restar
importancia al acontecimiento sino todo lo contrario, reconocer que lo vital sin
importar creencias, es que todos podemos recibir a Jesús en nuestro corazón y
celebrar su nacimiento en el momento que lo dispongamos.
Vivir esta experiencia
personal es mucho más sustancial que la organización de un evento, porque lo
esencial está en ir al encuentro de ese día, es saber cuándo y cómo preparar el camino, es detener el paso para
abrir un sendero en la jungla mundana y llegar a Él.
En esta temporada silenciosa de Adviento, Dios nos
habla y nos dirige el más bello de los mensajes; palabras de consuelo que llegan
justo a tiempo para fortalecer el espíritu afligido ante tanta desesperanza. Es
una pena que entretanto bullicio, activismo y francachelas, no nos demos una
tregua para escucharle.
Bastan cinco minutos para
que de rodillas, nos mostremos agradecidos por las miles de veces en las que hemos
sido socorridos con sus bendiciones. Es increíble cómo cambia la existencia cuando aprendemos a agradecer; nuestra
mirada se aclara y comenzamos a ver en medio de las exigencias y compromisos navideños,
el verdadero propósito de ésta cristiana celebración. La vida de todos los que
amamos y la propia, se enaltecen.
Demos a nuestros hijos
la miel necesaria para que sientan apego por su vida, en el mundo hace falta
amor al prójimo y a sí mismos, caridad, perdón, pero sobre recibir de los
padres el conocimiento de lo que significa ofender a Dios.
El Adviento es un
mensaje de amor y esperanza, no son palabras
que ofrezcan soluciones inmediatas como por arte de magia, son las más tiernas
y cálidas palabras que podemos recibir en medio de tanta angustia y confusión.
El amor, primero de
diciembre, primer domingo de Adviento.
Antonieta B. de De Hoyos. 13/11/19
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