miércoles, 2 de agosto de 2017

Reafirmemos nuestra espiritualidad.
Por Antonieta B. de De Hoyos                               agosto 5/17
     Hace algunos años, cuando realizaba un trabajo en grupo para un apostolado, una
persona me recriminó la falta de espiritualidad en mi diario vivir. Desde entonces, hasta
la   fecha   no   había   podido   definir   con   exactitud   las   características   de   una   persona
espiritual, ya que por más que me esforzaba, no podía competir con aquellas señoras
que  rezaban   mucho,   que   conocían infinidad  de   oraciones,   novenas,   cantos,  salmos,
proverbios y evangelios; para colmo desconocía la mayoría de las vidas ejemplares de
los santos, que marcan los calendarios.
   Fue hasta hace unos días, cuando escuché con detenimiento la descripción de lo que es
una persona espiritual, que encontré las diferencias y la respuesta es sencilla.
   Esta gente tan especial, confía en Dios en todo momento, aprecia su presencia en sus
semejantes, plantas y animales, su mirada se extasía en la creación, admira la natura-
leza, los paisajes, los amaneceres y atardeceres, los días de lluvia o soleados, el aire que
respira, el buen funcionamiento de su organismo, el nacimiento de un niño; en fin desde
que despierta hasta que se duerme, Dios es el centro de su vida.
     Ya  en este plano  espiritual,  admiten  que toda  persona  que  llega  a su vida  es  la
correcta,   nadie   está   en  el lugar   equivocado   aunque   no   siempre sean   simpáticas,   lo
esencial es reconocer la enseñanza que trae consigo.
   Como regla general, miran lo que pasa, como la única cosa que podía haber sucedido
y la superan, actitud que el resto de los mortales adoptamos la mayoría de las veces ya
muy entrados en  la edad adulta.
     Nada es cosa de suerte ellos saben por convicción, que no se mueve la hoja de un
árbol sin la voluntad divina, que todo llega en el momento preciso, que hay que sembrar
en tierra fértil para poder cosechar después la vida eterna, que todo principia cuando
debe ser, ni antes ni después. Las personas espirituales, lloran cuando algo se termina
pero, sin exagerar, prefieren recordar los bellos momentos y acompañarse de estos para
continuar el camino.
   Solo hasta que nos damos cuenta de que cada cambio que vivimos, -aunque a veces
nos traiga tristeza- es para nuestro bienestar, es entonces que  empezamos a comprender
que se trata de evolucionar, de crecer, de madurar hacia una vida plena.
   Los que han alcanzado ese nivel de espiritualidad dejan de largo la culpa y el arrepen-
timiento, pero sobre todo él hubiera, es imposible avanzar con esa carga.
   No se trata de consumirte rememorando los errores, lo verdaderamente importante es
descifrar la lección que estos nos dejan. Cambiar lo vivido imposible, pero perfeccionar
lo que se va a vivir ¡Sí! No lo pienses más y reafirma tu espiritualidad, ¡Hoy¡
Reafirmemos nuestra espiritualidad.
Por Antonieta B. de De Hoyos                               agosto 5/17
     Hace algunos años, cuando realizaba un trabajo en grupo para un apostolado, una  persona me recriminó la falta de espiritualidad en mi diario vivir. Desde entonces, hasta la   fecha   no   había   podido   definir   con   exactitud   las   características   de   una   persona espiritual, ya que por más que me esforzaba, no podía competir con aquellas señoras que  rezaban  mucho, que  conocían infinidad  de oraciones,  novenas,  cantos,  salmos, proverbios y evangelios; para colmo desconocía la mayoría de las vidas ejemplares de los santos, que marcan los calendarios.
   Fue hasta hace unos días, cuando escuché con detenimiento la descripción de lo que es una persona espiritual, que encontré las diferencias y la respuesta es sencilla.
   Esta gente tan especial, confía en Dios en todo momento, aprecia su presencia en sus semejantes, plantas y animales, su mirada se extasía en la creación, admira la naturaleza, los paisajes, los amaneceres y atardeceres, los días de lluvia o soleados, el aire que respira, el buen funcionamiento de su organismo, el nacimiento de un niño; en fin desde que despierta hasta que se duerme, Dios es el centro de su vida.
     Ya  en este plano  espiritual,  admiten  que toda  persona  que  llega  a su vida  es  la correcta, nadie   está   en  el lugar   equivocado   aunque   no   siempre sean   simpáticas,   lo esencial es reconocer la enseñanza que trae consigo.
   Como regla general, miran lo que pasa, como la única cosa que podía haber sucedido y la superan, actitud que el resto de los mortales adoptamos la mayoría de las veces ya muy entrados en  la edad adulta.
     Nada es cosa de suerte ellos saben por convicción, que no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad divina, que todo llega en el momento preciso, que hay que sembrar en tierra fértil para poder cosechar después la vida eterna, que todo principia cuando debe ser, ni antes ni después.
Las personas espirituales, lloran cuando algo se termina pero, sin exagerar, prefieren recordar los bellos momentos y acompañarse de estos para continuar el camino.
   Solo hasta que nos damos cuenta de que cada cambio que vivimos, -aunque a veces nos traiga tristeza- es para nuestro bienestar, es entonces que  empezamos a comprender que se trata de evolucionar, de crecer, de madurar hacia una vida plena.
   Los que han alcanzado ese nivel de espiritualidad dejan de largo la culpa y el arrepentimiento, pero sobre todo él hubiera, es imposible avanzar con esa carga.

   No se trata de consumirte rememorando los errores, lo verdaderamente importante es descifrar la lección que estos nos dejan. Cambiar lo vivido imposible, pero perfeccionar lo que se va a vivir ¡Sí! No lo pienses más y reafirma tu espiritualidad, ¡Hoy¡

No hay comentarios: