Nunca es tarde para
aprender a crecer.
Como suele suceder, los
mensajes más hermosos por lo regular son anónimos, solo que tienen un ligero inconveniente
son largos y repetitivos, lo que hace necesario abreviarlos antes de compartirlos.
Lo primero que se requiere
es tener una gran sensibilidad que nos permita comprender qué en la vida ni se
gana ni se pierde, ni se fracasa ni se triunfa, sino que se aprende, se crece,
se descubre; se escribe, borra y reescribe; se hila, se deshila y se vuelve a hilar.
No sé si para bien o
para mal, pero vivimos en una sociedad que idolatra la rapidez, ambiente que en
ocasiones asfixia y que además, exige un gran esfuerzo para salir de esa vorágine
devoradora que obliga a todos, ser una copia de otros.
Sabemos que las cosas
más grandes, hermosas y valiosas, crecen despacio y en silencio al igual que
nuestros hijos y es por ellos, que debemos aprender a crecer para que nuestro
ejemplo sea la mejor lección de vida que les dejemos.
Crecemos cuando aceptamos
la realidad sea cual fuere y decidimos vivirla con alegría, cuando defendemos
nuestros ideales, fortalecemos nuestra voluntad y nos apoyamos en la fe. Cuando
nos arriesgamos a modificar nuestro destino si lo creemos pertinente y más cuando admitimos lo pasado, cimentamos el
presente y planeamos el futuro.
Crecemos cuando nos
valoramos y valoramos a los que nos rodean, cuando vivimos en la verdad, sin
hipocresías ni falsedades, cuando estamos en paz con nuestra conciencia, con nuestro
corazón y con nuestra mente. Cuando somos felices escuchando y ayudando sin
esperar nada a cambio, cuando no somos
cínicos ni cobardes, sino coherentes en todas las circunstancias.
Crecemos cuando sembramos
semillas que llevan a la armonía, cuando aprendemos a decir con sinceridad “gracias”, “me equivoqué”, “te
necesito”, “perdón”, “tienes razón” y “te amo”. Cuando resistimos otoños e
inviernos a pesar de perder hojas y temblar de frio, cuando ante una fría mirada
o un gesto agresivo, respondemos con una sonrisa.
Crecemos cuando nos
liberamos de rencores, mentiras, infidelidades, soberbia y egoísmos, cuando nos
atrevemos a volar tan alto como las águilas y a sostenernos de pie como los
árboles. Cuando somos capaces de hacer realidad nuestros sueños con una firme
esperanza, cuando nos damos cuenta de que tolerar, ceder, sufrir, llorar y muchas
veces hasta renunciar, significa amar de verdad.
Yo creo firmemente, que
solo dejaremos de crecer en nuestro último aliento de vida, en ese preciso instante
en el que nuestros ojos se cierran para siempre y agradecemos a Dios todas sus
bondades.
Antonieta B. de De
Hoyos 1/30/19
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