miércoles, 5 de junio de 2019



No huyamos de las tormentas….
Cuentan que un día un campesino le pidió a Dios le permitiera mandar sobre la Naturaleza, para que -según él – le rindieran mejor sus cosechas. ¡Y Dios se lo concedió! Entonces cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol, éste brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua llovía más regularmente; etc. Pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes porque resultó un total fracaso. Desconcertado y medio molesto le preguntó a Dios por qué salió todo mal, si él había puesto los climas que creyó convenientes.
Entonces Dios le contestó – “Tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía. Nunca pediste tormentas y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar aves y animales que la consuman y purificarla de plagas que la destruyan…”-
Así nos pasa a casi todos durante nuestra vida: queremos que nuestra  existencia sea puro amor y dulzura, nada de problemas.
Recuerdo que cuando niña me asustaban mucho los relámpagos y los truenos, me tapaba la cabeza con una almohada y no dejaba de temblar, hasta que llegaba mi querida Nany  Elena se acercaba y me abrazaba a la vez que me recordaba, que esos ruidos eran los que producían los angelitos en el cielo al jugar con los barriles llenos de agua. De esa manera y agarrada de su mano, me volvía a dormir.  
Lo cierto es que para enfrentar la fatalidad la clave es el optimismo, ya que este nos permite verla, como una oportunidad más para crecer. Lo principal es no atemorizarnos por las tormentas que se avecinan, porque muchas de ellas no llegan con la fuerza destructora que esperamos. Sobre todo, no demos marcha atrás  ni nos pongamos a llorar como cuando éramos niños, antes de ver los resultados.
Dicen los que saben que las dificultades traen sus ventajas, pues nos obligan a madurar como personas, por eso, esa esporádica tormenta que llega a nuestra vida es indispensable para que sepamos valorar los tiempos calmos,  para que podamos reconocer lo mucho que nos hemos preocupado con anterioridad por tonterías, chubascos pasajeros que se anuncian con negras nubes y descargas eléctricas.
Lo importante no es huir de las tormentas convertidas en contrariedades cotidianas, sino tener fe y confianza en que pronto pasarán y lo más beneficioso es que siempre dejan una gran experiencia que fortalece al cuerpo y al espíritu para reconstruir lo que se haya destruido.
Lo trascendente es que a pesar del mal tiempo gocemos de esa alegría que da el saber que contamos con la presencia de Dios, pues estamos más que convencidos de que Él, será por siempre nuestra fortaleza.  
Antonieta B. de De Hoyos.                         6/5/19

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