miércoles, 19 de junio de 2019


El más bello de los encuentros.
 “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”. Santa Teresa de Jesús.
Este es un bello poema que me recuerda, la voz de mí querido hermano el Licenciado Eduardo Barrientos (+) en nuestra época de radio. Siempre que lo leo o escucho me enternece.
Vino hoy a mi memoria al darme cuenta de que hay demasiado ruido a mí alrededor, es tan ensordecedor que no me permite escuchar mi voz interior. Pudiera ser porque me he convertido en un adulto mayor y que de un tiempo acá sean más frecuentes, las ocasiones en que mi mente se llena de preocupaciones, de temores, de angustias, de malos presentimientos, días en los que me siento amenazada por tormentas que quizás nunca lleguen, pero que alteran por completo mi sistema nervioso.
Son esos momentos en los que en mi corazón hay demasiado peso, como cuando tengo la sensación de que algo duele tan fuerte dentro, que me apresuro a llegar al lugar favorito de mi casa, para disfrutar de esos instantes en los que suelo quedarme a solas y en silencio.
Sé que Dios está aquí acompañándome y que me llama por mi nombre, que me ama y me espera pacientemente para cobijarme, para sostenerme entre sus brazos y lo más importante, para escuchar mis ruegos.
Me quedo en silencio ante el hermoso crucifijo grande de madera que tengo al lado de mi cama. Trato de olvidar mis súplicas, mis frases de desconsuelo, de no recordar lo  sucedido en años anteriores. Nada de peticiones, nada de planes, solo mirarlo, quiero oír lo que me diga sin que mi voz interior interfiera.
Quiero estar en paz ante Él, sentir su apoyo, dejar de lado la confusión, la preocupación, ansío olvidarme de todo en este único y especial encuentro.
Quiero liberarme de los deseos mundanos, estar aquí sin ninguna atadura, con la humildad del que nada posee, vacía de mí mientras permanezco frente a Él.
Quiero gozar esta soledad sin nadie más en mi corazón, mirarle fijamente con ternura, no más quejas, ni estorbos, nada ni nadie,
Durante este momento de intimidad con Dios, carecen de valor los consuelos humanos por eso dejo atrás en el olvido, las tristezas y los resentimientos; los miedos y las ansiedades; todo lo que pueda perturbar en el ya casi final de mi existencia. Afuera queda el orgullo y la falsa imagen que durante años forjé de mi misma.  
Cierro los ojos, enjugo mis lágrimas, guardo silencio y confío en Él.
Antonieta B. de De Hoyos                         6/19/19.

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