miércoles, 23 de enero de 2019


¡Dios, bendice nuestro trabajo!
Desde que decidí escribir artículos para la prensa y elaborar programas de superación personal para la radio, tomé la costumbre de persignarme frente a mi computadora pidiendo a Dios la iluminación necesaria, para no cometer algún error y no me refiero al ortográfico, sino a afirmar algo no aceptable que pudiera dañar a mis lectores y radioescuchas. Hasta la fecha no me arrepiento de seguir haciéndolo.
Lo cierto es que en todas mis colaboraciones siempre lo pongo a Él en primer plano. No sé si a otras personas les funcione, pero a mí me reconforta mucho el pedir a Dios su aprobación cada vez que emprendo una tarea, porque he tenido la experiencia de que por muy simple que ésta sea, siempre se corre el riesgo de cometer errores.
Pero una cosa es pedirle su iluminación y otra querer que  Él lo haga todo por mí, por eso digo: “Te agradezco Señor por mi trabajo, dame fuerzas, sabiduría y prudencia para realizarlo” a la vez que estoy completamente convencida de que cuando enfrento más contrariedades, debo orar con mayor vehemencia.
No sé si a muchos, a pocos o, a nadie, sin importar creencias religiosas le sea gratificante pronunciar a cualquier hora del día una sencilla oración, o de vez en cuando meditar al anochecer, pero puedo asegurarles que esta es una buena costumbre que rejuvenece el organismo y permite además gozar del más placentero de los sueños.    
Por eso creo que sería conveniente que los padres y en especial mamá, se esmeraran en educar a sus hijos desde muy temprana edad, en el maravilloso arte de orar y no me refiero a repetir oraciones, sino a entablar una sencilla y amorosa conversación con Dios, en la que agradezcan las bendiciones recibidas y a la vez soliciten la ayuda necesaria para obtener lo que desean. Actitud que eleva la calidad de vida y fortalece las  relaciones  interpersonales.
Al paso de los años, he vivido la grata experiencia de orar en silencio y ver cómo después sin esperarlo, se me facilita el trabajo, mi mente se agiliza, los conocimientos se alinean y los resultados son extraordinarios.    
Por eso si sentimos que el trabajo nos agobia, que los compromisos sociales nos estresan, es porque necesitamos reorganizarnos; planear con más cuidado las horas que pasamos laborando, el tiempo de descanso, de diversión, de hacer deporte o ejercicio.
La cuestión es que no podemos evitar, que la vida nos presente de manera constante nuevos retos que alteran nuestra cotidianidad. Y es en esa situación cuando urge  buscar un espacio de sosiego dónde poder retomar la paz interior.
Hagamos con calma nuestras labores, no desgastemos cuerpo y espíritu en banalidades, al contrario gocemos de la sana convivencia con los compañeros de trabajo, con la familia, con las amistades pero sobre todo, no nos olvidemos de bendecir nuestro trabajo.     
Antonieta B. de De Hoyos                        1/23/19    

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