Reafirmemos nuestra espiritualidad.
Por Antonieta B. de De Hoyos agosto 5/17
Hace algunos años, cuando realizaba un trabajo en grupo para un
apostolado, una
persona me recriminó la falta de
espiritualidad en mi diario vivir. Desde entonces, hasta
la
fecha no había
podido definir con
exactitud las características de
una persona
espiritual, ya que por más que me
esforzaba, no podía competir con aquellas señoras
que
rezaban mucho, que
conocían infinidad de oraciones,
novenas, cantos, salmos,
proverbios y evangelios; para colmo
desconocía la mayoría de las vidas ejemplares de
los santos, que marcan los calendarios.
Fue hasta hace unos días, cuando escuché con detenimiento la descripción
de lo que es
una persona espiritual, que encontré las
diferencias y la respuesta es sencilla.
Esta gente tan especial, confía en Dios en todo momento, aprecia su
presencia en sus
semejantes, plantas y animales, su mirada
se extasía en la creación, admira la natura-
leza, los paisajes, los amaneceres y
atardeceres, los días de lluvia o soleados, el aire que
respira, el buen funcionamiento de su
organismo, el nacimiento de un niño; en fin desde
que despierta hasta que se duerme, Dios es
el centro de su vida.
Ya en este plano espiritual,
admiten que toda persona
que llega a su vida
es la
correcta,
nadie está en el
lugar equivocado aunque
no siempre sean simpáticas,
lo
esencial es reconocer la enseñanza que
trae consigo.
Como regla general, miran lo que pasa, como la única cosa que podía
haber sucedido
y la superan, actitud que el resto de los
mortales adoptamos la mayoría de las veces ya
muy entrados en la edad adulta.
Nada es cosa de suerte ellos saben por convicción, que no se mueve la
hoja de un
árbol sin la voluntad divina, que todo
llega en el momento preciso, que hay que sembrar
en tierra fértil para poder cosechar
después la vida eterna, que todo principia cuando
debe ser, ni antes ni después. Las
personas espirituales, lloran cuando algo se termina
pero, sin exagerar, prefieren recordar los
bellos momentos y acompañarse de estos para
continuar el camino.
Solo hasta que nos damos cuenta de que cada cambio que vivimos, -aunque
a veces
nos traiga tristeza- es para nuestro
bienestar, es entonces que empezamos a
comprender
que se trata de evolucionar, de crecer, de
madurar hacia una vida plena.
Los que han alcanzado ese nivel de espiritualidad dejan de largo la
culpa y el arrepen-
timiento, pero sobre todo él hubiera, es
imposible avanzar con esa carga.
No se trata de consumirte rememorando los errores, lo verdaderamente
importante es
descifrar la lección que estos nos dejan.
Cambiar lo vivido imposible, pero perfeccionar
lo que se va a vivir ¡Sí! No lo pienses
más y reafirma tu espiritualidad, ¡Hoy¡
Reafirmemos
nuestra espiritualidad.
Por Antonieta B. de De
Hoyos
agosto 5/17
Hace algunos años, cuando realizaba un
trabajo en grupo para un apostolado, una
persona me recriminó la falta de espiritualidad en mi diario vivir.
Desde entonces, hasta la fecha no
había podido definir
con exactitud las
características de una
persona espiritual, ya que por más que me esforzaba, no podía competir
con aquellas señoras que rezaban mucho, que
conocían infinidad de
oraciones, novenas, cantos,
salmos, proverbios y evangelios; para colmo desconocía la mayoría de las
vidas ejemplares de los santos, que marcan los calendarios.
Fue hasta hace unos días, cuando escuché con
detenimiento la descripción de lo que es una persona espiritual, que encontré
las diferencias y la respuesta es sencilla.
Esta gente tan especial, confía en Dios en
todo momento, aprecia su presencia en sus semejantes, plantas y animales, su
mirada se extasía en la creación, admira la naturaleza, los paisajes, los
amaneceres y atardeceres, los días de lluvia o soleados, el aire que respira,
el buen funcionamiento de su organismo, el nacimiento de un niño; en fin desde que
despierta hasta que se duerme, Dios es el centro de su vida.
Ya
en este plano espiritual, admiten
que toda persona que
llega a su vida es la correcta,
nadie está en el
lugar equivocado aunque
no siempre sean simpáticas,
lo esencial es reconocer la enseñanza que trae consigo.
Como regla general, miran lo que pasa, como
la única cosa que podía haber sucedido y la superan, actitud que el resto de
los mortales adoptamos la mayoría de las veces ya muy entrados en la edad adulta.
Nada es cosa de suerte ellos saben por
convicción, que no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad divina, que
todo llega en el momento preciso, que hay que sembrar en tierra fértil para
poder cosechar después la vida eterna, que todo principia cuando debe ser, ni
antes ni después.
Las personas
espirituales, lloran cuando algo se termina pero, sin exagerar, prefieren
recordar los bellos momentos y acompañarse de estos para continuar el camino.
Solo hasta que nos damos cuenta de que cada
cambio que vivimos, -aunque a veces nos traiga tristeza- es para nuestro
bienestar, es entonces que empezamos a
comprender que se trata de evolucionar, de crecer, de madurar hacia una vida
plena.
Los que han alcanzado ese nivel de
espiritualidad dejan de largo la culpa y el arrepentimiento, pero sobre todo él
hubiera, es imposible avanzar con esa carga.
No se trata de consumirte rememorando los
errores, lo verdaderamente importante es descifrar la lección que estos nos
dejan. Cambiar lo vivido imposible, pero perfeccionar lo que se va a vivir ¡Sí!
No lo pienses más y reafirma tu espiritualidad, ¡Hoy¡
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