No huyamos de las
tormentas….
Cuentan que un día un
campesino le pidió a Dios le permitiera mandar sobre la Naturaleza, para que
-según él – le rindieran mejor sus cosechas. ¡Y Dios se lo concedió! Entonces
cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol, éste
brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua llovía más regularmente; etc. Pero
cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes
porque resultó un total fracaso. Desconcertado y medio molesto le preguntó a
Dios por qué salió todo mal, si él había puesto los climas que creyó
convenientes.
Entonces Dios le
contestó – “Tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía. Nunca
pediste tormentas y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar
aves y animales que la consuman y purificarla de plagas que la destruyan…”-
Así nos pasa a casi
todos durante nuestra vida: queremos que nuestra existencia sea puro amor y dulzura, nada de
problemas.
Recuerdo que cuando
niña me asustaban mucho los relámpagos y los truenos, me tapaba la cabeza con
una almohada y no dejaba de temblar, hasta que llegaba mi querida Nany Elena se acercaba y me abrazaba a la vez que
me recordaba, que esos ruidos eran los que producían los angelitos en el cielo
al jugar con los barriles llenos de agua. De esa manera y agarrada de su mano, me
volvía a dormir.
Lo cierto es que para
enfrentar la fatalidad la clave es el optimismo, ya que este nos permite verla,
como una oportunidad más para crecer. Lo principal es no atemorizarnos por las
tormentas que se avecinan, porque muchas de ellas no llegan con la fuerza
destructora que esperamos. Sobre todo, no demos marcha atrás ni nos pongamos a llorar como cuando éramos
niños, antes de ver los resultados.
Dicen los que saben que
las dificultades traen sus ventajas, pues nos obligan a madurar como personas,
por eso, esa esporádica tormenta que llega a nuestra vida es indispensable para
que sepamos valorar los tiempos calmos, para
que podamos reconocer lo mucho que nos hemos preocupado con anterioridad por
tonterías, chubascos pasajeros que se anuncian con negras nubes y descargas
eléctricas.
Lo importante no es
huir de las tormentas convertidas en contrariedades cotidianas, sino tener fe y
confianza en que pronto pasarán y lo más beneficioso es que siempre dejan una gran
experiencia que fortalece al cuerpo y al espíritu para reconstruir lo que se
haya destruido.
Lo trascendente es que a
pesar del mal tiempo gocemos de esa alegría que da el saber que contamos con la
presencia de Dios, pues estamos más que convencidos de que Él, será por siempre
nuestra fortaleza.
Antonieta B. de De
Hoyos. 6/5/19
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