El más bello de los
encuentros.
“Nada te turbe, nada te espante, todo se
pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le
falta. Sólo Dios basta”. Santa Teresa de Jesús.
Este es un bello poema
que me recuerda, la voz de mí querido hermano el Licenciado Eduardo Barrientos
(+) en nuestra época de radio. Siempre que lo leo o escucho me enternece.
Vino hoy a mi memoria
al darme cuenta de que hay demasiado ruido a mí alrededor, es tan ensordecedor
que no me permite escuchar mi voz interior. Pudiera ser porque me he convertido
en un adulto mayor y que de un tiempo acá sean más frecuentes, las ocasiones en
que mi mente se llena de preocupaciones, de temores, de angustias, de malos presentimientos,
días en los que me siento amenazada por tormentas que quizás nunca lleguen,
pero que alteran por completo mi sistema nervioso.
Son esos momentos en
los que en mi corazón hay demasiado peso, como cuando tengo la sensación de que
algo duele tan fuerte dentro, que me apresuro a llegar al lugar favorito de mi
casa, para disfrutar de esos instantes en los que suelo quedarme a solas y en
silencio.
Sé que Dios está aquí
acompañándome y que me llama por mi nombre, que me ama y me espera pacientemente
para cobijarme, para sostenerme entre sus brazos y lo más importante, para
escuchar mis ruegos.
Me quedo en silencio
ante el hermoso crucifijo grande de madera que tengo al lado de mi cama. Trato
de olvidar mis súplicas, mis frases de desconsuelo, de no recordar lo sucedido en años anteriores. Nada de
peticiones, nada de planes, solo mirarlo, quiero oír lo que me diga sin que mi
voz interior interfiera.
Quiero estar en paz ante
Él, sentir su apoyo, dejar de lado la confusión, la preocupación, ansío olvidarme
de todo en este único y especial encuentro.
Quiero liberarme de los
deseos mundanos, estar aquí sin ninguna atadura, con la humildad del que nada
posee, vacía de mí mientras permanezco frente a Él.
Quiero gozar esta
soledad sin nadie más en mi corazón, mirarle fijamente con ternura, no más
quejas, ni estorbos, nada ni nadie,
Durante este momento de
intimidad con Dios, carecen de valor los consuelos humanos por eso dejo atrás en
el olvido, las tristezas y los resentimientos; los miedos y las ansiedades; todo
lo que pueda perturbar en el ya casi final de mi existencia. Afuera queda el
orgullo y la falsa imagen que durante años forjé de mi misma.
Cierro los ojos, enjugo
mis lágrimas, guardo silencio y confío en Él.
Antonieta B. de De
Hoyos 6/19/19.
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