¡Quiero aprender a
perdonar!
A pesar de mis casi
siete décadas vividas no he aprendido a perdonar, ni a dejar de hacerlo, siempre llega a mi corazón la
misericordia de Dios y trato de olvidar las ofensas recibidas. ¡Grave error!
porque al hacerlo dejo abierta la puerta para que me sigan hiriendo, fue por
esa razón que decidí investigar a profundidad el verdadero significado del
perdón, y dejar atrás todos esos actos equivocados que durante años he
realizado en nombre del perdón.
Lo primero que leí fue
la recomendación de hacer a un lado las emociones, a no sentir simpatía por el
ofensor y de ninguna manera aceptar su mal comportamiento y disculparlo. Me di
cuenta de que no estoy obligada a confiar nuevamente en la persona que me
humilla, sobre todo cuando no se arrepiente.
Supe además que
perdonar no significa que la relación personal se restaure, aunque esto sucede
a veces cuando hay un arrepentimiento sincero y se restituye el daño. Pero si
eso no pasa no hay razón para confiar de nuevo, mucho menos sentirnos obligados
a reanudar una relación amistosa.
Es casi imposible olvidar
la ofensa porque el insulto queda por siempre grabado en la mente y en el
corazón, en ocasiones pensamos que no hemos perdonado porque seguimos sintiendo
en carne viva la herida al recordar el penoso incidente, ésta es una reacción
totalmente humana.
Dios olvida diferente
porque es misericordioso y nos ama intensamente, por eso no recuerda las
ofensas que hicimos, ni las usa para acusarnos. En estas páginas encontré que
perdonar es una decisión muy personal porque significa cancelar la deuda,
aunque para ello se necesita tiempo, por
eso no es bueno presionar a alguien para que perdone, ya que sería solo un perdón
superficial.
Jesús nos invita a
perdonar “setenta veces siete”, porque es difícil olvidar la afrenta de
inmediato, este es un acto de piedad que debemos practicar dentro del matrimonio,
la familia y los amigos. Perdonar es algo que nace del alma, no porque nos dé
lástima el que nos agredió.
Lo que de verdad debe
interesarnos es que al perdonar nos liberamos de un sentimiento doloroso que nos
impide vivir a plenitud, en completa salud física, mental y espiritual.
Lo mejor de esta triste
experiencia, es ver cómo cambia nuestra mirada y la actitud ante la vida, como
nuestro andar se aligera y la sonrisa vuelve a iluminar el rostro en el preciso
instante que de corazón perdonamos.
Para ser felices es
indispensable quitar toda la amargura del alma, aprender a perdonarnos
mutuamente, a fortalecer nuestro espíritu para alejarnos de los que nos dañan.
Urge estar alertas y ser más cuidadosos para
que no sigan hiriendonos. Y por supuesto jamás propiciar el cinismo aceptando vanas
disculpas. Ahora, ya sin rencores ni venganzas disfrutemos esa vida extraordinaria,
que día a día Dios nos ofrece.
Antonieta B. de De
Hoyos 5/29/19.
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