miércoles, 29 de mayo de 2019


¡Quiero aprender a perdonar!
A pesar de mis casi siete décadas vividas no he aprendido a perdonar, ni a dejar  de hacerlo, siempre llega a mi corazón la misericordia de Dios y trato de olvidar las ofensas recibidas. ¡Grave error! porque al hacerlo dejo abierta la puerta para que me sigan hiriendo, fue por esa razón que decidí investigar a profundidad el verdadero significado del perdón, y dejar atrás todos esos actos equivocados que durante años he realizado en nombre del perdón.   
Lo primero que leí fue la recomendación de hacer a un lado las emociones, a no sentir simpatía por el ofensor y de ninguna manera aceptar su mal comportamiento y disculparlo. Me di cuenta de que no estoy obligada a confiar nuevamente en la persona que me humilla, sobre todo cuando  no se arrepiente.
Supe además que perdonar no significa que la relación personal se restaure, aunque esto sucede a veces cuando hay un arrepentimiento sincero y se restituye el daño. Pero si eso no pasa no hay razón para confiar de nuevo, mucho menos sentirnos obligados a reanudar una relación amistosa.
Es casi imposible olvidar la ofensa porque el insulto queda por siempre grabado en la mente y en el corazón, en ocasiones pensamos que no hemos perdonado porque seguimos sintiendo en carne viva la herida al recordar el penoso incidente, ésta es una reacción totalmente humana.
Dios olvida diferente porque es misericordioso y nos ama intensamente, por eso no recuerda las ofensas que hicimos, ni las usa para acusarnos. En estas páginas encontré que perdonar es una decisión muy personal porque significa cancelar la deuda, aunque  para ello se necesita tiempo, por eso no es bueno presionar a alguien para que perdone, ya que sería solo un perdón superficial.
Jesús nos invita a perdonar “setenta veces siete”, porque es difícil olvidar la afrenta de inmediato, este es un acto de piedad que debemos practicar dentro del matrimonio, la familia y los amigos. Perdonar es algo que nace del alma, no porque nos dé lástima el que nos agredió.
Lo que de verdad debe interesarnos es que al perdonar nos liberamos de un sentimiento doloroso que nos impide vivir a plenitud, en completa salud física, mental y espiritual.
Lo mejor de esta triste experiencia, es ver cómo cambia nuestra mirada y la actitud ante la vida, como nuestro andar se aligera y la sonrisa vuelve a iluminar el rostro en el preciso instante que de corazón perdonamos.   
Para ser felices es indispensable quitar toda la amargura del alma, aprender a perdonarnos mutuamente, a fortalecer nuestro espíritu para alejarnos de los que nos dañan. Urge  estar alertas y ser más cuidadosos para que no sigan hiriendonos. Y por supuesto jamás propiciar el cinismo aceptando vanas disculpas. Ahora, ya sin rencores ni venganzas disfrutemos esa vida extraordinaria, que día a día Dios nos ofrece.  
Antonieta B. de De Hoyos                     5/29/19.

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